Nadie puede negar el papel innovador y provocador que tuvo el director manchego Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1949) en el cine español durante los esperpénticos años de la Movida.
Su particular sentido del humor, su atrevimiento argumental y su rompedora forma de entender la realidad y el cine, tuvieron gran acogida por parte de un publico que, en muchos sentidos, estaba bastante cansado de ver siempre lo mismo en las pantallas españolas.
Con el tiempo -que todo lo acrisola- Almodóvar depuró mucho su estilo, mejoró su técnica y, también, perdió mordiente aunque, fiel a su idiosincrasia, siempre ha mantenido esa devoción por los argumentos folletinescos y los dramones emocionales, así como su admiración por los personajes femeninos de gran intensidad y de vivencias, por decirlo de alguna manera, muy poco comunes.
Como es bien sabido, Pedro Almodóvar dejó su pueblo al conseguir una plaza como administrativo de la Telefónica en Madrid. La ilusión inicial por tener un trabajo cómodo y seguro en la capital, se tornó rápidamente en aburrimiento. Para mitigarlo, el manchego frecuentaba con asiduidad los locales más modernos y alternativos de la ciudad. Era la época de la famosa Movida Madrileña y Almodóvar conoció a todo tipo de gente que contribuyó a que diese rienda suelta a su vena creativa y provocona.
Colaboró con revistas vanguardistas, realizó cortometrajes y formó pareja artística con el ínclito Fabio MacNamara, ofreciendo conciertos que fueron toda una oda a la liberación de los fantasmas y deseos personales (y, vistos con perspectiva, al mal gusto).
A través de los cortometrajes, Almodóvar le cogió gusto al cine.
A finales de la década de los setenta decidió hacer su primer largometraje y, con ayuda de familiares y amigos, rodó, en 16 mm, Pepi, Luci y Boom y otras chicas del montón (1980), una comedia desmelenada y enloquecida, interpretada -entre otras- por una jovencísima Carmen Maura y algunos personajes de la Movida como la cantante Alaska.
El film, lógicamente, se estrenó en círculos minoritarios, pero -aun así- tuvo un inesperado éxito y dio renombre a su director. Algo parecido sucedió con su siguiente película, Laberinto de pasiones (1982), debut cinematográfico de Antonio Banderas, que también cosechó cierto éxito y contribuyó a cimentar la fama de Almodóvar como renovador del nuevo cine español.
Sus siguientes films, Entre tinieblas (1983), curiosa historia en un no menos curioso convento, ¿Que he hecho yo para merecer esto? (1984), epopeya de un ama de casa barriobajera que se libera de su marido a golpes de hueso de jamón, magistralmente interpretada por Carmen Maura y la truculenta y torera historia de Matador (1986), lo catapultaron definitivamente como director fetiche de la modernidad, especialmente entre "su" público, un conjunto muy heterogéneo de seguidores que, entregado y devoto, no se perdía ninguna de sus películas y disfrutaba del inusual universo creativo y provocador del director.
-continuará-
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