Ir a Padua, si uno es -medianamente- amante del arte, implica visitar y admirar la Capilla de los Scrovegni.
Se trata de un pequeño edificio de ladrillos obra de un arquitecto anónimo, aunque hay quien especula con que podría haber sido Giovanni degli Eremitani o el mismísimo Giotto.
La capilla fue encargada por Enrico Scrovegni. Probablemente lo hizo en un particular intento de congraciarse con las alturas debido a la mala fama de usurero que él y sobre todo su padre, Reginaldo, tenían.
Tanto en la foto superior como en la inferior a este texto, en la que se muestra el Juicio Universal, Enrico aparece ataviado con un vestido de color violeta -entonces color de la penitencia- mientras ofrece la capilla en un acto de donación sagrada, para lavar así tan desagradable pecado.
La capilla se empezó a construir en 1303 y fue consagrada, dedicándola a la Virgen de la Anunciación, el 25 de marzo de 1305. Fue capilla funeraria y capilla particular al mismo tiempo, ya que en su origen se encontraba unida al palacio que los Scrovegni se habían construido dentro de la Arena.
El palacio, que acabó siendo posterior propiedad de los Foscari, fue demolido en 1827
El interior, no muy grande, es de una sola nave con bóveda de cañón, y está dividido por dos pequeños altares laterales.
Al fondo, un pequeño ábside conserva el sarcófago de Enrico Scrovegni (1336), de Andriolo de Santi, mientras que en el altar están colocadas tres esculturas: dos ángeles y una Virgen con el niño de Giovanni Pisano.
Para pintar los frescos interiores se contrató a Giotto di Bondone (1266-1337), que se encontraba en ese momento en Padua para decorar la sala del capítulo del Santo.
El pintor optó por un ciclo pictórico en el que se nos narra la Salvación de la Humanidad a través de las Historias de María y de Jesús.
Siguiendo un pormenorizado programa iconográfico, Giotto, a través de 38 recuadros dispuestos a lo largo de tres paredes dividas en tres franjas horizontales, nos cuenta seis historias de Joaquín, seis de la Virgen y la vida de Jesús desde la Natividad hasta Pentecostés.
Cada recuadro está bellamente enmarcado con franjas ornamentales y con representaciones de episodios del Antiguo Testamento.
Se intercalan entre los cuadros, a través de un zócalo de falso mármol, figuras alegóricas monocromas de las siete virtudes (a la derecha) y de los siete pecados capitales (a la izquierda) y diversos elementos decorativos.
En el juicio final no podían faltar imágenes del horror del infierno para todos aquellos que se condenen.
Texto y fotos: Javier Nebot.
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