“La duquesa”, dirigida por Saul Dibb, ofrece más atractivos como película dirigida a un público mucho más amplio que, por poner un ejemplo, la de "Pacto de lobos" que vimos en el post anterior. Con todo, al menos desde mi punto de vista, el film se tiñe en algunos momentos de una visión
excesivamente feminista que no parece muy propia de la época en la que transcurre la acción.
Claro que La duquesa narra la historia de una mujer y no, precisamente, la de una mujer cualquiera, sino la de Georgiana Cavendisch, la duquesa de Devonshire.
El film, más allá de los posibles planteamientos ideológicos (que pueden gustar o no, pero que, en culquier caso, son siempre legítimos), tiene muchas virtudes, empezando por la excelente recreación de época,
en este caso el siglo XVIII inglés.
Cuenta también con un guion inteligente, que
se desarrolla en una trama creíble y esta vez sí inspirada en hechos que parecen
ser comprobadamente históricos.
Se nos muestra las intimidades de la alta nobleza, las curiosidades de un particular sistema de partidos políticos, la cotidianeidad de las clases altas y las miserias
de la protagonista, atrapada en los convencionalismos de su época contra los
que, ciertamente, intentó luchar aunque, por lo que se nos muestra, sin demasiado éxito.
En este sentido, el largometraje muestra un complejo mosaico que bien merece
la pena ver.
En “La duquesa” tanto como en “Las amistades peligrosas” se augura un cambio de tiempo, se muestra una sociedad que se transforma. Ambas películas describen las
limitaciones de una época que, sin embargo, fue lo suficientemente interesante
y autocrítica como para crear los cimientos sobre los que nos movemos en la actualidad, sacando luz en donde primaba el oscurantismo (aunque en el proceso, reconozcámoslo, arrasó también muchas ideas y cosas de valor).
Si el siglo XVIII puso
en marcha los cambios, el XIX los desarrolló de manera vertiginosa llegando a
convertir el progreso en una deidad incuestionable.
Incuestionable... hasta que las
barbaridades del siglo XX hicieron necesaria una profunda revisión surgiendo así (entre otras cosas) el “posmodernismo” en el que todavía nos encontramos (y que va camino, con
sus excesos y relativismos permanentes, de caer en el mismo endiosamiento nefasto en el que cayó el “progresismo” decimonónico).
Conclusión
La visión del siglo XVIII en el cine ha experimentado, como hemos tenido
oportunidad de ver a lo largo de 18 entradas, grandes cambios en las últimas décadas.
Hoy, se
extrapolan ideologías en alza a escenografías pasadas.
Ayer, se contaban
aventuras cuasi infantiles con pelucas empolvadas.
Supongo que es una
postura legítima desde el punto de vista artístico, aunque tengo fundadas
dudas al respecto en cuanto a su validez para aproximarnos a la visión de un
siglo determinado, a la forma de sentir de sus personajes o a su particular cosmovisión (lógicamente, muy diferente a la actual).
Como apuntaba en algunas reflexiones anteriores en estos posts dedicados a la vision del siglo XVIII en el cine, ópticas diferentes se han
entremezclado siempre, lejos de purismos imposibles, pero –siempre hay algún
pero sustancioso- no creo que enfundar de trajes dieciochescos las ideologías
actuales, para dar pedigrí histórico a lo que tiene claras y más recientes fechas de inicio, o utilizar la estética del pasado para entretener sin más, sea
una estrategia total ni especialmente recomendable.
Implica de hecho una banalización del legado
histórico de consecuencias impredecibles hoy en día.
La ventaja de intentar entender y mostrar el pasado desde paramentos lo más aproximados
posibles a su mentalidad real (como sí han hecho ya algunos directores) es que
nos sitúa en un marco de desarrollo histórico social concreto y nos ayuda a
comprender, incluso, el presente (con sus logros y con sus fallos) de una forma mucho más enraizada, plena y cabal.
Sé que esa es una labor que corresponde más a
la historia que al cine (¡sin duda!), pero si jugamos a reinterpretar la historia al gusto de las demandas y pretensiones actuales... ¿Hacia dónde nos dirigiremos? Realmente es una pregunta bastante más compleja de lo que parece a simple vista y cuya respuesta ya me gustaría conocer pero que, por
desgracia, yo no tengo. Tendremos que leer los libros de historia y ver las
películas de dentro de veinte o treinta años para observar hacia donde se han
dirigido finalmente los intelectuales y creadores. ¡Confiemos en que podamos
hacerlo!
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