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No había conciencia del Mal (ni del Bien) hasta que el ser humano habitó la Tierra.
Fue la percepción de su realidad "no fijada" la que le hizo discriminar y valorar.
¿Tentación? ¿Pecado necesario? ¿Realidad óntica? Muchas explicaciones -pocas, muy pocas, convincentes- para lo que algunos han llamado "el drama de la libertad" (Safranski).
Pero más allá de explicaciones -que rara vez consiguen su objetivo- los humanos preferimos imágenes. Las imágenes hablan en su propio lenguaje al alma.
De ahí la necesidad de personalizar al Mal.
Si en el post anterior mencionamos a Lilith, diablesa juguetona y perversa, hoy le toca a Lucifer.
El diablo por excelencia (diabolos, el que divide), el ángel caído y el más bello de la creación, el que osó desafiar a su creador, el que -según nos cuentan- nos tienta y nos arrastra al Mal con mayúsculas.
Curiosamente la fascinación que ejerce ha mudado de las imágenes del horror y el espanto (personificación de miedos ancestrales) a la "plástica" iconografía del deseo: hoy se nos muestra con el poderío de la seducción más que con el temor propio de la horripilación.
Alex Stevenson.
André Durand.
Arantzazu Martinez.
Agostino Arrivabene
F. von Stuck.
Gustave Doré
Miniatura medieval.
G. Geefs.
W. Blake.
Mihaly Zichy.
Odilon Redon