Algunas
personas (muchas entre mis círculos sociales) creen que la moralidad está pasada de moda; les produce bastante irritación pensar en un sistema de
“prohibiciones” que -según ellos- parecen confabularse para evitar el disfrute
de la vida o para amargar las diversiones.
Algunas
otras enarbolan la bandera de la moral tradicional y se erigen en defensoras de
principios y normas “sagradas” cuando en realidad lo que están defendiendo es
su particular código de valores (reconozco más mi posicionamiento -mal que me pese- en este segundo sector).
También
nos podemos encontrar con nutridos grupos que piensan que la ética no es
aplicable en un mundo tan complejo como en el que vivimos ya que normas simples
del tipo “no mentir”, “no robar”, “no matar”, se quedan muy cortas ante las ambiguas y líquidas realidades actuales.
En un seminario de Ética realizado en la Universidad
de Deusto y
en el que he tenido la oportunidad de participar como alumno hemos podido ver cómo los deontólogos, los que asumen la
vida como un sistema de normas, tienen una tarea inmensa en su intento de
adecuar normas y principios morales a las nuevas casuísticas a la vez que
intentan minimizar los posibles conflictos entre ellas.
También se nos ha
mostrado las fragilidades de algunos principios al analizarlos desde prismas
consecuencialistas o utilitaristas..
No
hemos abordado los planteamientos religiosos, pero todos tenemos clara
conciencia de cómo la religión -que hasta no hace tanto marcaba de forma
predominante las pautas éticas- parece haber perdido terreno irremediablemente,
al menos en las democracias occidentales (aunque sea absolutamente innegable el peso del cristianismo en
los valores occidentales; el Islam es, realmente, otro mundo).
Es
bastante común sostener que la ética es hoy en día tan relativa como relativa
es la civilización en la que vivimos.
Es
necesario reconocer que en pocos momentos históricos se ha producido tal efervescencia respecto a las cuestiones morales.
Desde
mi punto de vista uno de los mejores
análisis que he encontrado sobre la situación
actual se encuentra en el libro de Gilles Lipovetsky, “ El crepúsculo del deber, la ética
indolora en los nuevos tiempos democráticos"
Evidentemente
no es el único que analiza la situación de la moral o de la ética (aquí podría asemejarse su significado) en la
sociedad pos-moderna, pero en sus planteamientos encuentro puntos que considero claves para la comprensión de cómo se vive la moral/ética hoy.
Sus
análisis de los cambios estéticos, económicos y sociales son brillantes y en
concreto, en el libro mencionado, su diagnosis sobre la nueva moral en la
sociedades individualistas ofrece pistas más que suficientes para despejar la
situación.
No pretende decirnos lo
que debe ser la moral
sino que intenta explicar la manera en que, desde un punto de vista político y
social (desde mi punto de vista su visión es más sociológica que filosófica),
se funciona moralmente en nuestro días.
La idea de que parte Lipovetsky es que desde el siglo XVIII, es decir, desde la época de la Ilustración, se ha producido una profunda “laicización” de la moral.
En esa época se materializó un cambio muy complejo respecto a otros siglos puesto que por primera vez se desarrolló la idea de que la moral es posible sin Dios.
El autor mantiene la tesis de que este cambio esencial vino acompañado de otra idea sobre la cual se reestructuró toda la sociedad y que él llama el “culto al deber”.
La idea de que parte Lipovetsky es que desde el siglo XVIII, es decir, desde la época de la Ilustración, se ha producido una profunda “laicización” de la moral.
En esa época se materializó un cambio muy complejo respecto a otros siglos puesto que por primera vez se desarrolló la idea de que la moral es posible sin Dios.
El autor mantiene la tesis de que este cambio esencial vino acompañado de otra idea sobre la cual se reestructuró toda la sociedad y que él llama el “culto al deber”.
Lo
encuentra presente en el respeto a la nación, en la nueva voluntad
revolucionaria o en el compromiso político, pero también presente en las más
sencillas reglas de la vida cotidiana, privada, ya se trate tanto de la educación
de los críos como de la ordenación de las diversiones o, incluso, en los
comportamientos sexuales.
Describe
cómo entre ese fin del siglo XVIII y hasta más o menos los inicios de los años
cincuenta del pasado siglo, se desarrolló un
primer estadio de la secularización de la moral moderna, aunque constatando a
su vez que tal secularización no conllevó el establecimiento de una sociedad
más libre sino, más bien, todo lo contrario: el siglo XIX supuso la
implantación de una moral muy estricta, cargada de normas y obligaciones
respecto al trabajo, la patria, el sexo o la familia (paradigma de ello lo
constituirá la tristemente famosa “moral victoriana”).
Sólo a partir de la década de los cincuenta del siglo XX, entrando ya en la sociedad de consumo y de comunicación de masas, se produjo la gran trasformación: ya no será el deber, la obligación moral, el sacrificio lo que se considere importante sino el placer, el bienestar, la libertad, el ocio, el derecho del individuo a vivir como le plazca, a “cortarse su traje a medida”.
Sólo a partir de la década de los cincuenta del siglo XX, entrando ya en la sociedad de consumo y de comunicación de masas, se produjo la gran trasformación: ya no será el deber, la obligación moral, el sacrificio lo que se considere importante sino el placer, el bienestar, la libertad, el ocio, el derecho del individuo a vivir como le plazca, a “cortarse su traje a medida”.
Si
en la fase anterior predominó una cultura que de alguna manera glorificaba la
abnegación y la idea de que los seres humanos debían empeñarse en afanes
diferentes a uno mismo, en la fase de la sociedad de consumo se pone en primer
lugar la voluntad de ser libre y de gozar de la vida. “Es lo que vende”.
Este
movimiento se fue desarrollando con fuerza especialmente en las décadas de los sesenta
y setenta. La famosa “contracultura” tuvo su
particular brillo (más en USA que en otros países) y se expandió por casi todo
el planeta. Se atacaban las normas vigentes (aquella bobada de “se prohíbe
prohibir”, síntesis de toda una falta de rumbo) y se cuestionaban todos los valores
vigentes de la sociedad industrial.
Lipovetsky explica cómo el impulso transformador no se quedó ahí.
De hecho estaba llamando ya a las puertas la posmodernidad con sus particulares cuestionamientos. En los años ochenta reapareció un comportamiento de corte altruista junto con unas exigencias morales de distintos grados. Ejemplo de ello podrían ser los macro conciertos musicales con figuras de renombre mundial que se convocaban con fines loables que pedían por la ecología o los hambrientos de Etiopía o por las victimas del terrorismo pero también el auge imparable de los movimientos de ONG (organizaciones no gubernamentales) y otras plataformas similares.
De hecho estaba llamando ya a las puertas la posmodernidad con sus particulares cuestionamientos. En los años ochenta reapareció un comportamiento de corte altruista junto con unas exigencias morales de distintos grados. Ejemplo de ello podrían ser los macro conciertos musicales con figuras de renombre mundial que se convocaban con fines loables que pedían por la ecología o los hambrientos de Etiopía o por las victimas del terrorismo pero también el auge imparable de los movimientos de ONG (organizaciones no gubernamentales) y otras plataformas similares.
El
hedonismo cuasi-narcisista deja paso también al compromiso, al menos en cierto
grado.
En
los años sesenta la sola mención del vocablo “moral” producía sarpullidos, se
consideraba un defecto “burgués”; hoy en día se ha ampliado mucho el espectro
y se ha vuelto a hablar de fidelidad en la pareja, se habla sin cortapisas a
favor o en contra del aborto, se discute sobre biotecnología o sobre “muerte
digna”, sobre ecología o sobre
comportamientos éticos en la política o en el trabajo. No hay asunto sobre el
que no pueda arrojarse “luz” moral aunque ya no sea tan absoluta como en otras
épocas.
Como
bien señala Lipovetsky en la actualidad “es forzoso
rehabilitar la inteligencia de la ética,
que no prescribe la erradicación de los intereses personales sino su
moderación, que no exige el heroísmo del desinterés sino la búsqueda de
compromisos razonables, de “justas medidas” adaptadas a las circunstancias y a
los hombres tal como son. Si el moralismo es intolerable por su insensibilidad
hacia lo real individual y social, el neo-liberalismo económico fractura la
comunidad, crea una sociedad de dos velocidades, asegura la ley del más rico,
compromete el futuro. Más que nunca debemos rechazar la “ética de la
convicción” tanto como el amoralismo de la “mano invisible”, el beneficio de
una ética dialogada de la responsabilidad inclinada a la búsqueda de justos
equilibrios entre eficacia y equidad, beneficio e interés de los asalariados,
respeto del individuo y bien colectivo, presente y futuro, libertad y
solidaridad”.
Es muy atinada su descripción de lo que sucede y su conclusión es clara: hay una rehabilitación de algunas pautas
morales más que una vuelta a la moral “sacrificial”.
A
nadie se lo ocurre hoy pedir al individuo que se “sacrifique” por algo (más
bien te toman por tonto si aceptas algún “sacrificio”), mucho menos “morir por
un ideal” (el “héroe” queda definitivamente relegado a las cavernas del
inconsciente o a la exhibición cinematográfica).
Se trata más bien de consumir
“razonablemente”, de “cuidar” de manera “sostenible” el
ambiente, de reciclar,
de ser “comprensivo”, “tolerante”…. Todo “light”, of course, no vaya a ser que
se indigeste. Todo en honor a una “ética sin dolor”, a una moralidad sin
“sacrificio”.
Desde
luego comparto la mayoría de sus tesis y su análisis, análisis que tienen un
punto algo cínico pero que son sin duda
acertados (igual es más cínica mi interpretación de lo que realmente lo es su
planteamiento).
Es
verdad que el hiper-desarrollo del individualismo –que en algún momento pareció
totalmente negativo- ha desembocado en algunas pautas interesantes; hoy en día
se tiene más cuidado de uno mismo y tratamos de protegernos lo más posible de
los continuos bombardeos de la sociedad (en un constante y omnipresente ataque
“mediático”); ha decrecido también el consumo cuantitativo (que rozaba la
compulsión) y parece que se potencia un consumo cualitativo, mucho más
relacionado con la búsqueda de la auto-diferenciación y de la propia
autonomía…… pero seguimos pautas de CONSUMO, de MERCADO.
Hay pues una instrumentalización de lo humano.
No parece que logremos plantearnos otros niveles (las palabras de Iñigo de Miguel en el mencionado seminario de Ética parecen corroborar esta opinión). Actuamos –en ocasiones- como hámsteres dando vueltas y vueltas en un sistema que criticamos pero, a la hora de la verdad, la crítica versa más sobre el tamaño y color de la jaula, o en la comparación con la jaula ajena (aquél la tiene más "grande", el de más haya más “chula”) que en un verdadero cuestionamiento del sistema.
Hay pues una instrumentalización de lo humano.
No parece que logremos plantearnos otros niveles (las palabras de Iñigo de Miguel en el mencionado seminario de Ética parecen corroborar esta opinión). Actuamos –en ocasiones- como hámsteres dando vueltas y vueltas en un sistema que criticamos pero, a la hora de la verdad, la crítica versa más sobre el tamaño y color de la jaula, o en la comparación con la jaula ajena (aquél la tiene más "grande", el de más haya más “chula”) que en un verdadero cuestionamiento del sistema.
Los
grandes planteamientos éticos todavía parecen incordiar a pesar de la demanda
de "neo-valores" detectada por Lipovetsky. Soy menos optimista que él en cuanto
al panorama “moral” lo que no quita que comparta criterios y valores con
muchas personas que sí aspiran a un cierto paradigma ético que, evidentemente, deberá adaptarse a la realidad humana a la
que tiene que servir ya que no existe moralidad o ética sin seres humanos
concretos, pero teniendo en cuenta que adaptarse no debería significar nunca una
relativización constante de su valor
hasta el extremo de neutralizar su utilidad.
Entrada revisada a 6 de enero del 2019.
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Autor: Javier Nebot, Enero 2014.Entrada revisada a 6 de enero del 2019.
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