jueves, 22 de noviembre de 2018

Lugares (32): Israel; Qumrán, Jordán y Beit Shean.

Después de disfrutar de Masada y de las apabullantes panorámicas que desde allí se pueden divisar, aprovechamos la cercanía para visitar un lugar también muy interesante desde el punto de vista arqueológico -y teológico- ya que allí se encontraron, por puro azar, a mediados de los años cuarenta (concretamente el primer descubrimiento en 1947) un conjunto de pergaminos que han tenido gran importancia para el conocimiento del siglo primero y de los textos bíblicos escritos en un contexto esenio (aunque al principio se discutió mucho la vinculación de este sitio arqueológico con dicha secta judía), con el interés añadido de ser documentos prácticamente coetáneos con Jesús de Nazareth y con su movimiento de renovación religiosa.
Se trata de Qumrán, en plano desierto de Judea.
Allí durante el reinado de Juan Hircano (o quizás un poco antes), entre el 134 y 104 a.C. se construyó un gran complejo habitacional para la comunidad esenia y se mantuvo más o menos en activo hasta un poco antes de la destrucción de Jerusalén por Tito, siendo arrasado por las tropas romanas con el objeto de evitar focos de resistencia y cualquier tipo de insurrección posterior.
Los hechos son bien conocidos:
En 1947, en el Wadi Qumrán, junto al Mar Muerto se encontraron en diversas cuevas (11 en total) unas jarras de cerámica que contenían infinidad de textos escritos en hebreo, arameo y griego.
Los expertos han determinado que dichos escritos fueron redactados -o copiados- entre el siglo II a.C y la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. Con los miles de fragmentos que contenían las jarras los estudiosos han logrado reconstruir varios textos del Antiguo Testamento (no en su totalidad pero si lo suficiente como para poder reconocer sin problemas de que libros se trataba y parece ser que hay constancia de todos menos del libro de Esther), libros judíos no canónicos y otros desconocidos hasta el momento del descubrimiento. También, escritos que se podrían considerar propios del movimiento esenio.
Lo que NO se ha encontrado allí, a pesar de la insistencia de algunos "conspiracionistas", son textos del -en aquel momento- futuro nuevo Testamento (que se escribirían posteriormente y mucho más tarde todavía se convertirían en canónicos) ni ningún escrito que pueda considerarse cristiano. De hecho diversos especialistas coinciden en negar la posible vinculación entre el movimiento esenio y el movimiento de Jesús aunque especular sobre influencias, formaciones pasadas o tendencias  entre las muchas que recibieron algunos de sus discípulos y seguidores es fácil y tentador.
Fueron necesarias cinco expediciones arqueológicas (entre 1951 a 1956) para poder sacar a la luz todas las ruinas de Qumrán. Lo que hoy puede observar el visitante, sin ser "espectacular" en el sentido habitual del término si merece una observación atenta y, muy probablemente, se contextualiza mejor recibiendo una información experta.
Las explicaciones -detalladas y extensas- de los guías/profesores de PAUSANIAS (Javier Alonso y Manolo Cimadevilla) fueron escuchadas con gran atención por parte de los viajeros del grupo.
De la guía/manual que nos facilitaron extraigo un fragmento sobre la regla de la Comunidad esenia:
"Los esenios forman una comunidad exclusiva de puros o elegidos que "se han separado de la congregación de los hombres de iniquidad, para formar una comunidad en la Ley y en los bienes....y para participar en el alimento puro de los hombres de santidad" (1QS 5, 1-2. 13). Evidentemente tienen unos rituales de iniciación y purificación donde son importantes los bautismos, pero el centro de su vida es la comida: "En todo lugar donde haya diez hombres del consejo de la comunidad, no falte un sacerdote. Cada uno según su rango, se sentará ante él; y así se les pedirá su consejo en todo asunto. Y cuando preparen la mesa para comer o el mosto para beber, el sacerdote extenderá su mano el primero para bendecir las primicias del pan y del mosto..." (cf. 1QS VI, 4-8). Estos esenios forman una comunidad de pureza, centrada en el estudio de la Ley y la comida ritual, entendida como culto. No realizan sacrificios de animales. El signo de Dios es la comida diaria, no sólo del pan necesario, sino también del vino, que es quizá un signo de que ha llegado el fin de los tiempos: ellos, los miembros de la comunidad, se sienten portadores y beneficiarios de la salvación de Dios. Ciertamente, el grupo esenio de Qumrán sigue esperando la llegada de los últimos días. Pero, al mismo tiempo, anticipa y expresa con su vida la plenitud futura".




Las principales referencias antiguas que tenemos de los esenios fueron citadas por cronistas judíos como Filón de Alejandría y Flavio Josefo, aunque también los menciona Plinio el Viejo.
Según estos escritos dicha secta tenía unos pocos miles de seguidores (alrededor de 4000) repartidos por diferentes puntos de Palestina.
Se mostraban totalmente opuestos a la helenización que observaban de la cultura judía y eran prácticamente  fundamentalistas en el cumplimiento de la Ley. Solían vivir en casas comunales. Solo los hombres podían entrar en dicha secta y era necesario, como es habitual en este tipo de movimientos radicales, pasar por un periodo de prueba antes de ser admitido como miembro de pleno derecho. Al entrar los nuevos adeptos renunciaban a sus posesiones anteriores (generalmente las donaban) y cualquier ganancia posterior pasaba a poder de la comunidad.
Se piensa que ante las calamidades que estaban sucediendo  los Manuscritos del Mar muerto se escondieron  en las cuevas alrededor del pueblo hacia el 68 a 70 d.C.
Las especiales condiciones climáticas de la zona han contribuido al milagro de preservar tales documentos -con mayor o menor deterioro- hasta nuestros días.
En la actualidad prácticamente todos están ya digitalizados y a disposición de los estudiosos.

En el momento de la visita, la temperatura, al igual que en Masada, superaba los cuarenta grados.
¡Todo un reto para el viajero!
Terminada la visita acudimos para comer a un chiringuito turístico en las orillas del Mar Muerto.
Como todo lo excesivamente turístico, mercantilización forzada y masificada, poca oferta y mucho barullo. Bastante deprimente. Tanto como el penoso rito de bañarse en una zona acotada -y mínima- del Mar muerto por aquello de lodazarse con los barros lugareños.
De no haber estado tan arremolinados como si estuviéramos en una bañera, quizás -solo quizás-la experiencia hubiese sido "graciosa" pero, créanme, no merece la pena.
Las tiendas de chuminadas para el consumo del agotado turista no ofrecen nada especial, salvo el precio que es bastante alto; las sales del mar muerto......pues, como en todo habrá calidades, pero las que se vendían no parecían tener más atractivo que el mero hecho de ser de allí (quiero suponer). En fin turistas somos y, con agencia especializada y todo, se paga el precio del deseo mayoritario marcado por los diversos tours (o del que marcan inexcusablemente los grandes tour operadores).
Después de cenar y pasar la noche  en un buen hotel iniciamos al día siguiente la marcha hacia un punto históricamente muy interesante, Beit Shean.

De camino paramos en un centro religioso cristiano a las orillas del Jordán.
Fieles de distintos lugares del mundo (fundamentalmente americanos y filipinos en el momento de la visita), renovaban sus votos bautismales introduciéndose -como indica la tradición- en las aguas del río en el que se supone bautizaba Juan el Bautista y en dónde Jesús de Nazareth, después de sumergirse en el río, recibió el testigo de parte de Juan y decidió iniciar sus enseñanzas públicas.



Beat Shean fue una ciudad clave en su época porque se hallaba situada en el trayecto de una antiquísima ruta comercial que iba desde los países del Oriente, más o menos próximo, al Mediterráneo: la Vía Maris.
Dada su excelente ubicación estratégica el enclave fue habitado desde tiempos muy antiguos. 
De hecho se tiene constancia -hay 18 estratos arqueológicos estudiados- que desde finales del neolítico, unos 5000 años a.C., ya estuvo habitada. 
Algunos especialistas creen reconocer el lugar en los textos de execración del Imperio Medio Egipcio (2134-1991 a. C.), aunque la referencia cierta y contrastada a la ciudad se encuentra en la lista de ciudades cananeas que fueron conquistadas y fortificadas por el faraón Tutmosis III (1504-1450 a.C.)
El libro de Josúe y el libro de los Jueces hablan de esta localidad, por lo que parece excluyéndola de la lista de ciudades que cayeron en manos de los israelitas. En Samuel I se cuenta la ocupación filistea (a principios de la Edad de Hierro), pero no mucho después cayó en manos de los israelitas y el primer libro de los Reyes la menciona como parte del reino de Salomón. 
Posteriormente, cuando se produjo la división del reino de Israel en los reinos de Israel y Judea, la ciudad fue conquistada por los ejércitos egipcios del faraón Sheshonq (945-924 a.C.).



Durante algunos siglos la ciudad parece que cayó en cierto olvido -al menos no aparece en referencias históricas- hasta que los ejércitos macedonios del ínclito Alejandro Magno la conquistaron, la "bajaron" del Tell en el que estaba ubicada, reubicándola en la planicie circundante y la rebautizaron como Escitópolis.
Posteriormente la ciudad se convirtió en parte del inmenso Imperio romano, siendo Pompeyo el Grande el que la incluyó en la Decápolis.
Los restos que puede admirar hoy el viajero son, en su mayoría, parte de esa herencia grecolatina y, a pesar del tiempo transcurrido y de los estragos del trasiego de civilizaciones y del impacto de fenómenos naturales (la ciudad fue casi destruida en el 749 d.C por un fuerte terremoto), todavía impactan.
https://www.youtube.com/watch?v=hut_p_SKHao


Parece ser que hubo un cierto resurgimiento de la ciudad durante la época de las Cruzadas y que durante el reinado de Saladino una comunidad judía estuvo asentada allí, pero -como he dicho un poco más arriba- los restos arqueológicos que despiertan mayor interés -por su importancia- son los vestigios greco-romanos.
Conocida también como Nysa, Escitópolis albergó grandes obras arquitectónicas. La ciudad se extendió a los pies del tell con la clásica estructura cuadriculada del urbanismo romano aunque adaptándose a la peculiaridades del terreno. La maqueta general que se encuentra al inicio del Parque Nacional permite re-imaginar la época gloriosa de la ciudad, así como las pequeñas maquetas que se sitúan en sitios estratégicos ayuda a visualizar determinados edificios.

Las calles principales de Escitópolis estaban en casi toda su longitud ocupadas por grandes arcadas que protegían de las posibles inclemencias del tiempo y daban paso a tiendas de todo tipo y a los edificios públicos más relevantes.
Por descontado, la existencia de baños públicos -los que se encuentran aquí son considerados los más grandes de Israel-, diversos complejos deportivos y templos varios hacían de la ciudad un foco de atracción (o abominación según el talante del personal) y la convertían en un escaparate de las virtudes de la civilización romana.
El gran teatro -muy bien conservado- fue construido entre el 180 y el 280 d.C.
El escenario o pulpitum se adornó con mármoles y granitos de Asia menor y Grecia.
Su buena acústica todavía sorprende.







El empedrado se encuentra en algunas zonas perfectamente conservado y da buena muestra de la capacidad arquitectónica de los constructores de esa época.
El arbolito que se encuentra en lo alto del Tell es un guiño a la modernidad, no una reliquia petrificada. Aquí se rodaron algunas escenas de la famosa Jesucristo Superstar, concretamente el ahorcamiento de Judas después de vender por treinta monedas a su maestro, atribulado por los remordimientos y el árbol se ha quedado allí como testigo mudo de la simbiosis arqueología/cine.
Visto desde la ciudad no cabe duda de que tiene cierto impacto en su hierática soledad.....visto de cerca, desmerece (¡como tantas cosas!)




Las dimensiones espectaculares de algunas columnas permiten hacerse una idea de la majestuosidad que en su día debieron mostrar muchos edificios de la ciudad.


La avenida principal recuerda a Éfeso y a otras ciudades romanas.
Durante siglos la permanencia de lo que hoy llamamos clásico contribuyó sobremanera a crear una sensación de cultura común y de supervivencia en el tiempo. Las grandes obras se hacían para durar no ya décadas sino siglos y durante generaciones el contexto artístico/habitacional ayudaba a sentirse "romano" y "civilizado" (con todas las excepciones que -en estos tiempos de obsesionada diversidad- se puedan y quieran mencionar).
Restos de un fortín/templo egipcio, en lo alto del Tell.
El árbol del arrepentimiento.





No hay excesiva unanimidad, pero algunos arqueólogos piensan que los restos de la muralla que se encuentran diseminados por los alrededores de la ciudad se deben a los bizantinos ya que no hay constancia de que la ciudad romana estuviese fortificada.
Texto y fotos:

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