Francia incendia Europa (cont. contexto histórico).
La masonería, institución medieval, tuvo también en esta época su momento de auge ya que
experimentó una profunda transformación, pasando a ser una sociedad imbuida de principios ilustrados (al menos en principio), que contribuyó mucho (aunque, quizás. de manera equivocada) a la difusión de los mismos por
toda Europa.
La Gran Logia de Inglaterra se fundó en 1717; la primera de París
fue fundada en 1732 e incluso antes lo fue la de Madrid, en 1729. Claro que, para placer de los amantes de las conspiraciones y demás “manos negras” (que haber las hubo especialmente en el primer tercio del siglo XIX), hay que
constatar también el hecho de que junto a la masonería propiamente dicha aparecieron también todo tipo de sectas (todavía más herméticas, o cabalísticas, o eclécticas
o místicas) en donde –como es habitual incluso en nuestros días- todo tipo de
charlatanes y farfulleros hicieron su agosto y se movieron en ellas con habilidad y soltura.....contribuyendo
más al demérito de la institución en sí que a otra cosa y creando una aureola de sinsorguez (al menos para el común de los los mortales) que he llegado hasta nuestros días.
(89) MASONERÍA - YouTube
(89) Historia viva. La Francmasonería. - YouTube
En España la adopción del espíritu ilustrado por parte de las clases altas generó
una profunda división entre los partidarios de defender los ideales tradicionales
(amparados en la cobertura del catolicismo más rancio, tradicional y fundamentalista) y los
seguidores de las nuevas ideas ilustradas que pretendían, además, reformar el
país en todos los órdenes (dentro del espíritu progresista que adoptó en toda
Europa la Ilustración, aunque sea cuestión discutida y discutible hoy en día).
Pagina nueva 1 (uned.es)
Hubo algunos intentos de conciliar valores nuevos y catolicismo pero, en general, España se sumió durante siglos en una lucha de bandos
opuestos que no logró conciliarse hasta mucho después de la guerra civil (y
habrá que ver si esa conciliación se mantiene).
Quisiera puntualizar aquí que, a pesar de los expuesto hasta ahora, el panorama
de las ideas ilustradas fue más limitado de lo que pudiera parecer ya que no cabe
duda de que su incidencia sobre las masas fue muy minoritaria; se trató, más
bien, de un movimiento restringido y controlado por minorías muy formadas, generalmente pertenecientes a las propias clases superiores, ya fuese por su ascendencia o por sus riquezas. Por su parte, tanto los gobiernos como las iglesias
vieron en el pensamiento ilustrado una amenaza y ni unos ni otras se quedaron sin hacer lo que se dice nada, más bien intentaron movilizar amplios sectores sociales a su favor y atizaron el fantasma del miedo ante los cambios (lo que si dice un "clásico").
Para finalizar este apartado señalar que uno de los objetivos de ataque más codiciados por los ilustrados lo constituyeron los jesuitas (1), ya que para muchos ellos eran la representación más preclara del poder papal.
En el acoso contra los jesuitas contaron no
solo las quejas fundamentadas sino todo tipo de increíbles calumnias. Se trataba
de derribar la orden fuese cómo fuese. La primera expulsión se materializó en
Portugal, en 1758; en Francia primero se les prohibió ejercer la enseñanza y posteriormente se les expulsó en 1764. Poco después siguió el mismo rumbo
España, donde Carlos III firmó orden de expulsión de la península y todas
sus colonias en 1767.
Además, ilustrados españoles como Floridablanca ejercieron fuertes presiones ante el Papa Clemente XIV y consiguieron que éste
firmara la extinción de la Compañía de Jesús en 1773 (Dominus ac Redemptor).
A río revuelto siempre hay ganancia de pescadores avispados y el lugar de
los jesuitas fue rápidamente aprovechado por los Escolapios y los Salesianos.
Desde luego, no todos los miembros de la Iglesia eran furibundos anti-ilustrados.
Jansenistas y seguidores de Bolandistas y Maurinos intentaron movimientos de
reforma asumiendo algunos de los nuevos principios, pero hay que reconocer
que se evolucionó hacia una religiosidad más pietista que transformadora,
surgiendo devociones como la del Sagrado Corazón de Jesús, cuya imagen
todavía perdura con cierto éxito en algunas puertas de nuestro país.
Devoción por devoción, los ataques ilustrados consistieron en muchas ocasiones
en sustituir unas por otras de distinta índole, ya que no consiguieron apartar al
pueblo de sus creencias tradicionales (curioso ejemplo de cambio fue el exjesuita Marín que se encargó de componer el discurso de Robespierre en la fiesta
del Ser Supremo -como dice el dicho: no hay peor puta que la que antes ha sido monja-).
Tiempos de transición en que se fueron enervando hasta llegar a una de las
mayores convulsiones sufridas por Europa.
-La Revolución Francesa.
En Francia se mezclaron, como hemos visto ya, buena parte de los ingredientes
que hicieron estallar antes que en ningún otro sitio una revolución. Ya me he referido anteriormente a la opinión de Fusi sobre la complejidad de las causas de
la misma y, desde luego, no es este el sitio para tratarlas, sólo quiero hacer constar cómo en
ella se forjaron los fundamentos del mundo actual, y por ello su estallido es considerado como la línea divisoria entre el Antiguo régimen y la Época contemporánea.
El tristemente famoso Luis XVI se encontró en un remolino de situaciones que ni
él ni sus ministros supieron resolver atinadamente. El país se encontraba en un
estado pre-revolucionario después de una serie de malas cosechas y sometido
a la carga de unos impuestos agobiantes de los que tanto nobles como clérigos
estaban exentos.
Cuando el rey decidió convocar los Estados generales debido a lo complicado
de la situación y ante la necesidad de recabar más impuestos se encontró con
que los miembros del tercer estado (médicos, abogados, pequeños terratenientes, etc.) se negaban a que se les considerase tan sólo como un tercio debido a la gran conciencia que tenían ya de su peso e importancia y su clara determinación para ser protagonistas de las decisiones a tomar ante la crisis. Se constituyeron en Asamblea Nacional e invitaron a los nobles y al clero a que se unieran a ellos. Cuando Luis les prohibió reunirse en su lugar habitual, se trasladaron
a una pista de tenis al aire libre, y allí realizaron su famoso Juramento del Juego
de Pelota (2), por el que acordaron no disolverse hasta dotar al país de una
constitución.
Después de que las cosechas se echaran a perder en el otoño de
1788, el precio del pan se incrementó hasta alcanzar unas cifras disparatadas, y
el pueblo, que se moría de hambre, estalló.
El 14 de julio de 1789 la multitud
asaltó e incendió la famosa prisión de la Bastilla, hecho al que seguirían muchos alzamientos por todo el país.
La Revolución ya estaba en marcha y los interesados en acelerarla no se durmieron en los laureles: la respuesta de la Asamblea nacional fue la de suprimir la exención de impuestos de los nobles y el clero,
y la publicación de una Declaración de los Derechos del Hombre, escrita en
un tono triunfal y tan desafiante como la declaración de Independencia de los
Norteamericanos.
A partir de ese momento, los hechos se sucedieron a una velocidad de vértigo y
despertaron de golpe a una Francia que no se acababa de creer ni de ver por
dónde venían los cambios. En Octubre de 1789 cientos de mujeres recorrieron
los treinta kilómetros que separaban París de Versalles para exigir que se les
diera pan, y por poco consiguen linchar a la reina. No se sabe con certeza si
María Antonieta formuló la famosa frase de “si no tienen pan que coman torta”
pero, desde luego, se granjeo de todo menos simpatías entre sus súbditos. La
pareja real huyó viendo el cariz que tomaban los acontecimientos pero fue capturada y devuelta a París de manera bastante ignominiosa.
La Asamblea Nacional confiscó las tierras de la Iglesia, abolió la esclavitud en las colonias americanas y confeccionó la constitución que había prometido y que, como buena
constitución burguesa no dio el voto a todo el pueblo (eso tardaría casi un siglo
en materializarse) sino que lo concedió a todos aquellos contribuyentes que
tuvieran un determinada posición económica.
Año y medio después, la misma Asamblea juzgó y condenó al rey, que sería decapitado públicamente con la recién inventada guillotina (3).
Es evidente que los dirigentes de la nueva república tuvieron que enfrentarse a
una férrea oposición por parte de aquellos sectores que veían cómo se ponía en
peligro no solo su estatus o sus bienes sino, también, sus vidas.
Se encontraron
además con que los países vecinos no veían con muy buenos ojos los acontecimientos revolucionarios que podrían contagiarse a sus poblaciones y acabar
con sus propias cabezas, por lo que reaccionaron violentamente.
Entre 1793 y
1794, el Comité de Seguridad pública instituyó un reinado de terror, durante el
cual se produjeron una enorme cantidad de barbaridades.
Se calcula que en ese
breve periodo fueron más de veinte mil las personas que tuvieron que seguir los pasos de los reyes franceses y morir guillotinados.
Un verdadero baño de sangre que tiñó de rojo una revolución que prometía igualdad, fraternidad y libertad pero que, evidentemente, no supo consolidarlas de otra manera que no fuese cortando cabezas.
Un ejemplo del pobre espíritu de algunos revolucionarios lo constituye la ejecución del científico Lavoisier. Antoine-Laurent de Lavoisier es conocido como el
padre de la química moderna.
Cuando tenía tan solo 23 años de edad, recibió la
Medalla de Oro de la Academia de Ciencias por un ensayo en el que planteaba
los mejores métodos para iluminar una ciudad de pequeño tamaño. Construyó y
dirigió un afamado laboratorio que se convirtió en lugar de encuentro para los
científicos más destacados de la época y que recibió la visita de los más afamados viajeros del momento, personajes de la talla de Benjamín Franklin o Thomas Jefferson. Para poder sufragar los gastos de su laboratorio Lavoisier tuvo
que conseguir un trabajo como gestor de impuestos en nombre del estado y por ello su
imagen ante el Tribunal revolucionario se volvió bastante quebradiza. Si a eso añadimos
la enemistad con un científico claramente inferior a él -aunque con el tiempo
adquirió fama por otras actividades-, llamado Jean-Paul Marat, que le denunció
para ajustar cuentas pendientes, su suerte (mala) quedó claramente echada: en la mañana
del 8 de mayo de 1794 fue juzgado y condenado a muerte cuando solo contaba
53 años. Cuando solicitó que la sentencia se postergase un par de semanas para
poder finalizar uno de sus experimentos, el juez que presidía la mesa le respondió: “La revolución no necesita de científicos”. ¡Toda una contradicción en
una revolución que nació de un espíritu ilustrado que reclamaba la ciencia y el
progreso como uno de sus valores más determinantes! (4).
Con todo, poderosas luces y tenebrosas sombras, la Revolución francesa marcó el inicio de una nueva
manera de entender la realidad que convulsionó todo el siglo XIX, pero que
permitió que las sociedades evolucionasen hacia formas sociopolíticas más
democráticas y que el pensamiento se adentrase, en su afán de progreso, en
territorios hasta entonces inimaginables.
Sin duda, crearon y desarrollaron los pilares sobre los que se sostiene y desarrolla la sociedad actual.
El cine ha dedicado muchas y muy buenas películas a estos acontecimientos. A
algunas de ellas ya me he referido a ellas anteriormente en las entradas precedentes.
Otras quedarán para
un análisis posterior (“Marat-Sade” (1967); “Historia de dos ciudades” (1935); o
“Quills” (2000)).
Para finalizar estos posts dedicados a la vision del cine sobre el siglo XVIII me gustaría reseñar tres películas que, desde mi punto de vista, son muy significativas (aunque de diferente "valor"): “Las amistades peligrosas” de Stephen Frears (1988); “El pacto de los lobos” de Cristopher Gans (2001) y “La
duquesa” de Saul Dibb (2008) (5).
Sobre ellas hablaremos en los dos próximas entradas.
-continuará-
Notas:
(1) Sobre la expulsión de los jesuitas:
(3) Sobre la muerte de Luis XVI:
Sobre la Revolución Francesa:
(4) La anécdota la cuenta Cyril Aydon en “Historia del Hombre”. Barcelona 2009
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