miércoles, 21 de diciembre de 2022

Opinión personal (105): Acercamiento a la imagen del mito en el arte de ayer y de hoy (2).

 Acercamiento general al mito en el arte. 

La iconografía clásica, como bien señala Miguel Ángel Elvira en su libro –imprescindible- “Arte y mito. Manual de iconografía clásica” (2013): “tiene un principio muy fácil de definir: el marcado por las primeras figuraciones de la Edad Oscura de Grecia(p.19)

Sobre la base primitiva de carácter neolítico que existía en Grecia a principios del II milenio a.C., llegaron a Europa (y a los Balcanes, más concretamente) dioses muy diferentes traídos desde el norte. Los pueblos indoeuropeos, que se extendieron y asentaron sobre lo que hoy es Grecia, Albania y Turquía, aportaron una religión basada en númenes masculinos (divinidades de la mitología clásica que protegían lugares) vinculados a su organización nómada, patriarcal y pastoril (1). 

La fusión de lo ya existente con lo nuevo, generó culturas desconocidas hasta hace muy poco tiempo (micénicos y minoicos, entre otros pueblos) (2). Se crearon gestas de suficiente calibre y calado como para que los poetas (y las generaciones de oyentes) las inmortalizasen en historias y epopeyas que se han contado durante siglos. Las proezas de aquellos hombres y de sus dioses han sobrevivido a periodos de oscuridad y a todo tipo de catástrofes y todavía hoy se leen y se admiran (3).

 La Ilíada y la Odisea nos muestran un mundo extinguido hace tres mil años, pero cuyo impacto ha sobrevivido al paso del tiempo y ha calado profundamente en nuestra imaginación. 

Evidentemente, toda esa cosmogonía NO se desarrolló de un día para otro. Experimentó cambios, evoluciones y diversas adaptaciones. El afán explorador y colonizador de los pueblos griegos contribuyó, sin duda, a la difusión de su particular mitología por todo el mediterráneo. Por contagio, por fascinación o por una suma de ambos, muchos pueblos de su área de influencia se plantearon la posible correspondencia entre los dioses de los helénicos y los suyos

Los etruscos y los romanos, especialmente, exploraron a fondo esas posibilidades de vinculación y encontraron conexiones convincentes, potenciando y manteniendo en el tiempo un panteón de dioses y héroes que, sin duda, se volvió arquetípico (4). Zeus y Atenea fueron inmortalizados, más si cabe al ser tallados en piedra, por Fidias. Hera, por Policleto; Afrodita por Praxiteles y Hércules por Scopas y Lisipo.


Estas estatuas –y otras muchas- fueron copiadas y copiadas sin descanso. 
Las imágenes de los dioses sobrevivieron así hasta la actualidad y se han incorporado al imaginario común, no sólo porque estén salvaguardadas en los museos, veneradas como obras de arte, sino, también, porque el séptimo arte –el cine- decidió darles una nueva vida en innumerables ocasiones, para gustos de adolescentes y forofos de lo extraordinario, perpetuando su recuerdo en la memoria de todos, aunque sin las implicaciones religiosas que tuvieron en su origen (5). 
Pero, antes de llegar a las imágenes del siglo XX y XXI, permítanme, trazar las líneas generales que nos vinculan con el pasado. Tal y como refiere el ya citado Miguel Ángel Elvira (2013) (6), la iconografía clásica prácticamente desapareció entre los siglos VIII y XII

En el contexto europeo, el cristianismo y el islamismo coparon la realidad artística (de muy diferente forma) y, tanto en uno como en otro, la mitología grecolatina no tuvo lugar, sentido ni valoración positiva alguna. Con la llegada del Renacimiento, primero en Italia y después en toda Europa, se empezó a redescubrir (y valorar en extremo) la belleza del pasado perdido y, poco a poco, pero con un intenso afán, se desenterraron –literalmente- obras dadas por desaparecidas durante siglos. 
Obras que entusiasmaron a los artistas del quattrocento y del cinquecento y que les impulsaron a recuperar los parámetros de la belleza clásica y llevarla a nuevos (y a veces increíbles) límites


El Barroco tiñó de luces y sombras (también literalmente) ese deslumbramiento renacentista, otorgándole más cercanía, humanidad y algunas dosis de misterio aunque, acabado su tiempo, el rococó imprimió un giro y prefirió poner la nota frívola y decorativista, tanto en el arte como en muchos de los mitos que éste reflejaba. 
 Sin embargo, un nuevo redescubrimiento y valoración del pasado grecolatino, propició la aparición de una tendencia artística, conocida comúnmente como Neoclasicismo, que consideró esencial y prioritario volver a las fuentes originales después de la banalización impuesta en el arte por los artistas de las décadas prerrevolucionarias del siglo XVIII. 
El descubrimiento de Pompeya y Herculano supuso, en este sentido, un verdadero punto de inflexión cara a la valoración de lo clásico (7). Además, contribuyó a ello la figura de un teórico del arte, Joham Joachim Winckelmann, cuya poderosa influencia se extendió prácticamente hasta principios del siglo XX y cuyas tesis marcaron indeleblemente la forma en la que vemos, incluso hoy, el arte griego y romano (8).


Para Winckelmann, el ideal de belleza griego se encontraba, sobre todo, en las esculturas griegas de líneas muy puras y en los vasos de cerámica. Por lo que cuentan algunos cronistas estaba perdidamente enamorado del Apolo de Belvedere.


Su pasión, desmesurada, por el arte griego marcó el gusto de su época y fue determinante para establecer un nuevo canon clásico. 
Claro que, como bien demuestra el paso de la historia, toda tendencia que se impone acaba generando movimientos alternativos de reacción y, como el neoclasicismo se convirtió durante mucho tiempo en el modelo e ideal a seguir por todo el academicismo imperante, no tardaron en surgir en el siglo XIX movimientos contestatarios con pretensiones de erradicar lo que consideraban que estaba ya caduco y superado. 

Tanto los románticos, como los realistas y después de ellos los impresionistas, reaccionaron contra el arte oficial y contra lo que de cultura greco-latina sobrevivía en él. 
Pero, como bien saben todos los que disfrutan del arte, el siglo XIX fue un siglo sumamente complejo y desbordante desde todos los puntos de vista, incluido el artístico y junto con los nuevos movimientos coexistieron otros que reivindicaban la belleza intemporal del pasado e, incluso, todo el pasado clásico. 
Pintores como Jean-Leon Gerôme o Alma Tadema, por poner solo dos ejemplos paradigmáticos, triunfaron en su momento mostrando un mundo fenecido, pero, con diferencia, mucho más bello que el que mostraba el industrialismo imperante –salvaje- con su afán obsesivo por el beneficio, por la reproducción en serie y con sus constantes y rápidos cambios.


El siglo XX, pletórico de vanguardias y adorador de la innovación permanente, olvidaría en sus obras los temas mitológicos aunque, como veremos, estos no han desaparecido, ni muchos menos, de la iconografía pictórica, mantenida por los realistas de hoy y potenciada, muchas veces por el "arte" publicitario y la imaginería consumista.

Notas
(1). Los estudios de Josep Cambell y Walter Burkert son absolutamente claves en este sentido, aunque en cualquier manual de historia actual se pueden encontrar referencias al impacto que la llegada de los pueblos arios causó en las diversas zonas en las que se asentaron y sobre como el proceso de conquista e inter-culturización que se produjo fue de tal magnitud que modificó sustancialmente las religiones y modos de vida de las civilizaciones y culturas conquistadas. 
(2). El descubrimiento, a principios del pasado siglo XX, de las civilizaciones minoicas y micénicas, por parte de Arthur John Evans y Heinrich Schliemann respectivamente, modificó las concepciones que se tenían sobre la Grecia Arcaica y la Edad oscura. La comprensión actual de realidades tan lejanas y de la forma en las que están construían sus particulares mitologías, siendo escasa, es infinitamente superior a la que se tenía hace unas cuantas décadas. Son cuestiones trascendentales porque de esa compresión se obtienen también datos sobre cómo se vivía, sobre cómo se pensaba, sobre cómo se comunicaban entre ellos (costumbres y valores) y sobre lo que el arte significaba para en sus culturas. Desde un punto de vista histórico y literario, Bernardo Souviron ofrece tesis sumamente interesantes en su obra “Hijos de Homero” (2006). Desde el punto de vista de la construcción de valores, significados y simbologías Jordan B. Peterson ha ahondado con clarividencia en su libro “Mapas de sentidos. La arquitectura de la creencia”. (2019). 
(3). Glosar la importancia cultural y literaria de la Ilíada y de la Odisea parece superfluo a pesar del olvido y desprecio actual al que se somete la cultura clásica. Su trascendencia, como sabemos todos, ha sido realmente enorme y buena parte de nuestro imaginario compartido está repleto de lugares comunes que han permanecido en nuestras mentes durante siglos, aunque a veces lo hayamos olvidado o no tengamos conciencia exacta de su procedencia. La fábrica de mitos actual, el cine, se encarga cada dos por tres de efectuar revisiones o relecturas, más o menos acertadas o más o menos descerebradas según el caso, aprovechando ese eco o recuerdo, pero tanto los dioses del Olimpo como los héroes griegos (Aquiles, Áyax, Odiseo etc.) parece que sobreviven con un envidiable grado de buena salud teniendo en cuenta que tienen casi tres mil años, independientemente de cómo les tratemos.
(4). El ya mencionado Jung y todos sus seguidores de la Escuela o Círculo de Eranos mantienen viva la “devoción” hacia los arquetipos y trabajan para que la comprensión de los mismos sea cada vez mayor. Autores como, entre otros, James Hillmann, Marie Louise Von Franz, Pierre Hadot, Walter Burkert y, posteriormente, Richard Tarnas, Patrick Harpur o Thomas Moore, dan buena muestra de la vigencia e influencia de los arquetipos, a pesar de que muchas veces, cayendo en adanismos simplones renunciemos a ellos. 
(5). El tratamiento cinematográfico de la mitología requeriría otro estudio. Mitos, readaptados o no, han plagado la pantalla, desde que el cine es cine, en infinidad de ocasiones (y con mayor o menor fortuna porque muchas veces han sido simple carnaza para péplums de tres al cuarto. ¡Si Hércules levantase la cabeza!). Interesante es el tratamiento de Roman Gubern en su libro “Espejo de fantasmas” (1993), como lo es también el que ofrecen Jordi Balló y Xavier Pérez en “La semilla inmortal. Los argumentos universales en el cine”. 
(6). Miguel Ángel Elvira (2013): “en un periodo tan pobre en iconografía mitológica, solo un hilo se mantiene sin ruptura: nos referimos a las imágenes astrales de los dioses, planetas y constelaciones” (p.31). 
(7). Los descubrimientos de las ciudades de Pompeya y Herculano, sepultadas durante siglos bajo el lodo volcánico, constituyeron todo un hito y tuvieron una extraordinaria repercusión en una Europa que, después de mucho tiempo reverenciando la cultura clásica, empezaba a dar muestras de cansancio y hastío. Una nueva valoración y una nueva moda surgieron apoyándose en tales descubrimientos, a la vez de un deseo potente por explorar y conocer mucho mejor el pasado que fue impulsado y mantenido por el mundo académico y, sobre todo, el museístico.
(8). La figura de Winckelmann no sé si ha sido tratada por alguna cinematografía, pero su vida merecería una película. La escritora bilbaína María Belmonte le ha dedicado un capitulo en su apasionante libro “Peregrinos de la belleza” (2015).

-continuará-

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Texto: Javier Nebot

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