lunes, 4 de febrero de 2019

Lugares (35): Israel. Séforis, Cesarea Marítima y llegada a Jerusalén.

22-5-18.
La mayoría de mi grupo de viaje visitó el Museo de la Barca que se encuentra a muy poca distancia de nuestro alojamiento, el kibutz Guinossar.
Me abstuve de ello porque, aún reconociendo su posible interés arqueológico, no despertó en mi excesiva curiosidad. Mientras esperaba a mis compañeros decidí dar un paseo por los alrededores y echar un vistazo a la tienda de recuerdos del museo. Salí "acongojado" por los desproporcionados precios de algunas de las cosas allí expuestas. ¡Objetos que había visto en nuestro hotel el día anterior a 179 scq, aquí estaban a 279 scq! ¡100 secqels más!. Una verdadera pasada de diferencia y una clara demostración de como el mercado juega con las apetencias de turistas y viajeros.
Es algo a tener en cuenta en todo viaje aunque, en general, suele ser muy difícil saber si lo que vemos en un determinado lugar vamos a tener la oportunidad de volverlo a ver en el siguiente. Mi consejo, al menos para este viaje, es que salvo que usted vea algo que considere realmente excepcional según sus criterios o que pague lo que pague crea que le vaya a compensar, se compren los regalos y souvenirs en Jerusalén y -una pesadez, pero parece que bastante necesaria- no se amilane a la hora de regatear.
Una vez concluida la visita al Museo salimos en dirección a Séforis, ciudad asmonea muy cercana a la bíblica Nazareth.
La ciudad de Jesús no estaba incluida en nuestro itinerario ya que su interés, por lo que nos confirmaron, es más devocional que arqueológico y no contiene monumentos o excavaciones de especial relevancia (no podemos olvidar que el objetivo principal de Pausanias es el viaje arqueológico, no el religioso). Con todo, si la divisamos desde el torreón principal de Séforis.
Para el viajero interesado en la historia, Séforis ofrece in situ -sobre todo, pero no solo- unos mosaicos sumamente interesantes. Para el que tenga inquietudes religiosas o espirituales, el lugar también le resultará interesante porque es muy fácil imaginar -por la cercanía de Nazareth a Séforis y por la importancia que tuvo en su momento esta ciudad- a Jesús trabajando en ella como el carpintero que era. 
Con toda probabilidad, la ciudad absorbería para su desarrollo a toda la mano de obra disponible en ella y en sus alrededores. Las aldeas circundantes, Nazareth incluida, difícilmente podrían dar trabajo a todos sus habitantes, más allá de las tareas estacionales en el campo, y menos aún a todos sus artesanos por lo que parece obvio que la colaboración se produciría con facilidad.
Además Séforis tuvo uno de sus momentos de esplendor y de máxima expansión territorial precisamente en vida de Jesús.
Pero, presunciones o imaginaciones aparte, visitar esta ciudad es poner los pies -como de hecho sucede en la mayoría de los enclaves que visitamos de Israel y como ya he mencionado respecto a otros lugares- en construcciones reales de hace dos mil años o más.
Los historiadores confirman que Séforis (la perla de Galilea) estuvo habitada ininterrumpidamente desde finales de la Edad de Hierro hasta prácticamente el siglo VI d.C. Fue habitada principalmente por comunidades judías que forjaron un núcleo habitacional bien asentado y bastante próspero.
 Como centro urbano tuvo su momento clave antes de que Herodes Antipas fundara la ciudad de Tiberiades en honor del emperador Tiberio, llegando a ser capital de distrito durante el reinado asmoneo.
Con todo, Séforis logró mantener su importancia también posteriormente durante la dominación romana y -caso raro- no fue perjudicada por las terribles guerras judías ya que tuvo el buen ojo de situarse a favor del emperador Vespasiano.
Tras la destrucción del Templo en Jerusalén, la ciudad se convirtió en residencia obligada de los Jedaías, una muy importante familia de sacerdotes. Su fama creció como centro religioso cuando el rabino Judá ha-Nasí (135-217) se trasladó a vivir allí hacia el 200 d.C, desde Bet Shearim. 
Durante varios años este líder religioso dirigió todos los asuntos del Sanedrín y, lo que es más importante y decisivo, completó la redacción de la Mishna, las primeras leyes orales hebreas.
En la foto superior podemos ver las ruinas de su teatro romano que tuvo un aforo de alrededor de cinco mil personas y fue construido por Herodes Antipas en el siglo d-C.
Algunas de sus gradas y asientos fueron esculpidos directamente en la misma colina en la que está asentado. Fue ampliado posteriormente entre siglo III y IV de nuestra era.

La llamada Mona Lisa de Galilea, es uno de los mosaicos más bellos que se pueden ver en Séforis. Se cree que fue realizado a mediados del siglo III d.C.


Desde arriba del torreón que preside las ruinas de Séforis (y a pesar del día nublado que tuvimos durante la visita) se pueden divisar el Monte Carmelo, otros montes cercanos y deiversas poblaciones circundantes, entre ellas -como he dicho anteriormente- Nazareth, a muy pocos kilómetros de distancia.
El tiempo y sus avatares no han pasado en balde. En el 363 d.C. la ciudad fue profundamente afectada por un terremoto y sólo se reconstruyó una parte de ella.
Para el siglo VI ya había allí una importante comunidad cristina y Séforis se convirtió en diócesis.
Posteriormente la invasión musulmana y los constantes enfrentamientos con los cristianos en la época de las cruzadas causaron nuevos e inevitables estragos. A pesar de todo y casi milagrosamente -vista tanta adversidad- en muchas de sus antiguas villas y calles se pueden ver infinidad de mosaicos romanos que demuestran la excelente habilidad técnica y el gran sentido estético de quienes los realizaron y de quienes vivieron allí.

Terminada la visita en Séforis emprendimos nuestro camino en dirección a Cesárea Marítima
http://paseandoporisrael.blogspot.com/2012/09/cesarea-maritima-breve-resena-historica.html
https://www.youtube.com/watch?v=MrCi--qbW6c
Nada más llegar y debido a la hora que era nos dirigimos a un restaurante privilegiadamente situado enfrente del mar.


Como era de prever en un lugar tan demandado por los turistas, la atención fue correcta, las viandas estuvieron bien cocinadas (al gusto occidental) y la comida en su conjunto resultó agradable, pero el precio final no fue lo que uno considera barata. Digamos que la relación calidad/precio se movía en una franja intermedia. Un plato de "mix-fish" (fundamentalmente calamares y mejillones a la palncha), 115 sequels, 1 cerveza 30 seqels y la preceptiva propina 15 sequels. En total: 160 seqels que equivalen a unos 40 euros aproximadamente. Ahora bien, la compañía inmejorable y la vista, ahh, la vista: hermosísima.
Nada más terminar la comida y antes de caer en las feroces tentaciones sesteadoras iniciamos la visita guiados por la mano firme e incansable y  también el buen saber decir de nuestros dos guías.
Claro que hubo algún momento que uno se hubiese tumbado tranquilamente en la arena dejándose llevar por ensoñaciones y brisas.....pero en ningún momento se debió al tedio o al desinterés por lo que se narraba si no, sobre todo, al calor de la hora y a una digestión que ya no es tan ágil como lo era antaño.
 Cesárea, magníficamente ubicada, fue un gran puerto romano ubicado en la costa de Sharon, entre medio de Tel Aviv (que queda hacia el sur) y Haifa (que se sitúa más al norte). Fue el famoso (y excelente constructor) Herodes el grande el que fundó la gran dársena y, a su alrededor, la ciudad. Años después este mismo rey construyó un gran puerto aprovechando la estructura y situación de un antiguo puerto fenicio que era conocido como Torre de Estratón desde el siglo IV a.C. (Zenón de Alejandría -259 a.C- cuenta que desembarcó en este puerto para iniciar su viaje como recaudador de impuestos en nombre de Tolomeo II Filadelfo).
La obra realizada fue digna de admiración en su época pues, por lo que reseñan los expertos, se trató del primer puerto construido enteramente en mar abierto, sin contar con el apoyo de bahías o penínsulas que protegieran el dique seco. En lugar de la protección natural se levantaron dos monumentales rompeolas paralelos en la costa, orientados hacia el oeste, utilizando enormes bloques de cemento rellenos de cascotes.
Diversos muelles de carga y descarga, esclusas para controlar flujos de agua para limpiar de escombros el puerto, almacenes, un imponente faro (inspirado en el famoso de Alejandría), así como una población pujante y vitalista hicieron de Cesarea  Marítima una buena muestra de lo qie significaba civilización.
Como resulta evidente a cualquier interesado en el mundo romano, Cesarea tenía todas las características de una ciudad romana en auge: estructura cuadricular en sus calles, un buen sistema de alcantarillado, edificios públicos e institucionales en las principales áreas, templos diversos, un acueducto de 16 kilómetros que traía el agua desde el Monte Carmelo, baños y letrinas públicos y, naturalmente, un hermoso teatro que todavía se utiliza hoy en día para eventos culturales y festivos y un anfiteatro del que quedan solo ruinas.



 Tras la muerte de Herodes la ciudad se convirtió en la sede habitual de los procuradores romanos de Judea, incluido el infaustamente conocido Poncio Pilatos.
La primera guerra judía (66-70 d.C) supuso para los habitantes de Cesarea una verdadera masacre ya que los romanos no se andaron con contemplaciones y pasaron a cuchillo a miles de ellos (aunque las cifras varían mucho según la fuente que se consulte; lo que si es seguro que se trató de represaliar a judíos -fundamentalmente- ante la duda de si eran amigos o enemigos).
 Si las piedras pudiesen hablar -una lástima que sean testigos mudos- seguramente llorarían sin tregua porque en la segunda guerra judía, que termino en 135 d.C, nuevamente se produjeron ejecuciones masivas aunque las crónicas cuentan que en menor medida que en la guerra anterior.
En cualquier caso, parece obvio que la civilización y su afán de un determinado orden (y no me refiero solo a la romana) ha chocado muchas veces, probablemente demasiadas como tristemente sabemos, con otras maneras de entender la realidad.
Guerra, destrucción y muerte son el resultado en muchas ocasiones de ese penoso desencuentro.
 Resulta inevitable en esta reseña hacer una referencia bíblica, en esta ocasión del Nuevo Testamento: Pedro convirtió aquí al centurión Corneluis y también aquí estuvieron los apóstoles Felipe y Pablo. Este último se pasó dos años encarcelado antes de ser enviado a Roma para ser ejecutado.
A mediados del siglo III el ínclito Orígenes vivió y trabajó en Cesarea y el fundador de la historiografia eclesiástica, Eusebio de Cesarea fue obispo de la ciudad,

 Una viajera se protege del tórrido sol a la sombra de una columna de mármol.
¡Los vestigios de antaño sirven no solo para remorar y reflexionar, sino también para hacer un alto en el camino!
 Cesarea se recuperó del doloroso impacto de las guerras judías y su desarrollo cultural y económico atrajo de nuevo a comunidades judías. Se fundaron escuelas rabínicas y sinagogas que compartieron espacios con la nueva población cristiana.
Durante los siglos V y VII la ciudad fue mayoritariamente cristiana y esa descompensación generó conflictos de cierto nivel con las minorías judías y samaritanas hasta el punto de que los bizantinos, con su emperador a la cabeza, decidieron ocuparla en el 627 d.C. Sin embargo la ocupación duró poco por entre 639 d.C y el 641 d.C. los musulmanes conquistaron el lugar y Cesarea pasó a una nueva etapa de oscuridad y merma, como  -lamentablemente- otras muchas ciudades de aquella zona y de aquel tiempo.
Durante las Cruzadas fue víctima pasiva de unos y de otros. Saladino, Ricardo Corazón de León, el califa  el-Malik, Luis IX de Francia etc etc se turnaron en dominarla y en dejarla para el arrastre.
Para colmo un terremoto en 1837 castigo todavía mas las ruinas que hoy vemos y que se recuperan poco a poco gracias al empeño de arqueólogos y de restauradores afanosos y a las  constantes visitas de hordas de turistas que, al menos todavía, no son tan nocivas como las experimentadas en el pasado.
A mitad tarde salimos en dirección a Jerusalén.
Muchísimo tráfico ralentizo la llegada a la ciudad tres veces santa.


Nos alojamos en el Hotel Leonardo, amplio -igual demasiado amplio y macro- a unos treinta minutos andando de la zona antigua.
Hacia las 20,15 cenamos (bien: variado y para todos los gustos, y buenos -muy buenos, ayyyy- postres) y por aquello de la curiosidad después de cenar salimos a echar un primer vistazo a la Jerusalén de la Historia, entrando por la puerta de Jaffa. 




Texto y fotos:  Javier Nebot

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