2ª parte: Las primeras “fatales”:
De Lilith y Eva a Venus y Pandora.
Los arquetipos femeninos que han ejemplificado el miedo del hombre al caos que significa una mujer no sometida son realmente muy antiguos (varios miles de años en su mayoría).
Dentro de nuestra tradición judeo-cristiana podemos referirnos a dos fundamentalmente: Lilith y Eva. Ambas han dado pie a toda una serie de tipologías de mujer por lo que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que se han ido “reencarnando” de muy diferentes formas hasta prácticamente hoy en día.
A Lilith muchos estudios le reconocen un origen mesopotámico, aunque pronto fue incorporada a través del folclore judío a nuestra particular constelación de mitos.
La tradición la considera la primera mujer de Adán y, al igual que éste, el polvo y la mano de Dios fueron su origen. De igual a igual. Según la tradición, Lilith, consciente de esta igualdad no quiso someterse a las exigencias de Adán y ni corta ni perezosa dio portazo al Paraíso optando por unirse a todos los diablillos que, según parece ser, abundaban en aquella época por las cercanías del Mar Muerto, compartiendo con ellos todo tipo de "sutilezas".
Los judíos exiliados en Babilonia pronto se hicieron eco de esta historia y se la llevaron a su tierra de origen desarrollando la creencia en esta criatura maligna.
Sin duda Lilith ha tenido gran importancia en la configuración arquetípica de la mujer fatal ya que de alguna manera significa la rebelión contra el hombre y contra todo orden aunque éste tenga apariencia de “paraíso”.
Los arquetipos femeninos que han ejemplificado el miedo del hombre al caos que significa una mujer no sometida son realmente muy antiguos (varios miles de años en su mayoría).
Dentro de nuestra tradición judeo-cristiana podemos referirnos a dos fundamentalmente: Lilith y Eva. Ambas han dado pie a toda una serie de tipologías de mujer por lo que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que se han ido “reencarnando” de muy diferentes formas hasta prácticamente hoy en día.
A Lilith muchos estudios le reconocen un origen mesopotámico, aunque pronto fue incorporada a través del folclore judío a nuestra particular constelación de mitos.
La tradición la considera la primera mujer de Adán y, al igual que éste, el polvo y la mano de Dios fueron su origen. De igual a igual. Según la tradición, Lilith, consciente de esta igualdad no quiso someterse a las exigencias de Adán y ni corta ni perezosa dio portazo al Paraíso optando por unirse a todos los diablillos que, según parece ser, abundaban en aquella época por las cercanías del Mar Muerto, compartiendo con ellos todo tipo de "sutilezas".
Los judíos exiliados en Babilonia pronto se hicieron eco de esta historia y se la llevaron a su tierra de origen desarrollando la creencia en esta criatura maligna.
Sin duda Lilith ha tenido gran importancia en la configuración arquetípica de la mujer fatal ya que de alguna manera significa la rebelión contra el hombre y contra todo orden aunque éste tenga apariencia de “paraíso”.
Parece ser que cuando los ángeles intentaron “recuperarla” ella, independiente, se negó (segunda osadía: no solo se enfrenta al hombre sino también a Dios) y el cielo la castigó haciendo que muriesen cien de sus hijos cada día.
Desde entonces, según la tradición
judía medieval, ella trata de vengarse matando a los niños
menores de ocho días (incircuncisos) y pululando entre las sábanas rastreando
posibles restos de semen con los que poder procrear más. La
figura y leyenda de Lilith y sobre todo su rebelión contra Adán ha llevado a algunas feministas a convertirla en un
verdadero símbolo de la liberación sexual y de la lucha contra el hombre. Ella escenifica a la
mujer que rompe el orden establecido y amenaza una institución esencial del hoy denostado patriarcado: la familia.
La casi coetánea de Lilith, Eva, aparece en la Biblia como la madre de todos los vivientes lo que de alguna forma implica algo más de “respetabilidad”: ella, a pesar de todo, se mantuvo al lado de Adán y compartieron las consecuencias de su “caída”. Más compañera y menos adversaria.
La casi coetánea de Lilith, Eva, aparece en la Biblia como la madre de todos los vivientes lo que de alguna forma implica algo más de “respetabilidad”: ella, a pesar de todo, se mantuvo al lado de Adán y compartieron las consecuencias de su “caída”. Más compañera y menos adversaria.
No es este el lugar para introducirnos en la ética sexofóbica de la tradición judeo-cristiana, pero no podemos obviar la carga de responsabilidad asumida por Eva como incitadora al pecado, al Mal. Como bien señala Erika de Bornay en su interesante libro Las hijas de Lilith : “la insistencia (de los padres de la iglesia) en la maldad intrínseca del goce sexual, este desprecio sin paliativos por la carne, necesitó de la figura de un “impulsor”, un “culpable”, de un ser proclive al pecado, que no fuera aquel hombre creado a “semejanza de Dios”. Se necesitaba de “otro”, que, por la lógica de las filosofías patrísticas, iba a ser “otra”: Eva, la mujer. Es en ella en quien los Padres de la Iglesia encarnarán todas las tentaciones del mundo terrenal, del sexo y del demonio. Y ello, a pesar de que en el Antiguo Testamento el hombre reconoce a la mujer como a su igual” (p 33)
Esta
carga ha durado siglos pero resultaba evidente que no se podía demonizar a todo
el género femenino so pena de extinción por lo que, en contraposición, se
desarrollaron y magnificaron otras figuras que incorporasen el arquetipo contrario: la madre y esposa
fiel que mantiene viva la llama del hogar, siempre abnegada y obediente. La Virgen María accedió así a ser icono referencial de y para las “buenas mujeres” (junto con la
subsiguiente retahíla se santas virtuosas).
Si
el pecado del hombre era el orgullo, el vicio esencial de la mujer lo
constituía la lujuria y esta ha sido precisamente una de las características
más relevantes de las vampiresas modernas: el dominio sobre el varón se ejercía
a través del sexo.
Imposible ocultar
las dosis de misoginia que se esconde en la demonización de la sexualidad aunque,
como bien señala Román Gubern (Espejos
de fantasmas) :
“descontando todo cuanto de prejuicio ideológico machista tenga el mito de la "femme fatale", devoradora de hombres y fantasma castrador para los varones occidentales, añadamos que la historia ha producido realmente mujeres que poco tenían que envidiar a Don Juan, desde la emperatriz romana Mesalina, un notorio caso de neurosis sexual que lucía un collar con 21 falos –número ideal de “caricias” que gustaba recibir en una noche- a Catalina de Rusia que adoraba a los jóvenes soldados de su guardia”.
En la cultura grecolatina también se ha dado una dicotomía similar aunque, al menos desde mi punto de vista, con matices menos negativos.
“descontando todo cuanto de prejuicio ideológico machista tenga el mito de la "femme fatale", devoradora de hombres y fantasma castrador para los varones occidentales, añadamos que la historia ha producido realmente mujeres que poco tenían que envidiar a Don Juan, desde la emperatriz romana Mesalina, un notorio caso de neurosis sexual que lucía un collar con 21 falos –número ideal de “caricias” que gustaba recibir en una noche- a Catalina de Rusia que adoraba a los jóvenes soldados de su guardia”.
En la cultura grecolatina también se ha dado una dicotomía similar aunque, al menos desde mi punto de vista, con matices menos negativos.
Jordi Balló y Xavier Pérez presentan, en su obra "La semilla inmortal" (Barcelona 2012) una detallada relación de
argumentos y estereotipos asumidos por nuestra cultura y cuya tradición se
remonta a la Ilíada y a la Odisea cuando no a la misma Teogonía de Hesiodo.
Aunque
su análisis excede los límites aquí previstos y va más allá de la figura de la mujer fatal reseñan cabalmente la importancia
de Helena de Troya, de Dido, de Pandora, Nausíaca y otras muchas en la memoria
histórica que hemos recibido y de la cual el cine ha hecho un amplio uso.
El prototipo clave es sin dudarlo, Venus, la diosa del amor, personificación de una belleza y una seducción a la que muy pocos hombres –y dioses- podían resistirse y su antagonista estaría representada por Penélope (también por Hera) personificación de la lealtad a la figura masculina (esposo) y sobre todo al hogar como centro de la familia.
Pero, también en la cultura clásica, los mitos del amor tienen su parte “oscura” en otras figuras bastante más enigmáticas y, quizás, atrayentes: la Esfinge, Circe, las Sirenas…..todas ellas unen a la seducción la certeza de un peligro inminente cuando no el de una más que probable destrucción.
El prototipo clave es sin dudarlo, Venus, la diosa del amor, personificación de una belleza y una seducción a la que muy pocos hombres –y dioses- podían resistirse y su antagonista estaría representada por Penélope (también por Hera) personificación de la lealtad a la figura masculina (esposo) y sobre todo al hogar como centro de la familia.
Pero, también en la cultura clásica, los mitos del amor tienen su parte “oscura” en otras figuras bastante más enigmáticas y, quizás, atrayentes: la Esfinge, Circe, las Sirenas…..todas ellas unen a la seducción la certeza de un peligro inminente cuando no el de una más que probable destrucción.
Son las que -con acierto- llama Erika Bornay “las bellas atroces”, tataraabuelísimas de nuestras vampiresas
Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran corresponden al artista o artistas referenciados.
Su exposición en este blog pretende ser un homenaje y una contribución a la difusión de obras dignas de reconocimiento cultural, sin ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.
Texto: Javier Nebot (Mayo,2013)
-Continuará-
Entrada revisada a 5 de enero del 2019.
Entrada revisada a 5 de enero del 2019.
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