Bolonia es una ciudad "mediana" (un poco mayor que Bilbao, alrededor de 380.000 habitantes; séptima ciudad italiana por población y capital de la provincia de Bolonia y de la región Emila-Romaña, situada entre el valle del Po y las colinas de los Apeninos) que ha recibido -y recibe- denominaciones típicas y tópicas, seguramente todas acertadas:
la docta (su universidad -fundada en 1088, la más antigua de Occidente- sigue siendo hoy en día un referente académico); la roja (por el predominante color de sus fachadas y tejados aunque con muchos matices; también -dicen- por su rojerío político); la de los soportales (no sé cuantos, pero son muchos los kilómetros de calles protegidas por arcadas y soportales que tienen un gran encanto y la impagable virtud de proteger a los paseantes de las variaciones climatológicas).
Últimamente también he escuchado -en algún que otro documental- el epíteto de "la gorda", aunque con él se referían no tanto a la abundancia de carnes de sus habitantes como a sus excelencias culinarias al ser Bolonia una ciudad que ha tenido a bien regalar a la gastronomía mundial platos como los tortellini, las tagliatelle, el ragú (la salsa boloñesa) y un embutido de batalla -aunque hay calidades- pero muy tradicional y querido: la mortadela.
Bolonia es, también, una ciudad que no suele estar incluida dentro de los circuitos habituales que recorren el norte de Italia y, si lo está, se convierte en la típica visita de bajen/foto/suban.
Una verdadera lástima -al menos para quien se la pierde.... aunque igual no para sus ciudadanos- porque creo realmente que es una ciudad que merece ser visitada ya que cuenta con múltiples atractivos: la Piazza Maggiore, verdadero corazón urbano de unos de los núcleos medievales más grandes de Europa y en cuya explanada se encuentra la iglesia de San Petronio y el Palazzo d`Accursio, sede histórica del Ayuntamiento boloñés; la Piazza de Santo Stefano con sus sorprendentes siete iglesias; las increíbles torres medievales que surcan toda la ciudad (sobreviven 22), alcanzando alturas inimaginables para una construcción de ese tipo y dejando a las de San Giminiano casi como una mera anécdota (a pesar del encanto entrañable de ese pueblo que tan bien captó Zefirelli en "Té con Mussolini")............
Las torres de los Asinelli (97m) y la Garisenda (48m).
Ambas constituyen una V claramente identificable que se ha convertido en un verdadero símbolo de la ciudad.
Bolonia, como demuestran los restos arqueológicos que se han encontrado, ya fue habitada desde el siglo X a.C aproximadamente. Los asentamientos etruscos hallados, han sido datados por los expertos entre los siglos VII y VI a.C y, a Dios gracias, han sido muy numerosos los objetos de este periodo que se han recuperado y que se pueden ver -como mostraré en la siguiente entrada- en las dependencias del Museo Arqueológico.
Posteriormente, hacia el siglo V a.C. la zona fue ocupada por el pueblo celta de los Boyos y después de estos fueron los romanos quienes conquistaron la zona y pusieron a la colonia el nombre de Bononia.
La ciudad se fue desarrollando en paulatinos círculos concéntricos cruzados por la Vía Emilia que unía Rímini y Piacenza.
Los distintos avatares históricos del Imperio romano supusieron a la larga -como para casi todas las ciudades europeas- un otoño medieval que implicó múltiples cambios sociales y políticos y los subsiguientes vaivenes de desarrollo (ostrogodos, bizantinos, longobardos, carolingios, etc).
En la Baja Edad Media Bolonia empezó a repoblarse y poco a poco a crecer en importancia a pesar de los conflictos que implicaba el ser una ciudad papal e imperial.
Por descontado, las luchas y conflictos con ciudades vecinas como Módena fueron habituales, pero ya sabemos -vista la historia con perspectiva- que fue mucho mejor para la humanidad esa efervescencia e inquietud que recorrió durante muchos siglos la zona -aunque a veces fuese sangrienta- que esa placidez que llevó a los suizos, en el mismo lapso de tiempo, a conseguir poco más que el consabido reloj de cuco (Orson Welles, dixit).
Como he comentado al principio, hacia el final del siglo XI, se creó la Alma Mater Studiorum. la Universidad de Bolonia, que se convirtió en todo un referente intelectual y docto.
De esta manera, entre comercio y estudios, entre luchas y guerras y entre conflictos políticos (los papistas acabaron venciendo a los imperiales y Bolonia perteneció desde 1513 hasta 1859 a los Estados pontificios) la ciudad se desarrolló llegando a ser lo que es hoy.
La Basílica de San Petronio llama la atención, fundamentalmente, por sus dimensiones: 132 metros de largo, 60 de ancho y 45 de altura. Dentro, la sensación de espacio amplio se mantiene (en contraste con las visitadas hasta el momento).
Ello se debe, quizás, a la ausencia de pinturas en la paredes -la mayoría se han perdido- y a la luminosidad de sus vitrales - hoy fundamentalmente transparentes- que le otorgan un cierto aire "protestante", aire que, evidentemente, no ha querido tener nunca.
La construcción del edificio se inició en 1390 y, como es habitual en obras de tal magnitud, los trabajos se alargaron durante siglos (de hecho su fachada sigue sin terminarse).
Al igual que en otros proyectos similares, el signo de los tiempos insufló a los boloñeses un cierto afán de grandeza y en 1514 la iglesia fue ampliada. El proyecto que se ha encontrado ha demostrado que, en origen, se pretendía superar a San Pedro de Roma pero las autoridades pontificias pusieron veto a semejante pretensión y la ampliación se quedo a medio camino.
Fue muy curioso encontrar en el suelo de la Basílica el gran meridiano solar del astrónomo Giovanni Domenico Cassini.
-continuará-
Entrada revisada y actualizada a 23-08-18
Texto y fotos: Javier Nebot
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