domingo, 19 de febrero de 2017

Opinión personal (64): Breve introducción al gnosticismo cristiano (4 de 4 y conclusiones): ¿Por el martirio hacia Dios?

4. ¿Por el martirio hacia Dios?
Buena parte de la visión heroica que hemos recibido de los primeros cristianos se la debemos al sentido del espectáculo de los films estadounidenses: los mártires fueron las víctimas de los “romanos” en infinidad de películas y los mártires –al menos en el celuloide- se resignaban al sacrificio con devoción, cuando no con dispuesta entrega. Los creyentes se convirtieron en el “alimento” de las fieras del circo y en las víctimas de muchos abusos debido a su empecinada obstinación en no abjurar de sus ideas -tal y como nos cuenta Plinio- y, desde luego, muchos siglos después, el cine no tuvo ningún reparo en continuar las loas y alabanzas que históricamente les prodigó la Iglesia, ni tampoco desaprovechó la oportunidad de magnificarlas en honor de la “civilización cristiana” (ya acrisolada y triunfante, al menos en Occidente -y por ahora-).
Claro que no es lo mismo ver una película –en la que morir de según qué manera es “cool”, cuando no un acto de absoluta y aplaudida heroicidad- que sentir que la vida de uno peligra seria y realmente cuando se aceptan determinadas creencias y compromisos.
Ser leal y consecuente con lo que consideraban su fe generó, desde muy pronto, reacciones adversas. Primero desde el ámbito judío (no podemos olvidar que los primeros cristianos predicaban dentro de la estructura sinagogal y allí generaban tensiones y conflictos con su interpretación de las escrituras) y, posteriormente, desde el ámbito institucional y social romano. 
Los motivos fueron muchos y complejos, en cualquier caso imposible referirlos aquí, pero sí parece procedente señalar, dentro del contexto que estoy analizando que la postura hacia el martirio no fue nunca igualmente entendida y aceptada por todos y generó vivas polémicas cuando no serios problemas. En este sentido hay que señalar que los gnósticos, objeto de este trabajo, en su mayoría, defendían una postura muy diferente a la postura oficial mantenida por la Iglesia proto-ortodoxa y, de hecho, muchos de ellos consideraban un absurdo un “sacrificio” humano (al menos tal y como lo defendían algunos padres de la Iglesia).
De la postura proto-ortodoxa fue un ejemplo manifiesto Ignacio de Antioquía, ansioso por ser devorado por las fieras: “Permitidme ser pasto de las fieras, por las que me es dado alcanzar a Dios”….”Yo mismo las azuzaré para que me devoren rápidamente….(1). 
Su deseo de imitar al Hijo de Dios –de la forma y manera en la que los proto-ortodoxos entendieron la muerte/sacrificio de Jesús- pretendía ser un testimonio de que ni los dolores ni los placeres de este mundo servían de nada en contraste con lo que le esperaba en el mundo celestial. 
Muchos autores patrísticos proto-ortodoxos consideraron que esta disposición a morir por la fe era un distintivo claro de su verdad. Como he señalado antes la mayoría de los gnósticos no compartían en absoluto esa visión. Ehrman señala como uno de los tratados más relevantes de los encontrados en Nag Hammadi, el Testimonio de la Verdad, “adopta exactamente la posición contraria y sostiene que el martirio por la fe es cosa de ignorantes e insensatos. Desde una perspectiva gnóstica, un Dios que exigiera sacrificios humanos sería un Dios absolutamente vano (Testimonio de la Verdad 31-37) “ (2).
Dentro de la concepción que mantenían los proto-ortodoxos –el martirio como testimonio de la fe- fructificaron los relatos “promocionales” en los que se narraban con detalle –y mezclando la realidad con aspectos legendarios- las circunstancias en los que los creyentes habían sido sacrificados. Los “martiriologios” empezaron a circular con inusitada abundancia y tuvieron una función ejemplificadora a la vez que establecieron una cierta visión mítica de todos aquellos que habían muerto por la causa. Los detalles de todos estos relatos intentaban demostrar y apoyar la tesis de que Dios aprobaba el martirio por su causa. De hecho teólogos de tanta capacidad e influencia como Tertuliano insistían hasta la saciedad en ello. Él mismo dedicó diversos tratados al tema y estigmatizó como herejes a todos los que no pensaban de la misma forma y no estaban dispuestos a morir como testimonio de su fe, prefiriendo negar a Cristo y luego arrepentirse (3).
Si lo miramos con ojos actuales el problema parece una cuestión de valentía ante una amenaza de muerte cierta pero no era simplemente eso (aunque, sin duda, en parte si lo fue también): En la raíz del problema no estaba solo un determinado modelo de encarar la posible muerte ante una confesión de fe sino una visión teológica diferente sobre la naturaleza de Jesús y su modo de “combinar” lo divino y lo humano al mismo tiempo. Ignacio (y todos los que opinaban como él) insistían en el hecho de que Jesús nació, comió, bebió y sufrió verdaderamente y verdaderamente fue crucificado y muerto así como que verdaderamente resucitó (Carta a los Tralianos, cit. por Ehrman, 2009). 
Tanta insistencia en el “verdaderamente” pretendía alejar algunas tesis vigentes (de tipo doceta) que predicaban que Jesús “sólo en apariencia sufrió”, ya que como Dios eso era imposible.
La amenaza real de muerte y la concepción teológica se fundían un una simbiosis de difícil separación porque hay que reconocer que todos los que habían muerto hasta ese momento por mantenerse firmes en su fe –a los que habría que añadir en el futuro muchos más- tenían siempre en mente esa certeza de que su Maestro padeció con claro sentido de trascendencia sino ¿cómo justificar su propio sacrificio?
El énfasis en la existencia real de Jesús en carne y hueso y en su sufrimiento real está estrechamente ligada a la afirmación de que la disposición a afrontar el martirio físico es, de alguna forma, prueba de las propios opiniones teológicas(4).
Pagels incide en las preguntas claves:”Dado este peligro…¿Qué iba a hacer un cristiano? Una vez arrestado y acusado, ¿debía confesar que era cristiano, sólo para recibir una orden de ejecución: la decapitación inmediata si uno tenía la suerte de ser ciudadano romano, …..o, sino lo era, la tortura prolongada como espectáculo en la arena del circo romano? ¿O debía negar que lo era y hacer el gesto simbólico de lealtad, con la intención de expiar más tarde la mentira?” (5). Los funcionarios romanos (no todos eran malvados) intentaban muchas veces evitar las muertes intentando persuadir a los acusados para que salvasen sus propias vidas pero muchos se mantenían obstinadamente en sus tesis. Esta autora señala también como esa actitud provocó el desprecio del emperador estoico Marco Aurelio que consideraba a los cristianos “morbosos y exhibicionistas mal guiados”. No cabe duda de que hoy en día muchos compartirían esta opinión del emperador ante ese afán masoquista de sufrir del que algunos hacían tanta gala (es curioso que los proto-ortodoxos criticasen a los gnósticos por su “elitismo” –aunque fuese por otros temas y actitudes- pero ellos elogiasen el elitismo extremo de querer ofrecerse en un sacrificio mortal), pero no cabe duda que otros sufrieron por su coherencia e integridad, sin buscarlo y sin “afán” específico de ser martirizados.
Resulta evidente que en un tema tan delicado no se puede generalizar ni simplificar y es muy probable que muchos de los mártires (testigos) lo fuesen realmente en situaciones de las que difícilmente podían escapar y que la abjuración posterior no pasaba por su mente si querían mantenerse fieles a sus creencias. La mayoría no buscaba, como ya he señalado, provocativamente el martirio -como parecían proclamarlo algunas personalidades- aunque también había otros cristianos que no solo no lo buscaban sino que no lo aceptaban y consideraban que éste no era válido, se mirase como se mirase.
Para muchos gnósticos era un absurdo y constituía una manera necia de desperdiciar vidas humanas y, por lo tanto, estaba en contra de la voluntad de Dios. Por eso fue clave la interpretación de la muerte de Cristo: según se entendiese, la manera de posicionarse ante la muerte propia podría ser muy diferente.
Justino (que murió mártir) despotricaba de los cristianos herejes, los seguidores de Simón, Marción y Valentín. Para él, más allá de si estos eran promíscuos o se entregaban al “canibalismo” (sic), el peor de sus crímenes era el cómo se escabullían de la muerte: a diferencia de los ortodoxos, “a ellos ni les persiguen ni les ejecutan” como mártires. (6). Y al igual que él, Ireneo, al que ya he mencionado en repetidas ocasiones, expresaba profunda hostilidad contra los herejes gnósticos que “han alcanzado tal extremo de audacia que incluso vierten desprecio sobre los mártires y vituperan a los que son muertos por confesar al Señor y que….con ello se esfuerzan por seguir los pasos de la pasión del Señor, dando testimonio de aquel que padeció (Adversus Haerenses, III, 18,5, cit. Pagels 1982)
De manera concluyente toda la ortodoxia fue unánime a la hora aceptar el martirio insistiendo en que sólo la encarnación y pasión de Cristo permitía al creyente soportar la persecución: “los oponentes de la herejía en el siglo II –Ignacio, Policarpo, Justino, Ireneo, Tertuliano, Hipólito- se muestran unánimes tanto en proclamar la pasión y muerte de Cristo como en afirmar el martirio. Además, todos ellos acusan a los herejes de enseñar falsedades acerca de los sufrimientos de Cristo y de oponerse al martirio (7).
En cualquier caso, los puntos de vista gnósticos respecto al martirio no eran tan uniformes como pretendían las refutaciones de los ortodoxos: algunos no eran tan críticos con él (hubo también mártires gnósticos aunque sí parece cierto que estos lo fueron en mucho menor número) aunque, no cabe duda, otros lo repudiaban sin contemplaciones. Los seguidores de Valentín mantuvieron una posición intermedia entre ambos extremos, iniciando lo que se convertiría en un problema central en la teología cristiana: la naturaleza de Jesús. Heracleón, uno de sus alumnos, mantenía que los creyentes podían confesar a Cristo de diferentes maneras: no se trataba sólo de una confesión ante un magistrado sino de hacerlo constantemente en la conducta cotidiana. Para él hacer una “única” confesión –como hacían lo ortodoxos- estaba al alcance de cualquiera “incluso de los hipócritas” (citado por Pagels, 1982.).
En definitiva: queda mucho por estudiar todavía respecto a esta cuestión, pero no sólo Ehrman, sino todos los especialistas del tema, parecen estar totalmente de acuerdo en que el meollo central de la cuestión estribaba en la respuesta que se diese a la pregunta de cuál era la naturaleza de Jesús: Según fuese ésta la actitud ante el martirio estaría mediatizada ya que se actuaría de una manera u otra y con consecuencias muy diferentes para las comunidades cristianas (8).

-5. CONCLUSIONES.
El gnosticismo, por lo motivos que he reflejado –y por otras muchas cuestiones- fue una herejía especialmente peligrosa para la ortodoxia que acabó prevaleciendo. Como bien señala Francine Culdaut la comparación entre toda la información patrística que nos ha llegado y los pocos textos gnósticos que se han podido rescatar y conservar no permite medir la verdadera importancia del fenómeno gnóstico ni hacernos una idea cabal del mismo, salvo aproximadamente. 
Es fácil captar –por la reacción que despertó- la gran fuerza asimiladora que el gnosticismo desarrolló sobre la base de una manera especifica y concreta de ser en el mundo, precisamente en contra –o muy diferente- de la mantenida por la iglesia triunfante. Para esta autora “la noción de herejía surgió y se fue fijando progresivamente a lo largo del debate que el cristianismo sostuvo con el gnosticismo. La elaboración doctrinal y la consolidación institucional cristiana fue precisamente la respuesta ante el peligro que representaba el gnosticismo(9). 
Hay un detalle importante que también señala Culdaut (y Pagels hasta cierto punto): el gnosticismo fue un movimiento partidario del cientificismo ya que planteo la compleja cuestión de la objetividad y del modo en que debe encararse el conocimiento.
Ehrman –tambien Piñero- prefieren incidir en las posibilidades que hubiese tenido el gnosticismo de haberse impuesto a los proto-ortodoxos:¿cómo sería el mundo si el Nuevo Testamento no incluyera el sermón de la montaña sino las enseñanzas gnósticas transmitidas por Jesús a sus discípulos después de su resurrección? ¿Si en vez de las cartas de Pablo y Pedro incluyeran las cartas de Ptolomeo y Bernabé?¿Si en lugar de los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, los elegidos hubiesen sido los de Tomás, Felipe, María Magdalena y Nicodemo? ¿Qué habría ocurrido si nunca hubiera existido?” (10). Estas preguntas no tienen fácil respuesta pero parece evidente -si lo contextualizamos correctamente- que si el gnosticismo hubiese triunfado muy difícilmente hubiese surgido una iglesia estructuralmente capaz de fundirse con el poder político romano y, por lo tanto, éste, como lo que hubiera surgido después en Occidente, hubiese seguido un recorrido difícilmente imaginable aunque con toda probabilidad muy diferente el que finalmente siguió. 
El gnosticismo, con sus complejidades y su dificultoso camino hacia la gnosis, con su carga de elitismo, podría haber atraído –de hecho atrajo- a algunas personas inquietas, pero difícilmente hubiera podido convertirse en una religión de masas como sí fue el catolicismo romano. Precisamente sobre este punto llama la atención Pagels al considerar que “el gnosticismo no podía con el eficacísimo sistema de organización de la iglesia católica, que expresaba una perspectiva religiosa unificada y basada en el canon del Nuevo testamento, que ofrecía un credo que exigía al iniciado que confesara únicamente los puntos más sencillos y esenciales de la fe y que celebraba rituales tan sencillos y profundos como el bautismo y la eucaristía………sin estos elementos difícil resultaría imaginar cómo la fe cristina habría podido sobrevivir y atraer a millones de seguidores en todo el mundo, durante veinte siglos” (11). Claro que el espíritu de Dios –y la evolución histórica- tienen extrañas maneras de manifestarse y el gnosticismo (o algunas de sus percepciones) parece resurgir en algunas de las variaciones –no todas heréticas- que el cristianismo experimentó en el transcurrir de los siglos.
Además, siempre hay espíritus “inquietos”, poco dados a lo fácil que consideran que –como señaló bien Blake- “las puertas de tu cielo son las puertas de mi infierno”.
Texto:  Javier Nebot

Notas:
(1): Carta de Ignacio a los Romanos. Citado por Ehrman, 2009.
(2): Ehrman, 2009, p.207. 
(3): Paul Johnson, en su “La historia del Cristianismo” refiere uno de esos episodios de la historia cristiana en el que enfrentaron a unos cristianos y otros por su diferente visión respecto a cómo afrontar el martirio. El “arrepentimiento” de segunda generación (por llamarlo de alguna manera) no fue para nada bienvenido en una Iglesia tan beligerante como la de Cartago.
Los donatistas eran muy exigentes con la congruencia personal y no aceptaron a aquellos obispos que habían sido traditores (p.116 y ss).
(4): Ehrman, 2009, p.228. 
(5): Pagels, E. 1982, p.127. 
(6): Pagels, E. 1982, p.132. 
(7): Pagels, E. 1982, p.137. 
(8): En este sentido, tanto Erhman como Cudault y Pagels coinciden.
Ésta última reseña como varios textos gnósticos descubiertos en Nag Hammadi insisten en que Cristo sufrió y murió realmente e incluso alguno alienta a los creyentes a elegir el sufrimiento y la muerte.: el Apocrifón de Santiago, el Segundo Apocalipsis de Santiago, el Apocalipsis de Pedro y complican la simplificación de postura entre un “bando” y otro.
(9): Culdaut, F., 1996, p. 55. 
(10): Ehrman, 2009, p. 361.

(11): Pagels, E., 1982, p.194.

Bibliografia.
-Bottéro, J., Ouaknin, M., Moingt, J., La historia más bella de Dios. ¿Quién es el Dios de la biblia?, Círculo de lectores, Barcelona, 1998. 
-Crossan, J. D., Jesús: biografía revolucionaria, Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1996. 
-Crossan, J. D., Jesús: vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona, 1994 
-Culdaut, F., El nacimiento del Cristianismo y el gnosticismo. Propuestas., Akal, Ma-drid, 1996.
-Dodds, E. R., Paganos y cristianos en una época de angustia. Ediciones Cristiandad, Madrid, 2010.
-Ehrman, Bart D., Cristianismos perdidos. Los credos proscritos del Nuevo Testamento, Ares y Mares, Barcelona, 2009. 
-Johnson, P., La historia del cristianismo, ZETA, Barcelona, 2010. 
-King, Karen., María Magdalena. Jesús y la primera apóstol. Poliedro. Barcelona, 2005. 
-Küng, H., Credo, Círculo de lectores, Barcelona, 1994. 
-Pagels, Eliane., Los evangelios gnósticos, Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1982. 
-Sachot, M., La invención de Cristo, génesis de una religión, Biblioteca Nueva, Madrid, 1998. 
-Theissen, G., Sociología del movimiento de Jesús, Sal Terrae, Santander, 1979. 
-Vouga, F., Los primeros pasos del cristianismo, Verbo Divino, Estella, 2001. 
Para las citas del Nuevo Testamento he utilizado La Biblia de Jerusalén, Desclee de Brouwer, Bilbao, 1978.

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