No hay nada como estar atento a los medios de comunicación para observar la curiosa mutación que experimentan algunas palabras en boca de ciertos "comunicadores".
Cuando se habla, por ejemplo, de "diálogo" podemos tener la certeza de que lo que se busca es un enroque total en posiciones numantinas.
Y si ya se presume de "diálogo hasta la extenuación", es casi cien por cien seguro -la experiencia lo demuestra- que quienes aseveran tal deseo no avanzarán ni un solo paso hacia posturas de encuentro o de cierto compromiso. El dialogo se convierte así en un pulso y deja de tener una función de conocimiento y comunicación para convertirse en una burda estrategia cara a una galería cada vez más decepcionada y aburrida.
Tanto abuso y distorsión de un vocablo o expresión acaba socavando el interés de la ciudadanía, harta del grotesco baile verbal de muchos de sus politicos y de sus actores sociales que parecen buscar más tiempo y protagonismo en los medios que verdaderas soluciones a los problemas que preocupan a la mayoría de la gente de bien.
¿Y qué decir cuando la farsa llega a los extremos que estamos viendo?
Los recientes (y penosos) desencuentros entre líderes politicos europeos, todos haciendo gala de su afán de diálogo, han demostrado cómo después de tanta escenificación, tanta alharaca y tanta palabrería no se ha podido evitar una guerra con todo lo que ello implica para miles de personas.
Soy consciente de que la realidad es sumamente compleja y que la mayor parte de los entresijos que han llevado a una situación como la actual difícilmente los conoceremos nunca, pero me llama poderosamente la atención cómo se recurre una y otra vez a términos que más que construir la realidad, la dinamitan.
Esa distorsión del significado y del valor de algunas palabras debe ser algo contagioso porque, lamentablemente, empieza a ser común en otros ámbitos más de andar por casa (o al menos es que lo voy observando en mi experiencia cotidiana): Algo de esa jerga y de esa disincronía empapa al que escucha a pesar de que se quiera mantener una mente abierta y, por tanto, crítica.
En ciertos grupos de encuentro o de crecimiento (incluso en grupos terapéuticos), por poner un ejemplo, hace tiempo que se puso de moda la expresión "yo no juzgo".
Nada que objetar a tan loable deseo (si es que es posible dar un solo paso sin emitir juicios internos y valoraciones aproximativas), pero -un pero sustancial- el uso y abuso de tal expresión ha hecho que ésta se convierta más en un escudo para hipersensibles que en un verdadero deseo de ser ecuánime.
Incluso, si me apuran y no quiere parecer maledicente porque no lo soy, en una sofisticada argucia por parte de algunas y algunos para blindarse ante posibles críticas y reservarse la postura de ofendiditos (que hoy en día se rentabiliza muy, pero que muy bien, especialmente en ciertos ámbitos).
Sucede también, por lo que he podido observar ante mi estupor en muy diversos foros, que hay personas que cuando empiezan a argüir lo de "yo no juzgo", mejor ponerse a resguardo o sacar un escudo porque a continuación, y haciendo gala de un punto ciego inconmensurable, no solo se juzgará sino que se sentenciará y se condenará sin derecho a replica, con un desparpajo y una cara dura digna de mejores metas.
Mejor no hablo del término "escuchar" porque acabaría deprimiéndoles (yo ya lo estoy).
Entrada revisada a 8 de agosto del 2023.
No hay comentarios:
Publicar un comentario