Una aproximación al cine "medieval".
Cuando vemos una película histórica, ambientada en la Edad Media, no suele ser -generalmente- la adaptación de una obra literaria escrita en esa época o la puesta en imágenes de un tratado histórico sino que, más habitualmente, se trata de la reinterpretación
de una novela o de una obra de teatro que ya ha inculcado, en públicos diversos, una idea previa de ese periodo histórico y ha configurado personajes y situaciones que han
calado en el imaginario común de occidente (y por ende, de buena parte del planeta).
En este sentido, no cabe duda de que los cineastas, tanto europeos como norteamericanos, fueron especialmente hábiles a la
hora de fundir en sus relatos los elementos más diversos para mostrarnos su Edad Media, pero con el afán de que ésta conectará con las expectativas, imágenes previas y
apetencias de todos los que acudían a ver sus películas.
La película histórica de temática medieval constituye, pues, una especie de popurrí en el que
la historia se entremezcla con la literatura, la pintura, el recuerdo social y la imaginación
creativa.
Y, evidentemente, antes de que los guionistas y productores cinematográficos experimentasen
con ese popurrí lo hicieron a su modo talentos tan absolutamente geniales con los de
William Shakespeare (1) o Lope de Vega -entre otros muchos- que encontraron en las
sagas y leyendas medievales infinidad de oportunidades para contar el pasado a su
estilo, pero de una forma imperecedera.
William Shakespeare constituye, desde luego,
un caso absolutamente excepcional ya que sus obras inspiradas en el medievo se ha
representado constantemente hasta la actualidad, tanto en teatro como en cine, y su vigencia –y con ella la de la imagen creada por él de este periodo histórico (bastante oscura y violenta, por cierto)- es casi universal.
Veremos, al analizar los diversos films seleccionados para esta serie de posts, el peso de historias profundas e intensas como las de Romeo
y Julieta, Hamlet o Macbeth (2). Por no hablar de todo el ciclo histórico que incluye diez
obras dedicadas a los reyes de Inglaterra y que ha inspirado innumerables films y series
de televisión de forma directa o indirecta (como es el caso de Juego de Tronos).
Pero si el inmortal maestro de Stratford generó una huella indeleble, también lo hizo,
para la visión de la Edad Media en el cine, tal y como he mencionado en el anterior post, la cultura
del siglo XIX.
Esta cultura -lógicamente amplísima y variopinta- forjó una historiografía, una literatura y un arte que idealizaron, por muy diversos y complejos motivos, la Edad Media.
Se consiguió con ello
exaltar los discursos nacionalistas de ese momento; se reavivaron los relatos
fundacionales de los grandes estados y la Iglesia católica no desaprovechó los desencantos generados por el industrialismo galopante para relanzar tesis conservadoras y añorantes del pasado (neocatolicismo). En otros ámbitos de la cultura, el Romanticismo, como poderoso motor ideológico, sirvió de guía a todos aquellos que estaban deseosos de revivir un pasado que
se imaginaron más auténtico que su propia realidad y conectado con valores épicos
(reflejo todo ello, en el fondo, de la todavía irresuelta lucha entre la ideología ilustrada
francesa (liberal) y el romanticismo visceral alemán, que sigue teniendo a las demás naciones
europeas de teloneros y a los británicos elaborando todavía su particular modo de estar
en el mundo (3)).
Novelistas como Walter Scott (1771-1832) pusieron en boga, entre otras cosas, el reinado de Ricardo Corazón de León y, con él, al paladín de los pobres, Robin Hood, un héroe que triunfaría clamorosamente en el cine y que serviría de inspiración para otros
muchos relatos y películas.
Ivanhoe y Quentin Durward, por poner solo dos ejemplos,
se convertirían también con el tiempo en auténticos héroes del Technicolor (4).
Como no
podía ser menos, fueron muchos los escritores que siguieron la estela iniciado por Scott y no desperdiciaron el filón de la novela histórico-medieval; tampoco lo desaprovecharon, al
tirón del momento, genios de la música como Verdi o Wagner, que crearon obras insignes que tuvieron a la Edad Media como referente, cuando no como protagonista.
En las artes plásticas contribuyeron a fijar la imagen de esa época, tal y como ya he mencionado en el post núm. 1, los prerrafaelitas, los nazarenos y, sobre todo, los pintores de corte historicista (5) y académico que, en muy diversos países, triunfaron con sus pinturas y la visión monumental de algunos hechos históricos, hechos a los que se quería otorgar una
especial relevancia social.
Esa visión plástica cuajó, sin duda, en las pantallas porque su
estética era muy adecuada para las necesidades narrativas del nuevo arte y porque ya
estaba asumida por buena parte del futuro público cinematográfico.
Otro elemento importante a reseñar como "fijador" de la estética medieval en el imaginario popular ha sido -y es- también, el cómic. No profundizaremos en ello en estos posts porque nuestro interés está centrado en el tratamiento cinematográfico de esta época, pero seria injusto no señalar, dada la clara influencia del mismo en muchos en la construcción de ese imaginario, al Capitán Trueno y, especialmente y de forma sobresaliente, la espectacular creación de Harold Foster "El príncipe valiente". Ambos, aunque a diferentes niveles y con diferente trascendencia, potenciaron entre la juventud (y entre los no tan jóvenes) la imagen prototípica de la Edad Media (6).
A medida que el cine fue desarrollando su propio lenguaje expresivo e incorporando, poco a poco, las nuevas tecnologías (sonido, color, pantallas gigantes etc.), su forma de
relatar el pasado y dentro de él el Medievo, también experimentó como veremos, profundas transformaciones, tanto estilísticas como argumentales.
Los héroes, afortunadamente, empezaron a ser menos ideales y más humanos; las heroínas evolucionaron de
floreros decorativos a mujeres resueltas e inteligentes; los decorados mudaron del cartón piedra a otros mucho más auténticos y realistas.
El paso del tiempo se dejó notar también en la crudeza de ciertas escenas o en el tratamiento de temas más cercanos a la verdadera historia y más alejados de las novelas de
aventuras. Eso supuso un proceso de maduración que implicó un profundo distanciamiento de los planteamientos decimonónicos que habían predominado durante largas décadas.
Se impuso la necesidad de realismo y autenticidad a la que me refería en
la primera entrada y esa tendencia acercó a muchos films a la que se ha convenido en llamar una estética feísta (de la que directores como Passolini hicieron su particular seña
de identidad); surgieron así antihéroes que vivían y luchaban en unas sociedades que,
para bien o para mal, parecían ser víctimas, de nuevo, de una resurgida edad oscura… pero iremos viendo todo lo aquí expuesto hablando de películas concretas (7).
NOTAS:
(1): Trate, en entradas anteriores de esta misma sección, las versiones cinematográficas de algunas obras de Shakespeare. Ciertamente, desde sus inicios, el cine se sintió subyugado por un filón tan impresionante de temas humanos y teatrales que, además eran conocidos y aplaudidos por todo tipo de públicos. En su afán por conseguir respetabilidad artística (y también por su deseo de ampliar el margen de negocio) las cinematografías de todos los países consideraron las adaptaciones de obras de Shakespeare como una forma de mostrar su capacidad de realizar producciones de calidad. Históricamente, figuras muy respetadas del teatro y del mismo cine abordaron las historias del bardo inglés y algunas fueron, ciertamente, verdaderas obras maestras. Para los interesados reseño los links oportunos:
(2): Jordi Balló y Xavier Pérez trataron de forma muy amena en su obra “La semilla inmortal” (2012) los argumentos universales en el cine de todos los tiempos y de muy diversos lugares. Esos argumentos entroncan,
a veces de manera consciente, a veces inconsciente, con aquellos escritos por los autores clásicos y entre ellos, evidentemente, destaca por méritos propios, William Shakespeare. De él tratan, sobre todo, tres bloques temáticos que, lógicamente, no son más
que una introducción a un mundo complejo e inagotable: el amor prohibido, con la
pareja de Romeo y Julieta como prototipos universales del amor contrariado; la
volubilidad del amor, siempre juguetón pero tirano, tal y como se puede ver en El sueño de una noche de verano; y el ansia de poder, encarnado por la agotadora figura
de Macbeth y la no menos agotadora de su Lady, una dama que, debido a su intensidad emocional, se convertiría en un verdadero
ejemplo a seguir para damas obsesivas protagonistas de populares films que tu-vieron muy poco shakesperianos y mucho de efectistas.
(3): Esta batalla ideológica, que pervive en nuestros días y se re-elabora a través del
tiempo, es analizada con detalle por el escritor francés Alain Finkielkraut en su libro
“La derrota del pensamiento” (2004).
Como resume brevemente en la contraportada
del mismo, “el autor se interroga por las razones que conducen a bautizar como culturales aquellas actividades en las que el pensamiento está ausente y se remonta a la filosofía del Siglo de las Luces para mostrar cómo se ha producido el derrumbe de los
ideales europeos. Afirma que los ideales de razón, de humanismo cosmopolita y de
poesía sin fronteras están sucumbiendo ante la exaltación nacionalista y la concepción
étnica de la sociedad (contra la concepción electiva), herederas del romanticismo alemán”.
Esta profunda lucha ideológica empapó, entre otras cosas, la visión de la historia y con ella, claro, más concretamente y entre otros cosas, la de la Edad Media.
Tzvetan Todorov en “El espíritu de la Ilustración” (2014) aporta otros matices a este
debate ideológico, que como ya he referido, me parece que sigue vigente debido a la
emocionalidad y al populismo imperante hoy en día.
(4): Las obras de Walter Scott supusieron el inicio de una concepción novelística muy
exitosa y que ha acercado la historia a infinidad de lectores; desde su particular visión,
por descontado, pero con muy buenas dosis de amenidad y calidad literaria. De sus
obras se han hecho múltiples versiones cinematográficas y algunas muy exitosas en taquilla. Las más conocidas son Ivanhoe (1952), El talismán (1954), Las aventuras de
Quentin Durward (1955) y Rob Roy (1995).
(5): Los pintores historicistas del XIX contribuyeron tanto o más que los Prerrafaelitas a
configurar la imagen popular –y por lo tanto más conocida- de la Edad Media. En nuestro
país hay que destacar la figura de Francisco Pradilla.
(6): El cómic de Hal Foster “El príncipe Valiente” es, realmente, una obra de arte del
género. Fue publicado por primera vez el 13 de febrero de 1937 y Foster siguió dibujando en solitario la serie hasta principios de la década de los sesenta, cuando empezó a
contar con la colaboración de su hijo Arthur, de Wayne Boring, uno de los dibujantes de
“Superman” y de Hugh Donnell, aunque dicha colaboración se limitó al trabajo mecánico
y él siguió responsabilizándose en solitario de los guiones. En 1971, John Cullen Murphy
se hizo cargo del cómic, aunque el nombre de Foster siguió figurando hasta 1984. La
obra de Foster, aparte de unos dibujos absolutamente maravillosos, contó con un gran
guion capaz de mostrar la evolución caracterológica de los personajes y un gran esfuerzo de documentación histórica (aunque también se puedan encontrar inconsistencias
en este terreno). Foster, con tino, sitúo la acción hacia la primera mitad del siglo V, pero
tanto el famoso príncipe -de insufrible corte de pelo a lo tazón-, como los demás caballeros que le acompañan, aparecen con una panoplia más propia de nobles de una muy
avanzada Edad Media. Hay también, a lo largo del desarrollo de los diversos tomos del
cómic, algunos anacronismos históricos y algunos errores geográficos, pero no debemos olvidar que, a fin de cuentas es un cómic, más o menos riguroso en muchos aspectos con lo que narra, pero no es un libro de historia y, en cualquier caso, la labor y el
compromiso de Foster con la historia medieval estuvo muy por encima del que
demostraron la mayoría de los guionistas cinematográficos de su época (incluidos los
que hicieron la versión cinematográfica de su obra).
El capitán Trueno (1956), obra de Miguel Ambrosio y Víctor Mora, no llegó al nivel de
perfección estética y temática del cómic de Foster (tampoco lo pretendieron), pero sirvió
para que muchas generaciones patrias se familiarizasen con la Edad Media de los cruzados (la primera aventura se sitúa en 1191, en San Juan de Acre).
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