El otro día vi en el telediario una especie de "caza" al enfermo: un muchacho africano había huido del centro donde estaba internado por padecer ébola y se había mezclado entre las gentes que acudían al mercado.
Fue "detectado" inmediatamente y el miedo -lógico- al contagio disparó las reacciones de defensa y huida de todos aquellos que se encontraban por donde él pasaba, el ser apestado. Se movilizó rápidamente el servicio de emergencias y, después de ligeros intentos de huir, el enfermo fue reducido e introducido en una camioneta por hombres vestidos con trajes de extraterrestres.
Se me quedó grabada la mirada de rabia y espanto del chico.
Fue "detectado" inmediatamente y el miedo -lógico- al contagio disparó las reacciones de defensa y huida de todos aquellos que se encontraban por donde él pasaba, el ser apestado. Se movilizó rápidamente el servicio de emergencias y, después de ligeros intentos de huir, el enfermo fue reducido e introducido en una camioneta por hombres vestidos con trajes de extraterrestres.
Se me quedó grabada la mirada de rabia y espanto del chico.
Las de miedo y las de agresividad de los que estaban cerca de él.
La presa fue, finalmente, recluida en donde, se supone, debía estar. Real, pero triste. Medieval en el sentido más trágico del término. Más antiguo todavía si cabe: de aquellos oscuros tiempos en los que los enfermos de lepra eran repudiados y apartados, lejos de todo y de todos.
Presos de la imposibilidad de curación, o de un patético castigo divino como insinúan (en éste y en otros casos similares) según algunas mentes que van de caritativas, pero que exhiben un profundo odio por muchas de las fragilidades humana.
La presa fue, finalmente, recluida en donde, se supone, debía estar. Real, pero triste. Medieval en el sentido más trágico del término. Más antiguo todavía si cabe: de aquellos oscuros tiempos en los que los enfermos de lepra eran repudiados y apartados, lejos de todo y de todos.
Presos de la imposibilidad de curación, o de un patético castigo divino como insinúan (en éste y en otros casos similares) según algunas mentes que van de caritativas, pero que exhiben un profundo odio por muchas de las fragilidades humana.
Es triste que las enfermedades, en determinados sitios, sean todavía más desoladoras y destructivas de lo que lo son en otros, con mayor fortuna y medios.
Es terrible la mirada de horror de quienes las sufren sin tener ninguna certeza de si se curarán o de porque extraño demonio les ha tocado a ellos y no al vecino. Tan terrible como aquellas miradas desencajadas de los primeros infectados por el sida, en donde el espanto más profundo dejaba traslucir el dolor no solo del cuerpo sino del alma.
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