lunes, 11 de marzo de 2019

Lugares (36): Jerusalén (1).

Iniciamos, el 23 de mayo, la visita a la histórica y tres veces santa ciudad de Jerusalén.
Después de un sustancioso desayuno en el hotel en donde nos alojamos (Hotel Leonardohttps://www.leonardo-hotels.es/leonardo-hotel-jerusalem), partimos en autobús hacia el exterior amurallado de la ciudad para poder disfrutar de una de las más espléndidas panorámicas de la misma. Panorámicas que, salvo pequeñas y más o menos actuales modificaciones, se supone que son similares a las que pudo disfrutar (y sufrir) Jesús de Nazareth.
Sea cierta o no esta afirmación, la verdad es que si se respira en el aire (y en el paisaje que se puede admirar) un algo especial, indefinible, una extraordinaria carga de siglos de historia que difícilmente deja indiferente al observador atento, independientemente de sus creencias (o de su falta de ellas).
Hay, claro, muchos grupos de turistas y peregrinos que rompen algo la magia del lugar, pero que -gusten o no- resultan absolutamente inevitables en los tiempos que vivimos: ¡es el peaje a pagar por las facilidades del turismo de masas!
Personalmente, debo reconocer mi especial conmoción en dos lugares de Jerusalén que, inesperadamente, me desbordaron más allá de toda presunción y lógica.
 El primero de ellos fue en el recorrido de descenso hacia una de las puertas de entrada a la ciudad, en el conocido como Huerto de los Olivos o Getsemaní. Allí me sentí totalmente embargado de una congoja sorprendente, poderosamente emotiva, sin que nada en concreto del lugar o de la circunstancia concreta me moviera a ello. Fue experimentar, lisa y llanamente, un sentimiento profundo de enorme tristeza a pesar de mi cautela y (presunta) racionalidad. El fenómeno, por llamarlo de alguna manera, se repitió de forma parecida cuando me acerqué al Muro de las Lamentaciones a depositar algunas de las peticiones que me habían dado para ello personas queridas. Allí, de nuevo, la sensación de que algo muy superior a mí me envolvía y desbordaba me dejó descolocado y sorprendido. Supongo que, si nos ponemos, podremos encontrar "explicaciones" a semejantes sensaciones.....pero -sinceramente- no me interesa ya obtenerlas. 
Me quedo con la vivencia. Vivencia que no se repitió, para bien o para mal, en lugares tan emblemáticos como el Santo Sepulcro -que me dejó bastante frío- o en Belén -que más bien me desagradó -.
Hoy, a casi un año vista, esas dos experiencias las recuerdo aun de forma intensa y siguen causándome todavía extrañeza y sorpresa porque me tengo por persona poco dada a efusividades emocionales y mucho menos a posibles "histerismos" colectivos (que no se produjeron en ningún momento ni lugar de los visitados)..... pero no puedo negar que ambas me impactaron y se encuentran en el "lote" de los mejores recuerdos de un viaje que tuvo mucho de especial para mí.
Al bajar del mirador hacia Jerusalén se deja a la izquierda un cementerio judío todavía en activo.
Sobre las tumbas los familiares y amigos de los difuntos depositan piedras -en vez flores- en señal de recuerdo, respeto y amor.

Los olivos siguen creciendo en las pequeñas colinas.
Las siete cúpulas doradas de la iglesia ortodoxa de Santa María Magdalena nos dejaron con la miel en los labios ya que nos quedamos sin poder visitarla debido a lo difícil que es entrar sin concertar cita previa por su restringido horario de apertura al público (martes y jueves de 10 a 11,30h). Fue el zar Alejandro III quién la mandó construir en 1885, y desde entonces, su imagen constituye una parte consustancial del paisaje al que otorga un cierto e inesperado aire de cuento de la Mil y una noche.

El huerto de Getsemaní está en la actualidad sumamente cuidado.
Árboles y flores lo convierten  más en un jardín recoleto que en un huerto pero eso, junto con la devoción respetuosa de miles y miles de peregrinos y devotos, hacen del lugar algo especial.


La iglesia, relativamente moderna y de un estilo bastante ecléctico, no es lo que se dice una obra de arte. No hay riesgo de sufrir aqui el mal de Stendhal, pero -siempre hay algún pero sustancial- tal y comentaba más arriba eso hace todavía más inesperado el experimentar según que vivencias.
Desconozco los mecanismos profundos del psiquismo humano -ni siquiera de mi psiquismo-, sin embargo a muchos -no a todos, la realidad nunca se impone tan claramente- nos dejó huella.



El Papa Pablo VI plantó en los años sesenta un olivo que tiene ya un tamaño considerable.
Continuamos, el descenso hacia la Vía dolorosa, visitando algunas de las iglesias que si estaban abiertas.





Y entramos en Jerusalén por el "barrio árabe", uno de los cuatro barrios en los que se divide la ciudad antigua de los que hablaremos con más detalla en la próxima entrada.
Texto y fotos:  Javier Nebot

No hay comentarios:

Publicar un comentario