domingo, 8 de noviembre de 2020

Micro-desahogos (13): Ideología sin límite.

 Me comentaba el otro día una amiga que le extrañaba el giro conservador (por delicadeza no uso el término reaccionario) que observaba últimamente en nuestras conversaciones a la hora de hablar de política o de temas sociales. No me extrañó la observación porque yo también soy consciente de ese giro, de ese hartazgo y esa decepción (profunda) que siento actualmente hacia políticas y personas de izquierdas a las que, hasta no hace tanto, seguía con cierto interés y esperanza. Intenté argumentar mis razones al respecto, aunque estoy convencido de que existen en ese cambio motivaciones emocionales que pesan tanto o más que las racionales.

Desde luego, no es este el apartado del blog más adecuado para una reflexión a fondo de tales cuestiones, pero sí me gustaría apuntar una razón básica de mi teórica radicalización hacia posturas ajenas a las que defendía hasta hace muy poco: la adhesión (entreguista) de la izquierda a las políticas identitarias y de género. Desde que a finales de los noventa se produjo la desaparición del socialismo real en prácticamente todos los estados occidentales la izquierda quedó totalmente descolocada. En vista del predominio abrumador del liberalismo económico, renunció a toda posibilidad real de cambiar el modelo económico mundial y con ello traicionó de raíz los anhelos de justicia real y efectiva de muchísimas personas que pensaban honestamente que cambiando y actuando sobre ese modelo económico y social se conseguiría un mundo más justo y cabal. 
Ante esa impotencia se lanzó en plancha como adalid de otros movimientos de "liberación" que, por lo que fuese (las razones son muchas y complejas), conseguían más aplauso social. Esa transmutación ha tenido algunos puntos buenos, pero ha generado una orfandad ideológica hacia muchísimas personas que no se sienten para nada identificadas en tales cuitas aunque callen por aquello de no ser lapidadas (arte de nuevo en boga, sobre todo en las redes sociales). Lamentablemente, el afán redentor de la nueva izquierda conserva el fundamentalismo y rigidez de la vieja guardia comunista y la mezquindad y rabia del profesional del victimismo (que los/las hay). Y desde luego, cómo no, un constante deseo de estigmatizar al que piensa diferente como enemigo a abatir y no como contrincante ideológico al que convencer o, incluso, seducir. Si, como mantienen algunos autores, la izquierda se considera moralmente superior (cosa bastante discutible) debería tener un forma más gallarda de defender sus ideas sin necesidad de recurrir a lavados de cerebro ni manipulaciones mediáticas.  
Cualquier persona sensata y no lastrada por la devoción a una ideología sabe que un problema puede verse de muchas formas y que su solución puede estar también en formulas diversas y no siempre contradictorias. La confrontación permanente, el crispar para obtener reacciones viscerales, la reducción del pensamiento a consignas y la eliminación de la autocritica me parecen -entre otras cosas- tendencias penosas tanto por parte de la izquierda como por parte de la derecha. 
Para bien o para mal, jamás seria un "hombre de partido", de ninguna índole (ya me cuesta incluso pertenecer a una ong). Cuestiono todo. Prefiero llegar a mis propias conclusiones y no tragarme lo que algunos gerifaltes o teóricos "expertos" decidan que debo tragar o pensar. Pero si esas desalentadoras tendencias me irritan, lo hacen mucho más cuando provienen de la izquierda porque siempre he pensado que una de las características de ésta era la reflexión, el análisis profundo y el deseo sincero de transformar la sociedad para beneficio de la mayoría y no para la propia casta o el "partido". Quizás pequé de ingenuo en el pasado, ahora -lo reconozco- caigo en la acritud propia de toda decepción y en la desesperanza de ver que como populismos de todo pelaje seduces a una mayoría de ciudadanos que, por lo que parece, sí quiere bailar al son que le marcan los marionetistas profesionales de la política actual.

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