viernes, 30 de diciembre de 2022

Grandes obras: Navidad en el arte.

 La Navidad, ese gran misterio que de forma muy sencilla nos traslada verdades muy profundas, ha sido tratado por infinidad de artistas: imágenes significativas y muy diferentes según el espíritu y sensibilidad de cada época.

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Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran corresponden al artista o artistas referenciados.
Su exposición en este blog pretende ser un homenaje y una contribución a la difusión de obras dignas de reconocimiento cultural, sin ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.

lunes, 26 de diciembre de 2022

Opinión personal (106): Acercamiento a la imagen del mito en el arte de ayer y de hoy (3).

 Iconos del arte de ayer y de hoy. 

Francesca Bonozzoli, en su obra De Monalisa a los Simpson (2013), apunta algunos de los elementos que influyen en el hecho de que una imagen se convierta o no en un icono, retomando alguna de las tesis que ya exploraron anteriormente –con mucha profundidad- autores tan prestigiosos como Erwin Panofsky y Friz Saxl. 

Entre ellos, menciona una cierta reverencia cuasi religiosa, cuyo origen lo sitúa en la veneración de las reliquias e imágenes cristianas aunque, probablemente, sea una pauta devocional mucho más antigua, ya que el arraigo del pensamiento mágico y la devoción por talismanes y similares cristalizaciones del poder de los espíritus, era muy fuerte y habitual en todas las culturas de la cuenca mediterránea. La fascinación por lo mágico y todo lo que se relacionase con hechizos y encantamientos era consustancial a todas las religiones de la época y, de manera muy especial, en aquellas que, por sus secretismos, recibían el nombre de mistéricas. 

En cualquier caso, saber cómo, quién y qué tiene el poder de transformar una imagen en algo realmente icónico sigue siendo muy difícil de determinar, y las respuestas a tales preguntas, según Bonozzoli, son complejas y casi siempre discutibles, porque la solución del misterioso poder de los iconos “lejos de ser esquemática y univoca, remite a la historia, a la sociología, a la psicología e incluso a la religión(Op. Cit. p.9). 

 Ciertamente, no podemos olvidar que la Biblia nos reconoce como hijos de una estatua hecha de barro (Adán y el Golem se dan la mano) y esa narrativa mítica se fusiona con otras muchas que aluden a la constante fascinación del ser humano por las imágenes y a su tendencia a dotarlas de una especial significación, tendencia que sigue vigente al día de hoy y de la que la publicidad, el cine y los medios de comunicación han tomado muy buena nota.

 Desde luego, rastrear las implicaciones históricas, sociales y psicológicas de tal vinculación con las imágenes seguirá siendo, durante mucho tiempo motivo de estudio y análisis y aquí solo podemos insistir en lo que es bastante obvio: consumimos imágenes en cantidades inimaginables en cualquier época de la historia; además, todos y cada uno de nosotros somos capaces en la actualidad, gracias a las innovaciones técnicas, de producir nuestras propias imágenes y crear nuestros ionos particulares; nuestra forma de percibir y entender la realidad se ha vuelto casi totalmente visual; los medios publicitarios y de comunicación de masas insisten, hasta límites insospechados, en influir en nuestra sed de imágenes y en despertar con ellas nuevas ansias, necesidades y consumos, aunque para ello tengan que utilizar resortes inconscientes y manipular nuestros arquetipos mentales, empleando sin pudor cualquier iconografía, pasada o presente, que contribuya a su éxito social (traducido siempre en rentabilidad económica). 

Pero dejemos las teorizaciones y veamos imágenes.

Lilith, damas sedentes y otras feminidades adorables 

La influencia y el recuerdo de Lillith vienen de lejos, de muy lejos. De civilizaciones ya totalmente olvidadas, de culturas realmente ancestrales. Sin embargo, su historia ha permanecido y su fuerza apenas se ha ocultado. Va revistiendo, claro, nuevas formas: De hecho muda de imagen constantemente convirtiéndose de esa manera en uno de los mitos/iconos que han sobrevivido gracias a su representación en el arte.

Es, para algunos iniciados, la gran serpiente, para otros la seductora impenitente, que arrastra a los hombres por el mal camino. Personifica a quien se enrosca imperceptiblemente, a la que hechiza con su mirada, la que adormece con su siseo, la que se esconde con forma irresistible de mujer. 

Con sensualidad húmeda y placeres inexplicables arrastra a sus víctimas hacia su guarida. Los judíos la llamaron Lilith; ella era quien medraba entre las sábanas y robaba el semen de los hombres, la que mataba a los recién nacidos porque odiaba dar algo de si misma. Pero, sin duda, esta dama ha tenido y tendrá mil nombres. Si Satanás –según refieren otras historias- se enfrentó a su creador y fue condenado a las oscuridades del inframundo, Lilith y sus reencarnaciones también lo hicieron y su castigo fue arrastrarse como cómplices del Mal. 

Desde entonces la tentación lleva su nombre y configura uno de los tres grandes arquetipos femeninos: la Gran Madre, la Gran Puta y la Gran Virgen. Según la época, según la civilización, o según la mentalidad reinante, se muestra entre sombras o con descaro pero estar, está. 

Como bien refiere Erika Bornay, hay - hoy igual que ayer- todo un "cortejo de fatídicas" que postulan por ingresar en las filas de sus discípulas porque siempre es más fácil seducir que hacer (1). La gran serpiente se adapta y si tiene que concursar en televisión o promocionarse en el cine, sin duda lo hará. Claro que la serpiente también es símbolo de Sabiduría...







Richard Avedon.

Pero la seducción y la sexualidad no siempre han tenido mala prensa. 
El Olimpo griego ha estado poblado de seres voluptuosos que no tenían ningún reparo en hacer ostentación de su poderío y de su insaciabilidad (como iremos viendo, también, más adelante en sucesivos posts). 
Afrodita-Venus, más que en diosa de la perdición, se convirtió en diosa del amor y fue venerada de mil maneras por fervientes seguidores y entregados émulos. 
Ayer y hoy, mostramos verdadera  adoración por la mujer que seduce y despierta las fuerzas del amor y del erotismo, especialmente si éste se materializa de forma lúdica y amable, dando lugar al enamoramiento. 
Desde luego, la misoginia milenaria también ha conseguido poner en entredicho a Venus y, en ocasiones, se nos ha mostrado como vampiresa despiadada o como prima hermana de la vengativa Lilith, deseosas ambas de buscar la ruina al hombre sensato y cabal si no se cede a sus pretensiones. 


La representación griega de Venus ha tenido, lógicamente, numerosísimas versiones. 
Probablemente, las más conocidas sean la Afrodita de Praxiteles o de Cnido (360 a. C), la Venus Medici de Cleómenes, hijo de Apolodoro, del siglo I antes de Cristo y, por descontado, la Venus de Milo. 



Todas ellas han tenido numerosas hijas a lo largo de la historia y mostraré algunas de ellas en el siguiente post.

-continuará-

Notas
(1). La escritora Erika Bornay estudia la figura femenina y su “criminalización” misógina en su libro “Las hijas de Lilith”, un repaso a la imagen –mala- de la mujer en occidente y al negativismo con que se la ha mirado en buena parte por culpa de sectores religiosos (cristianos y musulmanes, especialmente) y, con ellos, sociales. La dualidad Mujer perversa (Lilith/Venus) / Mujer Madre y Santa Esposa (Virgen María) ha lastrado la vida mental y con ella la vida sexual de millones de personas en Occidente, durante siglos (y la cosa no está para nada totalmente superada porque neo-puritanismos rampantes y resentidas vueltas de tortilla, están dificultando una vivencia sana e inteligente de la realidad arquetípica, siempre complementaria y no contrapuesta). 
También Bran Dijkstra en su obra "Ídolos de perversidad" trata en profundidad la imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo.

Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran corresponden al artista o artistas referenciados.
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Texto: Javier Nebot

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Opinión personal (105): Acercamiento a la imagen del mito en el arte de ayer y de hoy (2).

 Acercamiento general al mito en el arte. 

La iconografía clásica, como bien señala Miguel Ángel Elvira en su libro –imprescindible- “Arte y mito. Manual de iconografía clásica” (2013): “tiene un principio muy fácil de definir: el marcado por las primeras figuraciones de la Edad Oscura de Grecia(p.19)

Sobre la base primitiva de carácter neolítico que existía en Grecia a principios del II milenio a.C., llegaron a Europa (y a los Balcanes, más concretamente) dioses muy diferentes traídos desde el norte. Los pueblos indoeuropeos, que se extendieron y asentaron sobre lo que hoy es Grecia, Albania y Turquía, aportaron una religión basada en númenes masculinos (divinidades de la mitología clásica que protegían lugares) vinculados a su organización nómada, patriarcal y pastoril (1). 

La fusión de lo ya existente con lo nuevo, generó culturas desconocidas hasta hace muy poco tiempo (micénicos y minoicos, entre otros pueblos) (2). Se crearon gestas de suficiente calibre y calado como para que los poetas (y las generaciones de oyentes) las inmortalizasen en historias y epopeyas que se han contado durante siglos. Las proezas de aquellos hombres y de sus dioses han sobrevivido a periodos de oscuridad y a todo tipo de catástrofes y todavía hoy se leen y se admiran (3).

 La Ilíada y la Odisea nos muestran un mundo extinguido hace tres mil años, pero cuyo impacto ha sobrevivido al paso del tiempo y ha calado profundamente en nuestra imaginación. 

Evidentemente, toda esa cosmogonía NO se desarrolló de un día para otro. Experimentó cambios, evoluciones y diversas adaptaciones. El afán explorador y colonizador de los pueblos griegos contribuyó, sin duda, a la difusión de su particular mitología por todo el mediterráneo. Por contagio, por fascinación o por una suma de ambos, muchos pueblos de su área de influencia se plantearon la posible correspondencia entre los dioses de los helénicos y los suyos

Los etruscos y los romanos, especialmente, exploraron a fondo esas posibilidades de vinculación y encontraron conexiones convincentes, potenciando y manteniendo en el tiempo un panteón de dioses y héroes que, sin duda, se volvió arquetípico (4). Zeus y Atenea fueron inmortalizados, más si cabe al ser tallados en piedra, por Fidias. Hera, por Policleto; Afrodita por Praxiteles y Hércules por Scopas y Lisipo.


Estas estatuas –y otras muchas- fueron copiadas y copiadas sin descanso. 
Las imágenes de los dioses sobrevivieron así hasta la actualidad y se han incorporado al imaginario común, no sólo porque estén salvaguardadas en los museos, veneradas como obras de arte, sino, también, porque el séptimo arte –el cine- decidió darles una nueva vida en innumerables ocasiones, para gustos de adolescentes y forofos de lo extraordinario, perpetuando su recuerdo en la memoria de todos, aunque sin las implicaciones religiosas que tuvieron en su origen (5). 
Pero, antes de llegar a las imágenes del siglo XX y XXI, permítanme, trazar las líneas generales que nos vinculan con el pasado. Tal y como refiere el ya citado Miguel Ángel Elvira (2013) (6), la iconografía clásica prácticamente desapareció entre los siglos VIII y XII

En el contexto europeo, el cristianismo y el islamismo coparon la realidad artística (de muy diferente forma) y, tanto en uno como en otro, la mitología grecolatina no tuvo lugar, sentido ni valoración positiva alguna. Con la llegada del Renacimiento, primero en Italia y después en toda Europa, se empezó a redescubrir (y valorar en extremo) la belleza del pasado perdido y, poco a poco, pero con un intenso afán, se desenterraron –literalmente- obras dadas por desaparecidas durante siglos. 
Obras que entusiasmaron a los artistas del quattrocento y del cinquecento y que les impulsaron a recuperar los parámetros de la belleza clásica y llevarla a nuevos (y a veces increíbles) límites


El Barroco tiñó de luces y sombras (también literalmente) ese deslumbramiento renacentista, otorgándole más cercanía, humanidad y algunas dosis de misterio aunque, acabado su tiempo, el rococó imprimió un giro y prefirió poner la nota frívola y decorativista, tanto en el arte como en muchos de los mitos que éste reflejaba. 
 Sin embargo, un nuevo redescubrimiento y valoración del pasado grecolatino, propició la aparición de una tendencia artística, conocida comúnmente como Neoclasicismo, que consideró esencial y prioritario volver a las fuentes originales después de la banalización impuesta en el arte por los artistas de las décadas prerrevolucionarias del siglo XVIII. 
El descubrimiento de Pompeya y Herculano supuso, en este sentido, un verdadero punto de inflexión cara a la valoración de lo clásico (7). Además, contribuyó a ello la figura de un teórico del arte, Joham Joachim Winckelmann, cuya poderosa influencia se extendió prácticamente hasta principios del siglo XX y cuyas tesis marcaron indeleblemente la forma en la que vemos, incluso hoy, el arte griego y romano (8).


Para Winckelmann, el ideal de belleza griego se encontraba, sobre todo, en las esculturas griegas de líneas muy puras y en los vasos de cerámica. Por lo que cuentan algunos cronistas estaba perdidamente enamorado del Apolo de Belvedere.


Su pasión, desmesurada, por el arte griego marcó el gusto de su época y fue determinante para establecer un nuevo canon clásico. 
Claro que, como bien demuestra el paso de la historia, toda tendencia que se impone acaba generando movimientos alternativos de reacción y, como el neoclasicismo se convirtió durante mucho tiempo en el modelo e ideal a seguir por todo el academicismo imperante, no tardaron en surgir en el siglo XIX movimientos contestatarios con pretensiones de erradicar lo que consideraban que estaba ya caduco y superado. 

Tanto los románticos, como los realistas y después de ellos los impresionistas, reaccionaron contra el arte oficial y contra lo que de cultura greco-latina sobrevivía en él. 
Pero, como bien saben todos los que disfrutan del arte, el siglo XIX fue un siglo sumamente complejo y desbordante desde todos los puntos de vista, incluido el artístico y junto con los nuevos movimientos coexistieron otros que reivindicaban la belleza intemporal del pasado e, incluso, todo el pasado clásico. 
Pintores como Jean-Leon Gerôme o Alma Tadema, por poner solo dos ejemplos paradigmáticos, triunfaron en su momento mostrando un mundo fenecido, pero, con diferencia, mucho más bello que el que mostraba el industrialismo imperante –salvaje- con su afán obsesivo por el beneficio, por la reproducción en serie y con sus constantes y rápidos cambios.


El siglo XX, pletórico de vanguardias y adorador de la innovación permanente, olvidaría en sus obras los temas mitológicos aunque, como veremos, estos no han desaparecido, ni muchos menos, de la iconografía pictórica, mantenida por los realistas de hoy y potenciada, muchas veces por el "arte" publicitario y la imaginería consumista.

Notas
(1). Los estudios de Josep Cambell y Walter Burkert son absolutamente claves en este sentido, aunque en cualquier manual de historia actual se pueden encontrar referencias al impacto que la llegada de los pueblos arios causó en las diversas zonas en las que se asentaron y sobre como el proceso de conquista e inter-culturización que se produjo fue de tal magnitud que modificó sustancialmente las religiones y modos de vida de las civilizaciones y culturas conquistadas. 
(2). El descubrimiento, a principios del pasado siglo XX, de las civilizaciones minoicas y micénicas, por parte de Arthur John Evans y Heinrich Schliemann respectivamente, modificó las concepciones que se tenían sobre la Grecia Arcaica y la Edad oscura. La comprensión actual de realidades tan lejanas y de la forma en las que están construían sus particulares mitologías, siendo escasa, es infinitamente superior a la que se tenía hace unas cuantas décadas. Son cuestiones trascendentales porque de esa compresión se obtienen también datos sobre cómo se vivía, sobre cómo se pensaba, sobre cómo se comunicaban entre ellos (costumbres y valores) y sobre lo que el arte significaba para en sus culturas. Desde un punto de vista histórico y literario, Bernardo Souviron ofrece tesis sumamente interesantes en su obra “Hijos de Homero” (2006). Desde el punto de vista de la construcción de valores, significados y simbologías Jordan B. Peterson ha ahondado con clarividencia en su libro “Mapas de sentidos. La arquitectura de la creencia”. (2019). 
(3). Glosar la importancia cultural y literaria de la Ilíada y de la Odisea parece superfluo a pesar del olvido y desprecio actual al que se somete la cultura clásica. Su trascendencia, como sabemos todos, ha sido realmente enorme y buena parte de nuestro imaginario compartido está repleto de lugares comunes que han permanecido en nuestras mentes durante siglos, aunque a veces lo hayamos olvidado o no tengamos conciencia exacta de su procedencia. La fábrica de mitos actual, el cine, se encarga cada dos por tres de efectuar revisiones o relecturas, más o menos acertadas o más o menos descerebradas según el caso, aprovechando ese eco o recuerdo, pero tanto los dioses del Olimpo como los héroes griegos (Aquiles, Áyax, Odiseo etc.) parece que sobreviven con un envidiable grado de buena salud teniendo en cuenta que tienen casi tres mil años, independientemente de cómo les tratemos.
(4). El ya mencionado Jung y todos sus seguidores de la Escuela o Círculo de Eranos mantienen viva la “devoción” hacia los arquetipos y trabajan para que la comprensión de los mismos sea cada vez mayor. Autores como, entre otros, James Hillmann, Marie Louise Von Franz, Pierre Hadot, Walter Burkert y, posteriormente, Richard Tarnas, Patrick Harpur o Thomas Moore, dan buena muestra de la vigencia e influencia de los arquetipos, a pesar de que muchas veces, cayendo en adanismos simplones renunciemos a ellos. 
(5). El tratamiento cinematográfico de la mitología requeriría otro estudio. Mitos, readaptados o no, han plagado la pantalla, desde que el cine es cine, en infinidad de ocasiones (y con mayor o menor fortuna porque muchas veces han sido simple carnaza para péplums de tres al cuarto. ¡Si Hércules levantase la cabeza!). Interesante es el tratamiento de Roman Gubern en su libro “Espejo de fantasmas” (1993), como lo es también el que ofrecen Jordi Balló y Xavier Pérez en “La semilla inmortal. Los argumentos universales en el cine”. 
(6). Miguel Ángel Elvira (2013): “en un periodo tan pobre en iconografía mitológica, solo un hilo se mantiene sin ruptura: nos referimos a las imágenes astrales de los dioses, planetas y constelaciones” (p.31). 
(7). Los descubrimientos de las ciudades de Pompeya y Herculano, sepultadas durante siglos bajo el lodo volcánico, constituyeron todo un hito y tuvieron una extraordinaria repercusión en una Europa que, después de mucho tiempo reverenciando la cultura clásica, empezaba a dar muestras de cansancio y hastío. Una nueva valoración y una nueva moda surgieron apoyándose en tales descubrimientos, a la vez de un deseo potente por explorar y conocer mucho mejor el pasado que fue impulsado y mantenido por el mundo académico y, sobre todo, el museístico.
(8). La figura de Winckelmann no sé si ha sido tratada por alguna cinematografía, pero su vida merecería una película. La escritora bilbaína María Belmonte le ha dedicado un capitulo en su apasionante libro “Peregrinos de la belleza” (2015).

-continuará-

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Texto: Javier Nebot

sábado, 17 de diciembre de 2022

Pintores de hoy (206): Chawky Frenn (Líbano, 1960).

Chawky Frenn nacio en el Líbano, país en donde vivió durante veinte años antes de emigrar a los Estados Unidos.
Obtuvo su MFA de 1987 a 1988 en la Tyler School of Art-Temple Abroad, Roma, Italia y un año antes en la Tyler School of Art de la Universidad de Temple en Filadelfia (USA).
Las pinturas de Frenn, a veces, plasman sus experiencias infantiles en un país devastado por la guerra.

Ponerse de pie | CHAWKY FRENN – Violencia transformada (violencetransformed.com)


























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