lunes, 31 de enero de 2022

Opinión personal (90): La Edad Media en el cine (1).

 En una época tan visual como es esta en la que vivimos, nadie podrá negar que buena parte de nuestro imaginario histórico procede del cine y de la televisión. 

Ciertamente, una de las grandes virtudes de estos medios de comunicación es su sorprendente capacidad para hacer volar la imaginación y, con ella, trasladarnos a las más diferentes épocas históricas. Con este post y los que le seguirán, me gustaría acercarme, aunque sea someramente, a la visión con la que el séptimo arte ha tratado al medievo

Se trata de una época controvertida que, lamentablemente, ha estado presa, en muchos aspectos, de tópicos y malentendidos generados en otros periodos históricos. Además, el Medievo fue también rehén, entre otras cosas de la imagen creada por algunas novelas populares que hicieron arraigar pseudo-arquetipos como los de la damas pacientes -y aburridas- con cucuruchos en la cabeza o el de los caballeros heroicos dispuestos a morir por sus ideales guerreando sin parar. 

Algunos de esos tópicos proceden claramente de afanes ilustrados, ideológicamente muy interesados, que deseaban mostrar la Edad Media no solo como un periodo medio o de transición, sino como una época profundamente tenebrosa y oscura de la que necesariamente había que salir -cuando no escapar- para progresar hacia valores muy diferentes de los vigentes hasta ese momento, intentando dar un sentido o dirección a la historia que, para bien o para mal, todavía está por ver que exista. 

El cine, lejos de contribuir a una clarificación de esta imagen medieval predominante–algo que sería mucho pretender en un arte nacido para entretener a las masas- se ha aprovechado en muchas ocasiones de estos clichés propios del siglo XVIII y XIX para hacer caja y –no lo podemos negar- para dar espectacularidad, aventura y magia a un género que, en muchas ocasiones, tiene límites imprecisos y colindantes con el cine fantástico y el de aventuras

Con todo y siendo justos, hay que reconocer que tiene muy poco que ver la imagen medieval del Hollywood adicto al Technicolor y a las sonrisas profidénicas con la que se ofrece en la actualidad a los públicos de hoy: sin ser libros de historia (cosa que nadie lo pretende ni lo ha pretendido -casi- nunca), los films de los últimos treinta años y las series de televisión actuales que abordan este periodo de la Historia están en las antípodas de lo que podía verse en las pantallas hace tan solo unas décadas (con evidentes excepciones, como es lógico, que haberlas, las hubo). Y lo están porque las exigencias de verosimilitud, al menos en cuanto a la ambientación y al clímax en el que se mueve la acción, son hoy en día muy altas. El público de finales del siglo XX y lo que llevamos del XXI demanda, en su gran mayoría, cierto rigor histórico, no solo divertimento. 

 El diálogo que se produce en una película o en una serie de televisión entre ficción y realidad puede trasladarnos a un mundo histórico o a un mundo fantástico pero, en todos los casos, en la actualidad, es necesario contar la historia con autenticidad, ilustrarla con realismo y referenciarla con buenas dosis de, al menos, correcta probabilidad

Hay un abismo narrativo entre el Robin de los bosques (1938) del saltarín Errol Flynn y El último duelo (2021) filmado por Ridley Scott pero, aparte del disfrute cinematográfico, se puede aprender de estos y de casi todos los films que vamos a mencionar si no nos dejamos arrastrar por un rigorismo exacerbado y si estamos dispuestos a hacer una crítica constructiva y abierta (sin olvidar que hablamos de cine).



Los límites de un periodo histórico. 
¿De qué hablamos cuando hablamos de la Edad Media
Hablar de Edad Media es hablar de un periodo histórico de enorme duración: alrededor de mil años.

Parece evidente que la necesidad de categorizar épocas y espacios es algo inherente al deseo de comprensión del ser humano y una verdadera necesidad operativa en cualquier tipo de estudio, pero –siempre hay peros sustanciosos- los límites no tienen por qué sacralizarse. Estos límites deben ser siempre cuestionados (sin olvidar que son una herramienta más de análisis) ya que los avances del conocimiento histórico y social -como en todo constructo ideológico e intelectual- implican siempre una constante actualización de datos e incorporan nuevas perspectivas y matices que no se pueden ni deben obviar.
 Hablar de Edad Media, en cualquier caso y por lo ya dicho anteriormente supone, para una inmensa mayoría, retrotraerse a una imagen muy concreta de un pasado ubicado geográficamente en Europa y situado temporalmente entre el fin del Imperio romano y lo que –convencionalmente- se ha denominado como Renacimiento. 

Es evidente que, conjuntamente a la Edad Media europea, sucedieron en el mundo otras muchas historias y, hoy en día, parece adecuado y oportuno hacerlo constar y reivindicarlas para no caer en eurocentrismos innecesarios o en mesianismos estériles y estúpidos. 

Además, la capacidad de análisis histórico actual está casi a años luz de la de siglos anteriores y las sensibilidades actuales permiten múltiples prismas para enfoques diversos que, si no se ideologizan en demasía, permitirán una visión mucho más acertada del recorrido humano por nuestro planeta. 

En cualquier caso, para hablar de la visión cinematográfica de la Edad Media, los limites convencionales, tanto geográficos como temporales, parecen oportunos y útiles
Pero si valen los límites mencionados, no valen tanto, con toda certeza, los anclajes negativos de este periodo insistiendo en su imagen de perenne edad oscura; una imagen que resulta todavía mucho más negra y malévola cuando se la quiere revisitar con la mirada de las ideologías predominantes hoy en día en occidente. 


La tendencia a ver en la historia una línea de progreso (un progreso muy idolatrado por algunos intelectuales y politicos en el siglo XIX), ha contribuido a considerar que casi todo lo que sucedió entre la caída del imperio Romano, en el 476, y la caída de Constantinopla en 1453 fue tan solo, un tránsito, un "arrastrarse por las tinieblas" y una renuncia a cualquier tipo de avance. 

Cuando alguien dice que se está “anclado en la Edad Media” no lo dice para lanzar precisamente un elogio, más bien todo lo contrario: pretende describir lo irracional de algunas costumbres, lo primario y salvaje de según qué comportamientos sociales, o para señalar la fuerza bruta de un establishment que no respetaba casi nada y a casi nadie y en donde el poder del fuerte se imponía siempre sobre el débil. 


Todavía hoy son muchos (y muchas) los resistentes a cambiar esa imagen negativa a pesar de los esfuerzos de insignes medievalistas por desmontar leyendas negras e imágenes estereotipadas. Muy probablemente, si mirásemos sin tanta ideología otras épocas consideradas hoy como más preclaras también observaríamos en ellas los claroscuros que nos empeñamos en ver a machamartillo en el Medievo. 
Sin duda, la ideología está siempre presente en la interpretación de los hechos históricos, pero hay una tendencia muy posmoderna (y a veces irritantemente penosa) por parte de algunos colectivos a ver solo los aspectos que consideran relevantes para sus tesis y a considerar que todo, absolutamente todo, fue malo y perverso en el pasado.
 Aplican al mismo las gafas (probablemente miopes) del presente, como si en siglos mucho más cercanos, o incluso en la actualidad, no se hubiesen producido quema de brujas, lapidaciones sociales, no existiesen ídolos nefastos o no hubiera habido guerras bestiales.


Siendo justos, hay que reconocer que esta concepción negativista no es nueva sino que tiene un origen bastante lejano. 
Figuras insignes como Petrarca y Boccaccio contribuyeron, junto con los primeros humanistas, a degradar la imagen de su propia época para ensalzar como una edad dorada la del mundo grecorromano (1), un mundo que ellos pretendían hacer renacer. 


Y nada como ennegrecer lo acaecido entre el fenecido Imperio romano y su propia época, considerándola un paréntesis de oscuridad y barbarie, para potenciar el avance hacia su ideal soñado.

 Esta imagen caló entre muchos intelectuales del quattrocento y cuando se empezaron a escribir libros de historia universal con la pretensión de llegar a un público más amplio, la idea de una Edad Media como tránsito entre dos épocas doradas cristalizó definitivamente. 
A finales del siglo XVII, Chistoph Keller (Cellarius en latín (2)) publicó lo que llamó “Historia de la Edad media desde los tiempos de Constantino el grande a la toma de Constantinopla por los turcos”. Los dos hitos históricos elegidos por este escritor, con muy pocas modificaciones, se han consolidado como los límites del periodo histórico que nos ocupa y se han mantenido prácticamente hasta nuestros días.

Posteriormente, los ilustrados del siglo XVIII, consecuentes con su idea de demonizar el pasado para encontrar sentido y justificación a sus afanes (y desmanes) revolucionarios, cargaron las tintas contra el antiguo orden feudal (un orden que para ellos no era antiguo, sino que estaba vigente). 
Más o menos conscientemente, pretendían erradicar el Antiguo Régimen en beneficio de la burguesía emergente, una burguesía que prometía una cosmovisión en las antípodas de la existente hasta ese momento. 
Se instauraron entonces mitos como el famoso –y todavía incuestionado en el imaginario popular- derecho de pernada (3) o se exageraron las tinieblas y supersticiones de una época de la que había que salir necesaria y obligatoriamente a través de las luces ofrecidas por la Ilustración (so pena de perder la cabeza -literalmente- bajo la moderna y eficaz guillotina). 




 Pocas décadas después, las obsesiones de los neoclásicos serían moduladas y atemperadas por los vientos impetuosos de un romanticismo que vio en la Edad Media una oscuridad más tentadora que tenebrosa y la imaginó poblada por seres con poderosas emociones y gallardos ideales. 
Esta imagen –a veces bastante almibarada y sentimentaloide- fue potenciada por diversos elementos culturales pero, sobre todo, desde el punto de vista visual, por escuelas pictóricas como la prerrafaelita (4) o la historicista del siglo XIX, que crearon una estética medieval que, como veremos más adelante en otras entradas, triunfó muchos años después plenamente en las pantallas cinematográficas.


Hoy en día, nuestra imagen de lo medieval sigue estando teñida en muy buena medida por los rigores críticos de los ilustrados y los desmanes emocionales y estilísticos de los románticos, además -cómo no- de haber sido aderezada por gotas (cuando no verdaderas litronas) de ideologías al gusto, como si mil años de historia pudiesen ser algo monolítico e invariable y reducible a un simple túnel

El cine, como tendremos oportunidad de ver, no podía ser ajeno a todas estas conceptualizaciones sociales e históricas y se alimentó con ganas e imaginación de todas ellas, con la ventaja añadida, durante mucho tiempo, de que al ser una época bastante lejana y lógicamente olvidada para una inmensa mayoría, el público aceptó sin reparos licencias imaginativas que, por ejemplo, serían casi impensables a la hora de filmar y contar historias sobre el siglo XIX o sobre el siglo XX. 
Pero seamos indulgentes porque, como ya hemos señalado, al cine se va, sobre todo, a entretenerse y lo que vemos en las pantallas son películas inspiradas en la historia pero no son Historia.


Notas:
(1): Juan Vicente García Marsilla y Áurea Ortiz Villeta indican, en su libro “Del castillo al plató. 50 miradas de cine sobre la Edad media” (pág. 9), como Jacques Heers señaló en su momento, esta infra-valoración de su propia época por parte de algunas de sus figuras clave. También Stephen Greenblatt, en su obra “El giro”, insiste en demostrar cómo la veneración hacia el mundo grecorromano que se experimentó en la Baja Edad Media hizo que muchos de sus coetáneos minusvalorasen su propia época. En este caso no es que el pasado haya sido mejor, sino que se consideraba que ese pasado fue una “época dora-da” a la que había que imitar e intentar igualar. Errónea -o no- tal pretensión, lo cierto es que Europa experimentó una transfor-mación extraordinaria, en muy diversos aspectos, teniendo esos idea-les como profundo motor de cambio.


(3): El conocido como “derecho de pernada”, un teórico derecho del señor feudal a desflorar a doncellas de clase inferior –un tópico muy asumido y repetido, por motivos más o menos interesados, en nuestros tiempos- es bastante cuestionado hoy en día por muchos expertos medievalistas. 
La realidad parece haber sido que tal derecho era, más bien, un abuso y que, en tiempos en donde la fuerza y el poder tenían poco equilibrio –pero lo tenían-, sin duda hubo casos en los que ese abuso se produjo, pero su excesiva publicitación y su eco desmedido parece más un interés en denostar el Antiguo Régimen que un hecho habitual y generalizado. 

(4). El Prerrafaelismo fue un movimiento pictórico surgido en la Inglaterra Victoriana a mediados del siglo XIX. Sus segui-dores, al igual que los puristas y los nazarenos quisieron introducir reformas en el arte de su época y regresar a lo que consi-deran una pureza original que ellos creían que se encontraba, fundamentalmente, en el arte medieval (de ahí la prevalencia temática en sus cuadros de temas y figuras del Medievo). 
La revista que les sirvió de apoyo fue The Germ (1850). El crítico clave que avaló su concepción artística, John Ruskin. Los miembros fundadores de su movimiento fueron William Holman Hunt, John Everett Millais, Dante Gabriel Rossetti y su hermano William Michael Rossetti. En mi blog Desde el renacimiento hasta nuestros días, dediqué varias entradas a sus figuras más señeras y en ellas se pueden observar sus principales cuadros que, en muchas ocasiones, muestran una Edad Media idealizada, sumamente romántica y una concepción estética colorista e imaginativa que triunfó tanto entre sus coetáneos como posteriormente en el cine y por ende en la memoria colectiva popular.

La base fundamental de esta entrada y las diversas entradas que se irán publicando periódicamente, se encuentra en varios libros (que se citarán en la bibliografía) pero, fundamentalmente, en tres muy centrados en el tema que nos ocupa y de lectura absolutamente recomendable:







Próxima entrada: 10 de febrero - 2022

Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran  corresponden al artista o artistas referenciados.
Su exposición en este blog pretende ser un homenaje y una contribución a la difusión de obras dignas de reconocimiento cultural, sin ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.
Texto: Javier Nebot

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