Retomo el ensayo sobre Troya. Expuestas en capítulos anteriores las diferencias entre las versiones cinematográficas y las literarias, trataré ahora de analizar (con la ayuda inestimable del magnifico libro de Michael Wood, "En busca de la guerra de Troya" Critica, 2013) las diferencias entre la Troya mítica y la Troya real.
La práctica
desaparición de la ciudad hundió en el mito su recuerdo aunque en el lugar
donde estuvo se construyeron diversas ciudades que ocuparon su lugar. Una de
las que más perduraron fue la conocida como Ilium novum, “Nueva Troya”, que existió desde el año 700 a.C. hasta
el 500 d.C. (La Troya IX para los historiadores).
La
Ilíada abarca solo un breve momento –unas semanas- de una guerra que debió
durar varios años. Hay poemas perdidos o muy fragmentados que, por lo que
parece, narraban aspectos omitidos por el poema homérico (Kypria o cantos Ciprios y Saqueo de
Ilios).
Históricamente
se han dado pocas dudas sobre su ubicación, situándola cerca del estrecho de
los Dardanelos, con el monte Ida al sureste y el río Escamandro que descendía
desde allí, cruzando la llanura, que desembocaba en el mar. Como he dicho
antes, para los antiguos Troya era un lugar real y las precisiones de Homero
sobre su aspecto se tomaban como certeras a pesar de que sabemos que muchas de esas descripciones son “frases hechas”.
Otras, sin embargo, como bien señala Michael Wood en su libro mencionado más arriba, tienen un valor identificativo importante: “bien amurallada”, “altas puertas”,
“elegantes torres”, con “anchas calles”.
También se decía que poseía “buenos caballos” e incluso se denomina a sus habitantes como “domadores de caballos” lo que hace pensar que la tradición recordaba bien aspectos de por sí muy concretos y significativos. A los habitantes de Troya la Ilíada los llama “teucros” o “dardanios”.
También se decía que poseía “buenos caballos” e incluso se denomina a sus habitantes como “domadores de caballos” lo que hace pensar que la tradición recordaba bien aspectos de por sí muy concretos y significativos. A los habitantes de Troya la Ilíada los llama “teucros” o “dardanios”.
Parece
bastante probable que Troya e Ilión fuesen dos lugares diferentes ya que
todavía no se ha podido explicar la insistencia de Homero al utilizar los dos
nombres.
En
la Grecia continental y como jefe de todos los pequeños reyes se menciona al líder o gran rey a Agamenón cuya residencia estaba en Micenas. Los habitantes
de Grecia no se llamaban todavía helenos o griegos sino “aqueos”, “dánaos” o
“argivos”.
Agamenón
estaba casado con Clitemnestra, hija de Tindáreo de Esparta y hermana de
Helena, mujer de su hermano Menelao, que así se convirtió en rey de Laconia.
Las
leyendas hablan del famoso “juicio de Paris”, que propició posteriormente que este
gallardo mozo se enamorase de Helena, la mujer más bella del mundo, pero Homero
opta por ir más al grano y nos cuenta cómo en una visita del troyano a Esparta,
olvidándose de sus deberes hacia el anfitrión, aprovechó una ausencia de
Menelao para llevarse a su patria a Helena y, ya de paso, los tesoros del
palacio. Evidentemente, el rey cornudo y desvalijado no se quedó lo que se dice tranquilo y
consiguió transmitir su malestar a su poderoso hermano, Agamenón, que vio en el incidente la
oportunidad de sacar tajada y no perdió el tiempo para preparar un gran ejército -con la ayuda del venerable rey
Néstor de Pilos- para poder atacar Troya y castigar la ofensa.
Wood señala que en la Ilíada se conserva una lista de 164 lugares de Grecia que, se supone, fueron los que enviaron tropas contra Troya. Un vidente profetizó que Troya caería al décimo año y por aquello de no querer desdecir a la profecía, los griegos se dedicaron, entre tanto, a asolar todos los alrededores. En algunos ataques les fue bien pero en otros resultaron ellos los esquilmados (como en el ataque a Misia, frente a Lesbos, en donde se les forzó a una “vergonzosa retirada”).
Wood señala que en la Ilíada se conserva una lista de 164 lugares de Grecia que, se supone, fueron los que enviaron tropas contra Troya. Un vidente profetizó que Troya caería al décimo año y por aquello de no querer desdecir a la profecía, los griegos se dedicaron, entre tanto, a asolar todos los alrededores. En algunos ataques les fue bien pero en otros resultaron ellos los esquilmados (como en el ataque a Misia, frente a Lesbos, en donde se les forzó a una “vergonzosa retirada”).
Por
su parte los troyanos también buscaron aliados con los que defenderse tanto
entre las cercanas ciudades de Asia Menor, como en la norteña Tracia.
Algunos
investigadores consideran que hay suficientes elementos del relato épico como
para pensar que Troya no era el único
objetivo. De hecho más de un historiador considera que los aqueos tenían
mucho de “saqueadores montaraces” prontos a vivir de la guerra y el pillaje (Arnold Hauser y M.I Finley, por ejemplo).
Justo en el décimo año parece que dejaron de atacar las poblaciones cercanas y se centraron en acabar con Troya. Cómo hemos tenido oportunidad de ver en el capítulo anterior, los héroes pasaron a tener su ansiado protagonismo: Héctor, Aquiles, Patroclo, Ajax y demás guerreros pasaron a la inmortalidad en los versos de Homero, aunque no todas las muertes de héroes fueron precisamente gloriosas (Ajax, por ejemplo, se suicidó con la espada que le había regalado Héctor; los hijos varones de todos los héroes troyanos fueron asesinados) y las mujeres –parte importante del botín- fueron esclavizadas (Eurípides lo contó bien en “Las Troyanas”).
Justo en el décimo año parece que dejaron de atacar las poblaciones cercanas y se centraron en acabar con Troya. Cómo hemos tenido oportunidad de ver en el capítulo anterior, los héroes pasaron a tener su ansiado protagonismo: Héctor, Aquiles, Patroclo, Ajax y demás guerreros pasaron a la inmortalidad en los versos de Homero, aunque no todas las muertes de héroes fueron precisamente gloriosas (Ajax, por ejemplo, se suicidó con la espada que le había regalado Héctor; los hijos varones de todos los héroes troyanos fueron asesinados) y las mujeres –parte importante del botín- fueron esclavizadas (Eurípides lo contó bien en “Las Troyanas”).
Con todo,
algunos afortunados pudieron huir de tal espanto (Eneas, mítico fundador de la
futura Roma) y los triunfadores iniciaron un regreso a sus lugares de origen
que no fue, precisamente, todo lo placentero que pudieran haberse imaginado. La
Odisea nos cuenta el más famoso de todos los regresos, el de Ulises y sus
compañeros al pequeño reino de Ítaca, en donde le esperaba toda una colección
de rivales y una mujer aburrida de tejer y destejer el mismo paño en donde
debió bordar la palabra “paciencia” más de mil veces.
Agamenón, en principio el gran triunfador, disfrutó poco de su éxito ya que fue asesinado –teóricamente- poco después por su mujer y el amante de ésta; Filoctetes fue expulsado de su reino por unos rebeldes (¿disidentes, pueblos del mar?).
Agamenón, en principio el gran triunfador, disfrutó poco de su éxito ya que fue asesinado –teóricamente- poco después por su mujer y el amante de ésta; Filoctetes fue expulsado de su reino por unos rebeldes (¿disidentes, pueblos del mar?).
Por lo que parece sólo Néstor murió tranquilo aunque su cuidad, Pilos,
pronto desaparecería del mapa como casi
lo hizo Troya (su palacio fue incendiado y no se volvió a reconstruir). Pocas
décadas después se produjeron convulsiones
en todo el Egeo que significarían el
final de la era heroica y el inicio de una prolongada edad oscura (al menos esto si está corroborado por los indicios
arqueológicos).
Los
re-asentamientos, las migraciones en masa, las paulatinas invasiones desde el
norte de los dorios, supusieron el fin del mundo micénico. Con todo la memoria
de muchos de los hechos acaecidos en aquellas epopeyas quedó incólume y, de
generación en generación, se fue transmitiendo su relato hasta que un poeta
llamado Homero recopilo todas las tradiciones y las puso por escrito.
¿Qué
hay de verdadera Historia en todo este cúmulo de leyendas, mitos y
recuerdos?
Debemos a Heinrich Schliemann la ruptura del paradigma vigente en el siglo XIX respecto a la historicidad del relato homérico. Este peculiar aficionado a la arqueología logró, Ilíada en mano, desenterrar los restos de la mítica Troya ante el pasmo de muchos ortodoxos académicos. El interés por el re-descubrimiento del pasado de Grecia se vio claramente aumentado en el siglo XIX tanto por causas políticas (nacionalismo frente a la hegemonía turca) como al avance de las técnicas arqueológicas.
El descubrimiento en el siglo XVIII de Herculano y Pompeya ya despertó un interés inusitado por la búsqueda de restos del pasado y, sin duda también, por la “caza” de tesoros.
Debemos a Heinrich Schliemann la ruptura del paradigma vigente en el siglo XIX respecto a la historicidad del relato homérico. Este peculiar aficionado a la arqueología logró, Ilíada en mano, desenterrar los restos de la mítica Troya ante el pasmo de muchos ortodoxos académicos. El interés por el re-descubrimiento del pasado de Grecia se vio claramente aumentado en el siglo XIX tanto por causas políticas (nacionalismo frente a la hegemonía turca) como al avance de las técnicas arqueológicas.
El descubrimiento en el siglo XVIII de Herculano y Pompeya ya despertó un interés inusitado por la búsqueda de restos del pasado y, sin duda también, por la “caza” de tesoros.
J.J.
Winckelmann, nacido en Alemania pero viviendo casi toda su vida en Italia, resultó ser un talentoso precursor de la arqueología científica
y con sólo el análisis exhaustivo de piezas de museos puso los fundamentos de
lo que sería la historia del arte griego (además, su oscura muerte a manos probablmente de
un chapero, le otorgó una aureola de misterio que podría haber inspirado un buen argumento de
película).
En
el siglo XIX y ya en el contexto de las guerras napoleónicas surgió una extraordinaria rivalidad
entre Francia e Inglaterra que contribuyó tanto al saqueo como al estudio de
muchas de las ruinas situadas en las fronteras de sus imperios o en países
limítrofes en horas bajas.
El Louvre y el British deben buena parte de sus impresionantes colecciones a este proceso conjunto de rapiña y amor al arte (proceso de compleja valoración y lleno de matices grises. No todo fue blanco o negro como algunos pretenden hoy en día).
El Louvre y el British deben buena parte de sus impresionantes colecciones a este proceso conjunto de rapiña y amor al arte (proceso de compleja valoración y lleno de matices grises. No todo fue blanco o negro como algunos pretenden hoy en día).
Es dentro
de todo este ambiente de búsquedas arqueológicas esporádicas de la Europa del XIX en donde podemos
ubicar al mencionado Schliemann que en el último tercio del siglo (1869) consiguió
el permiso de los turcos para excavar en la colina de Hissarlik, lugar en el que él
intuía que debían encontrarse los restos de la Troya Homérica.
Schliemann, como bien indica Michel Wood, “fue un acaparador compulsivo de todos los acontecimientos de su vida. Hay once libros, su denominada autobiografía, dieciocho diarios de viajes, 20.000 artículos, 60.000 cartas, archivos de negocios, postales, telegramas y todo tipo de efemérides varias; existen 175 volúmenes de cuadernos de excavaciones. A todo esto hay que añadir el ingente material paralelo en los trabajos de estudiosos que le conocían, colaboraban con él o discutían con él, los archivos periodísticos, y tendremos una idea del tamaño de la tarea consistente en desentrañar y separar los hechos de la ficción en la vida de Schliemann”.
Para lo que concierne a este artículo sólo quiero reseñar que su labor y sus descubrimientos, a pesar de los muchos destrozos que su falta de técnica arqueológica acarrearon, fueron absolutamente cruciales a la hora de disipar muchas de las neblinas pseudo-históricas que se escondían tras las leyendas griegas y sobre un texto esencial para nuestra cultura como es la Ilíada.
Schliemann, como bien indica Michel Wood, “fue un acaparador compulsivo de todos los acontecimientos de su vida. Hay once libros, su denominada autobiografía, dieciocho diarios de viajes, 20.000 artículos, 60.000 cartas, archivos de negocios, postales, telegramas y todo tipo de efemérides varias; existen 175 volúmenes de cuadernos de excavaciones. A todo esto hay que añadir el ingente material paralelo en los trabajos de estudiosos que le conocían, colaboraban con él o discutían con él, los archivos periodísticos, y tendremos una idea del tamaño de la tarea consistente en desentrañar y separar los hechos de la ficción en la vida de Schliemann”.
Para lo que concierne a este artículo sólo quiero reseñar que su labor y sus descubrimientos, a pesar de los muchos destrozos que su falta de técnica arqueológica acarrearon, fueron absolutamente cruciales a la hora de disipar muchas de las neblinas pseudo-históricas que se escondían tras las leyendas griegas y sobre un texto esencial para nuestra cultura como es la Ilíada.
Empezó
sus excavaciones en Ítaca pero, después de conseguir el permiso turco para
excavar en Hissarlik, se trasladó allí y al poco descubrió los restos de la
antigua Ilión, en uno de cuyos estratos él estaba convencido que se encontraba
la ciudad descrita por Homero.
Como
veremos después con un poco más de detalle, tuvo la fortuna de encontrar un
extraordinario tesoro de joyas que no dudo en atribuir al mismo Príamo (son
famosas las fotos de su mujer luciendo parte de dichas alhajas).
Pero, más allá del impacto mediático que tuvo dicho descubrimiento, lo que realmente significó, fue que, a partir de entonces, hubo que replantearse, entre otras cosas, el límite histórico para Grecia que, hasta entonces, se situaba en la fecha de la primera Olimpiada (776 a.C.).
Con los nuevos datos que arrojaban las excavaciones en marcha había que retrotraerse, al menos, hasta el siglo XII a.C.
A
medida que su carrera arqueológica progresaba Schliemann tuvo la buena cabeza
de reclutar especialistas sumamente eruditos que contribuyeron a que el resto
de las investigaciones se fuesen realizando con mayor cuidado y método (¡aprender
de la experiencia es de sabios!).
En
1874 un nuevo descubrimiento dio
otro espectacular vuelco a los datos que se poseían hasta entonces: tumbas en Micenas, esta vez siguiendo las pautas
marcadas por el historiador griego Pausanias. En 1880 excavó en Orcómeno, en
Beocia y pocos años después descubrió el palacio micénico de Tirinto. Todo esto lo vamos a ver con
un poco más de detalle a continuación, pero antes quiero citar de nuevo a Michael Wood para señalar correctamente lo que
supuso en los ámbitos culturales los diversos descubrimientos que se estaban
produciendo desde mediados del siglo XIX: “En
la época de madurez de Schliemann, antes de que excavase en Troya, el término “civilización” hacía referencia a
la propia cultura: una democracia cristiana, occidental, capitalista,
burguesa e imperialista. Sus textos eran los escritos clásicos y la Biblia, e
imperios como el británico y el alemán se consideraban la culminación lógica de
la cultura antigua, cuyos componentes tradicionales eran Roma (por su gobierno
y legislación), Israel (por la legislación y la moral) y Grecia (por los
ideales intelectuales, artísticos y
democráticos). Esto era la
“civilización”, y por consiguiente, la “historia” no era más que los
ideales griegos, romanos y hebreos que conformaban la tradición occidental. Pero,
a partir de mediados de siglo, la arqueología empezó a sacar a la luz las riquezas de civilizaciones mucho más antiguas
(la egipcia, la asiria, la babilónica y la sumeria), que, una vez descifradas
sus lenguas, resultó que habían tenido una considerable influencia en el
desarrollo de las civilizaciones del Mediterráneo, que eran “más jóvenes”. En
el siglo que siguió al “Origen de las especies” nos volvimos casi displicentes
en cuanto al estado de nuestro conocimiento: el descubrimiento de los
mesopotámicos, egipcios, hititas y minoicos constituía un importante paso
adelante, que iba seguido por el de las civilizaciones no occidentales de la
India, China, y la América precolombina. Y así
nació la ciencia de la arqueología, una palabra vieja que en siglo XVIII
hacía referencia al estudio de la historia en general, pero que en el sentido
moderno estricto, como estudio científico de los restos materiales de la
prehistoria, no surge hasta los “Anales prehistóricos” de Wilson en 1851”.
El proceso de exploración y excavación de las ruinas encontradas en Hisarlik fue complejo (y conflictivo con las autoridades turcas). Cómo he mencionado antes la falta de experiencia y el afán por descubrir pistas notables propició que restos que podrían tener una posterior importancia fueran destruidos o desechados.
El proceso de exploración y excavación de las ruinas encontradas en Hisarlik fue complejo (y conflictivo con las autoridades turcas). Cómo he mencionado antes la falta de experiencia y el afán por descubrir pistas notables propició que restos que podrían tener una posterior importancia fueran destruidos o desechados.
De hecho hoy se sabe que es muy probable que, inconscientemente,
Schliemann destruyese sin saberlo una parte de la ciudad que podría haber
correspondido a la Troya homérica.
La
complejidad de la estratificación desconcertó a nuestro arqueólogo y sus
colaboradores y a veces actuaron con precipitación ansiosa (como igualmente
actuaron otros arqueólogos de la época en otros yacimientos).
Entre
1871 y 1873 se consiguió identificar cuatro “estratos” o ciudades diferentes.
La atribución de uno de ellos a la ciudad de Troya homérica no causó más que
nuevas controversias porque, a pesar de que en los restos se encontraban claras señales de un posible
asalto bélico, el recinto era demasiado diminuto como para inspirar los loables
calificativos de Homero (unos 90 metros de ancho).
Schliemann
justificó su asignación de Troya II
como la legendaria ciudad de Príamo cuando encontró en sus restos el famoso tesoro en 1873 (que,
posteriormente, se dató como mucho más antiguo de lo que se creyó en un principio).
A
pesar de todo, Schliemann admitía en privado sus dudas sobre que Troya II fuese
realmente la Troya de Homero porque no todas las piezas del complejo puzle casaban
como sería de esperar.
Buscar nuevos cabos y pistas le llevaron hasta Micenas, en donde se suponía que tenía
su fortaleza el rey griego Agamenón. Está ciudad, aunque deshabitada (después
de su destrucción por Argos en el 468 a.C, fue definitivamente abandonada),
nunca cayó en el olvido. En el siglo II d.C Pausanias pudo describir sin problemas la puerta de los Leones y los
tholoi de Atreo y Agamenón pero, curiosamente, Micenas no despertó nunca el
mismo interés que Troya entre los viajeros y los “románticos”.
Antes
de que Schliemann empezase sus excavaciones otros estudiosos habían trabajado
alli: William Leake, Charles Cockerell, Edward Dodwell y William Gell
realizaron concienzudos estudios que éste tuvo muy presentes.
Con
la suerte que parece premiar toda entrega fervorosa Schliemann sacó a la luz
nuevos e impactantes descubrimientos. Cinco tumbas pozos mostraron sus tesoros.
Multitud de piezas de oro: máscaras, diademas, petos, puñales. También
artículos sorprendentes como huevos de avestruz decorados y piezas de cristal
de roca finamente talladas.
Schliemann tampoco dudó en esta ocasión en atribuir estas pertenencias a personajes homéricos de forma que su particular cubo de Rubick fuese mostrando sus facetas: las tumbas descubiertas eran las de Agamenón y sus familiares: “Por mi parte, siempre he creído firmemente en la guerra de Troya; mi fe absoluta en la tradición nunca ha flaqueado ni por la moda ni por las críticas, y a esta fe mía le debo el descubrimiento de Troya y de su tesoro….Mi inquebrantable fe en las tradiciones me hizo emprender las últimas excavaciones en la Acrópolis (de Micenas) y me condujo al descubrimiento de las cinco tumbas con sus inmensos tesoros…No tengo la menor objeción en admitir que la tradición que asigna las tumbas a Agamenón y a sus compañeros pueda ser perfectamente correcta” (referenciado por Michael Wood).
Schliemann tampoco dudó en esta ocasión en atribuir estas pertenencias a personajes homéricos de forma que su particular cubo de Rubick fuese mostrando sus facetas: las tumbas descubiertas eran las de Agamenón y sus familiares: “Por mi parte, siempre he creído firmemente en la guerra de Troya; mi fe absoluta en la tradición nunca ha flaqueado ni por la moda ni por las críticas, y a esta fe mía le debo el descubrimiento de Troya y de su tesoro….Mi inquebrantable fe en las tradiciones me hizo emprender las últimas excavaciones en la Acrópolis (de Micenas) y me condujo al descubrimiento de las cinco tumbas con sus inmensos tesoros…No tengo la menor objeción en admitir que la tradición que asigna las tumbas a Agamenón y a sus compañeros pueda ser perfectamente correcta” (referenciado por Michael Wood).
Estudios
posteriores –como bien sabemos- confirmaron que la atribución hecha por
Schliemann no era correcta: las tumbas pozo databan del siglo XVI a.C. por lo
que sus tesoros no podían ser ni de Agamenón ni de ningún coetáneo ya que la
guerra o destrucción de Troya debió materializarse hacia el siglo XIII a. C.
o, más tardar el XII a.C. Aún así el impacto del descubrimiento fue tal que
todavía seguimos llamando a la famosa máscara de oro encontrada allí, la
máscara de Agamenón.
¡Sin
duda una curiosa “yenka”: se daba primero un paso adelante y, casi de
inmediato, un paso hacia atrás, en una búsqueda que siempre se resistía!!
(continuará)
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