viernes, 9 de mayo de 2014

Opinión personal (13): La Troya de Homero versus la troya de la arqueología. (5º de 5)

-continuación  y consclusiones (5º de 5)-.
El interés de Schliemann por encontrar más “piezas” que diesen peso a su fe en la existencia no sólo de Troya sino de toda una civilización homérica, le llevaron a otras dos ciudades que tenían importancia en ese mundo: Orcómeno y Tirinto. La primera no dio los resultados que él esperaba (aunque posteriormente se descubrieron allí datos que contribuyeron significativamente a completar todo el puzzle arqueológico que estaba en marcha), pero Tirinto, si.

Esta ciudad, al igual que Troya, debió ser un puerto. Desde allí se suponía que el rey Diomedes envió ochenta de los mil barcos que enfilaron hacia Troya.
Tirinto ya estaba abandonada cuando nuestro ya varias veces citado Pausanias llegó allí en el s. II d.C. Hubo posteriormente algunos pequeños asentamientos medievales pero ninguno de ellos consiguió “resucitarla” como ciudad.
Schliemann empezó a excavar en serio (antes hizo algunas pequeñas prospecciones) en 1884. 
En estas excavaciones contó de nuevo con la colaboración de  Wilhelm Dörpfeld,
colaboración que resultó esencial para darle rigor metodológico a la exploración.
Tirinto, después de las excavaciones, mostró  un aspecto muy similar a Micenas y los restos de su palacio, milagrosamente conservados debajo de una iglesia bizantina, parecían confirmar una cierta unidad histórico-cultural con aquella ciudad.
Sin duda esto constituía un éxito en las expectativas de Schliemann que no se detuvo en laureles y se encaminó hacia donde pensaba que encontraría los restos de otra ciudad esencial: Pilos. 
La intención de encontrar el palacio del rey Néstor no tuvo la misma fortuna que en otras ocasiones (el palacio no se descubrió hasta 1939, casi cincuenta años después de la muerte de nuestro arqueólogo) así que partió hacia otro objetivo que prometía posibilidades, Creta, sin embargo las expectativas se quedaron sólo en eso porque el largo proceso de negociaciones con los turcos para la compra de los terrenos de la excavación  no llegaron a buen puerto (seria Arthur Evans,
  como luego veremos quien tuvo el honor y la fortuna de tropezarse con las ruinas de Cnosos).
Mientras tanto los estudios continuaban en Troya con resultados que complicaban más los resultados iniciales: la Troya II, la teórica ciudad de Príamo, no sólo era anterior sino que era ¡al menos mil años más antigua!.
Schliemann murió en Nápoles en la navidad de 1890 sin haber podido aclarar cuál era exactamente la “verdadera” Troya; el misterio seguiría vigente durante muchos años.
En 1893 W. Dörpfeld regresó a Hissarlik para intentar zanjar la cuestión y acometió una ampliación del área de excavación lo que posibilitó el descubrimiento de un espectacular trozo de muralla de unos 275 metros de longitud que hasta entonces ni se había intuido. Numerosos restos de cerámica de diferentes estilos y procedencias garantizaban fuera de toda duda la vinculación con el mundo micénico. Muchas pistas  y coincidencias daban lugar a pensar que las ruinas de Troya VI bien pudiera ser, por fin, la Troya de la Ilíada tanto tiempo buscada. Sólo una cosa parecía disentir del relato homérico: más que por una destrucción guerrera, los restos de Troya VI parecían denunciar una destrucción debida a un terremoto.
Todos estos descubrimientos, aún siendo importantes, fueron eclipsados por el apoteósico descubrimiento en Creta de las ruinas de la ciudad de Cnosos.

Arthur Evans, conservador del  Ashmoleam Museum de Oxford,
 estaba mucho más preparado que el difunto Schliemann  (sin quitarle ningún mérito a su portentoso vigor explorador) y era, además, un excelente investigador de campo. 
El 23 de marzo de 1900 empezaron las excavaciones y enseguida se tuvo la certeza de que se había dado en el clavo: una cámara, milagrosamente pintada todavía de rojo, sería el preludio de todo un palacio cuyos restos indicaban que fue arrasado por el fuego hacia miles de años.
La civilización que construyó ese palacio se remontaban a más de tres mil años antes de Cristo. Evans había descubierto una totalmente nueva y por lo tanto desconocida civilización de la que hasta entonces ni se sospechaba su existencia.
No es éste el lugar adecuado para los pormenores de tan magno descubrimiento tan sólo indicar que allí surgieron de nuevo infinidad de pistas y vinculaciones con el  mundo micénico, con el que parecía, incluso, haber coexistido en alguna época. 
La aparición de miles de tablillas escritas en un idioma del que no se tenía ninguna constancia –llamado lineal B por Evans-  supuso retirar a la Edad de bronce la categoría de iletrada.

Estas tablillas, que acapararon la atención de los especialistas, no fueron descifradas hasta 1952: Michel Ventriss (un joven genio) -en colaboración con John Chadwick- dio con la clave. 
La nueva lengua era un griego arcaico. Su traducción ofreció nuevas pistas sobre ese lejano mundo.  Se trataba en realidad de un mundo mucho menos heroico de lo que probablemente nos hubiese gustado y mucho más burocrático de lo que, probablemente, hubiésemos podido imaginar. 
A través de los miles de datos que aportaban se vislumbraba una sociedad de corte feudal en cuya cúspide se situaba el “wánax” (la misma palabra que Homero utilizaba para Agamenón).
El descubrimiento posterior de las tablillas del palacio de Pilos significó la vinculación definitiva entre algunas de las piezas que faltaban para reconstruir la sociedad micénica  (con un poco menos de gloria que la cantada por Homero pero con mayor rigor histórico).
Hay que reconocer que resulta verdaderamente abrumadora la gran cantidad de descubrimientos y avances que se fueron concatenando desde que Schliemann (claramente en su “Elemento” que diría Ken Robinson) desenterró las primeras piedras de una de las nueve Troyas encontradas bajo la colina de Hissarlik.
Un pasado insospechado empezó a salir a la luz gracias al empeño y a la capacidad de los exploradores del pasado trastocando muchas de las concepciones que hasta entonces estuvieron vigentes. La Grecia aquea, la Creta minóica, el imperio Hitita, los pequeños reinos de Mira, Mileto, Arzawa o Wilusa, obligaban a reescribir la historia y a interpretar con otros ojos realidades hasta entonces incuestionadas.
¿Qué es lo que han confirmando todos estos fascinantes descubrimientos?
 ¿Hasta qué punto han corroborado las intuiciones de Schliemann y las de todos los históricos creyentes en la realidad del mundo homérico?
Como bien hemos podido ver en los trazos con los que he intentado resumir los intentos por acercarse a la realidad histórica cada vez que se abría una puerta no siempre se llegaba a una conclusión determinante sino que, más bien, se abrían otras múltiples posibilidades que mostraban la dificultad   –cuando no imposibilidad- de dar un explicación definitiva y tajante sobre el pasado. A pesar de los avances técnicos y del perfeccionamiento de los procesos de excavación la inevitable destrucción que acarrea el paso del tiempo impide a los historiadores muchas veces ser taxativos pero no cabe duda que sí se puede hablar con bastante objetividad de posibilidades verosímiles y de  toda una serie de hechos constatables y ciertos.

  Conclusiones.
-La Ilíada no es un manual de Historia, pero muchos de los lugares y de las circunstancias que describe si son históricosEstoy de acuerdo con Souvirón cuando contradice al eminente Chadwick: “El problema es que la posición encarnada por Chadwick y otros da por supuesto algo que está muy lejos de ser un hecho: la posibilidad de distinguir, en el siglo VIII a.C. entre historia y poesía. De hecho tendría que pasar mucho tiempo antes de que, en la propia Grecia, esta distinción fuese posible. Desde mi punto de vista, Homero no es un poeta en el sentido en que nosotros entendemos actualmente la palabra poeta y, por supuesto, no puede elegir entre ser poeta o historiador, pues desconoce que tal elección fuese posible. Homero es el primer escritor de Occidente y los géneros literarios estaban todavía lejos de poder ser fijados y definidos; la única elección que Homero tenía a su alcance era escribir o no escribir. Este será su mérito imperecedero: fijar las palabras, no las cuentas; fijar para siempre las leyendas que se contaban, de boca en  boca, por los caminos de la Grecia micénica; fijar los paisajes, las costumbres, los amores…..” (Hijos de Homero Pag.63 y ss.).

-La Ilíada contiene un relato comprimido de muchas incursiones griegas/aqueas en Asia menor, tal y como parecen confirmar múltiplas tablillas de los archivos del imperio Hitita.
Los datos que se tienen hasta este momento apuntan –como bien señala Michael Wood
 en su libro “En busca de la guerra de Troya”- a que la Troya homérica fue la  conocida Troya VI. Esta ciudad podría datarse, al menos, entre el 1275 y 1260 a.C.
En esa época el rey hitita Hattusilli III, que se relacionaba con Alaksandus de Wilusa (probablemente el Alejandro/Paris de Troya/Ilión), hace constatar en las tablillas de sus archivos múltiples conflictos con los aqueos por sus reiteradas incursiones en el flanco oeste de sus dominios (Asia Menor). En el contexto de estos ataques es posible ubicar el ataque y destrucción de Troya.
Parece también fuera de toda duda que Termi, en la isla de Lesbos, compartía la cultura de Troya VI y que –curiosamente- fue saqueada en la misma época que Troya, corroborando así algunas de las circunstancias expuestas en la Ilíada.
No hay pruebas taxativas sobre si existía una ciudad exterior en torno a la ciudadela amurallada de Troya aunque la lógica observada en otras ciudades de la misma época parece indicar que sí.
Como el asentamiento fue reutilizado históricamente en muchas ocasiones probablemente se destruyeron o reutilizaron los posibles restos.
La ciudadela/acrópolis de Troya VI sí era grande y hermosa para los estándares de la época: unos 180m x 110m.  Las potentes murallas dan pistas sobre diferentes remodelaciones y mejoras lo que confirma que dicho asentamiento fue una ciudad habitada y cuidada durante al menos los 300 años previos a su destrucción.

El hallazgo de diferentes zonas de culto cerca de algunas de sus torres podría explicar la fama de la ciudad como “sagrada”.
Dentro de la ciudad parece que todas las calles se enfocaban hacia el palacio que se convertía así en el meollo de la ciudad, tal y como se ha podido observar en otras ciudades del mismo periodo histórico. No quedan ruinas del mismo al ser arrasadas sus restos  cuando se construyeron algunas de las edificaciones de la Ilium romana.
Las estimaciones de los especialistas (suposiciones verosímiles más que demostraciones taxativas) calculan que Troya VI debió superar los mil habitantes dentro de las murallas y aproximadamente unos cinco mil en la parte exterior y sus cercanías más inmediatas.
Aún siendo una población urbana  grande para su época no parece que pudo haberse enfrentado por sí misma a una gran guerra por lo que, es de suponer, debió recurrir a la ayuda de sus aliados o vecinos. Muchas de las circunstancias del conflicto siguen siendo un misterio pero, como bien, indica Wood “hay una ingente cantidad de pruebas circunstanciales que indican que el meollo del relato de Troya se remonta a un acontecimiento real de la Edad de Bronce”  (En busca de la Guerra de Troya Pag.306)
Los datos históricos confirman que la civilización micénica tuvo su punto máximo de esplendor entre los siglos XIV y XIII a.C. La potencia principal estaba en Micenas y aunque no hay pruebas determinantes de que se ejerciese desde allí un control “imperial” si las hay de una cierta superioridad en su  “influencia” militar.
Los rastros arqueológicos demuestran fuera de toda duda que tanto Micenas como Pilos o Tirinto realmente compartían una misma cultura e incluso una misma burocracia.
Los mismos datos también apuntan a que Cnosos estuvo ocupada por una dinastía griega que se relacionaba directamente con la cultura micénica. Parece obvio considerar que se trataba de un solo mundo que había logrado imponer su hegemonía en un amplio ámbito geográfico desde su epicentro en Micenas.
Los achaiwoi de Homero eran conocidos por los hititas como los Ahhiyawa. Las interacciones con éstos no fueron tan abundantes como con otras potencias del momento pero si se dieron y hay cada vez más incontestables pruebas de ello.
El mundo micénico fue un mundo inequívocamente violento: militarista  y agresivo
Una gran parte de la población estaba sometida y ligada a la tierra. Es de suponer que la necesidad de esclavos era elevada y, junto con los enormes costes de suponía tener ejércitos, se hacían imprescindibles los conflictos con otras poblaciones. “Tanto la mano de obra como los métodos coercitivos únicamente podían sostenerse mediante el comercio o la violencia: un círculo verdaderamente vicioso, y sin duda los reyes como Agamenón eran crueles y despiadados, tal y como habían de ser los reyes en aquel tipo de cultura(Wood. Óp. Cit. Pag.309).
Hacia 1300 a.C. todo el Mediterráneo oriental empezaría a experimentar una gran beligerancia entre los distintos pueblos como respuesta a las constantes incursiones o razias militares de los aqueos. Los archivos hititas parecen corroborar esta naturaleza “depredadora” de la presencia aquea en las costas de la Anatolia occidental (flanco oeste de su imperio).
Algunas pistas indican que la guerra de Troya pudo tener lugar entre 1274 y 1263 a.C. dentro del contexto antes descrito.  Menos datos hay sobre el pretexto o excusa para iniciar la guerra (si antes hubo o no algún ataque de Wilusa hacia los aqueos tal y como insinúa Homero al hablar del rapto de una mujer de la realeza aquea) aunque parece evidente que Troya podría justificar por sí sola la motivación de un ataque al contar con un tesoro acumulado durante generaciones (una de la ciudades con “oro” de Homero).
Parece que sí está claro que Troya no era el único objetivo: las necesidades aqueas les hacían –tal y como hemos visto varias veces- practicar el saqueo. Muchas ciudades de la zona sufrieron estragos similares aunque no hayan pasado a la historia.
Wood da diversas opiniones sobre el significado del famoso caballo con el que se acabó el asedio. No parece que los datos que disponemos en la actualidad clarifiquen de qué se trataba exactamente. ¿Una máquina de guerra con la que socavar las murallas? ¿Una elaboración simbólica de Poseidón que fue siempre adorado bajo la forma de caballo? Queda ahí el misterio.
El saqueo de Troya fue probablemente recordado por muchas cosas, pero probablemente la de más peso fue porque se trato de uno de los últimos ataques de ese mundo micénico que estaba –sin saberlo- cercano a su desaparición y ese hecho parece que pesó mucho en la valoración de los bardos que fueron transmitiendo la epopeya.
Parece  también evidente que esta desaparición no se produjo de golpe y porrazo sino de una forma gradual y a diferentes niveles según las zonas. Las múltiples causas que la propiciaron serian de por sí motivo de otro estudio por lo que sólo voy a reseñar algunas de sus consecuencias, aquellas que parecen más avaladas por las certezas históricas.
Micenas y Tirinto fueron dañadas por terremotos; Pilos parece que fue saqueada; la zona de Mesania sufrió una despoblación considerable; se produjeron migraciones a gran escala hacia diferentes puntos del Mediterráneo; el abandono de muchas ciudades supuso la desaparición de los elementos de poder/control que habían cohesionado hasta el momento la zona. Esa pérdida de control supuso la desaparición de uno de los elementos imprescindibles del mismo: la escritura. La caída de los palacios hizo innecesaria la supervivencia de burócratas y escribas y la sociedad que sobrevivió ya no tenía ninguna necesidad de escribir nada.
Todas estas circunstancias (junto con otras aquí no mencionadas por cuestión de espacio) propiciaron que en lapso de dos o tres generaciones el panorama sociocultural del Egeo se transformarse radicalmente y que entrasen en juego nuevos factores como la aparición de “los pueblos del mar” (fascinante tema) o las paulatinas “invasiones” de distintos pueblos de norte (entre ellos los dorios).
Este asunto es tratado con pericia por Eric H. Cline.
La Historia clarifica muchas cosas; la leyenda parece se encarga de glorificar un pasado que, a pesar de su dureza, fue suficientemente admirado por muchos como para pasar a ser la “época heróicaque brillaba con luz propia en los recuerdos de los que vivieron en la edad oscura”.
La Historia nos ofrece posiblemente más verdad…aunque ninguna explicación es tan bella como la mítica.
Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran  corresponden al artista o artistas referenciados.
Su exposición en este blog pretende ser un homenaje y una contribución a la difusión de obras dignas de reconocimiento cultural, sin ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.
Autor: Javier Nebot, Mayo 2014.
(revisado el 13-01-19)


Bibliografía.
Arnold Hauser, “Historia social de la literatura y el Arte” Tomo I. Guadarrama, Madrid 1969.
Bernardo Souvirón, “Hijos de Homero. Un viaje personal por el alba de Occidente”. Alianza editorial, Madrid 2006.
Gonzalo Bravo, Historia del mundo antiguo. Una introducción crítica”. Alianza Universidad, Madrid 1994.
Homero, “La Ilíada”. Biblioteca de autores célebres, 1996?
Indro Montaneli, “Historia de los griegos”. Círculo de lectores, Barcelona 1996.
Joseph Campbell, “El héroe de las mil caras”. Fondo de cultura económica. Madrid 2012.
Michael Wood, “En busca de la guerra de Troya”. Crítica, Barcelona 2013.
M.I. Finley, “La Grecia antigua”. Crítica, Barcelona 2010.
Paul Cartledge, “Los griegos”. Crítica, 2007.
Pierre Lévëque, “Las primeras civilizaciones. De los despotismos orientales a la ciudad griega”. Akal, Madrid 2013.
Robert Graves, “Dioses y héroes de la antigua Grecia”. Fabula Tusquets, 2010.
Robin Lane Fox, “El mundo clásico”. Crítica, Barcelona 2006.
Steven Jay Schneider, “501 directores de cine”. Grijalbo, Barcelona 2008.
Varios autores (Juan J. Alonso, Enrique A. Mastache, Jorge Alonso), “La antigua Grecia en el cine”. T & B editores, Madrid 2013.
Varios autores (Mª José Hidalgo de la Vega, Juan José Sayas Abengochea, José Manuel Roldán Hervás ), “Historia de la Grecia antigua”, Universidad de Salamanca, Salamanca, 2005.
Varios autores, “Todos los estrenos del 2004”. Ediciones JC Clementine, Madrid 2004.

2 comentarios:

  1. Una obra maestra, la que has realizado.
    Bien documentada y mejor expuesta. Felicidades.

    ResponderEliminar
  2. Mil gracias. Sabes que valoro especialmente tu opinión.

    ResponderEliminar