(continuación. Parte 2ª de 2)
4. El lenguaje de los iniciados.
El poema de Parménides no es de fácil lectura, el flujo de su poesía es inusual.
Ello se debe según Kingsley –entre otras cosas- a que el lenguaje que emplea no es el ordinario sino el de los oráculos y acertijos, dirigido a personas que ya han sido iniciadas. Así considera que las pautas de repetición que se observan tienen que ver con las técnicas que se empleaban para crear el efecto de un conjuro mágico.
Ello se debe según Kingsley –entre otras cosas- a que el lenguaje que emplea no es el ordinario sino el de los oráculos y acertijos, dirigido a personas que ya han sido iniciadas. Así considera que las pautas de repetición que se observan tienen que ver con las técnicas que se empleaban para crear el efecto de un conjuro mágico.
“La técnica mágica de Parménides sin duda está relacionada con la mitología de Orfeo y con los orígenes chamánicos de la tradición órfica en las regiones más septentrionales y orientales de Grecia. Pero también hace referencia a lo que durante largo tiempo los historiadores han considerado las raíces mismas de la épica griega: sus raíces en el lenguaje de los chamanes. Las palabras que utilizan los chamanes mientras entran en el estado de éxtasis evocan las cosas de las que hablan. Los poemas que cantan no sólo describen sus viajes; propician que estos viajes se produzcan” (p.118). La repetición se convierte de este modo en el poema en una verdadera estrategia.
Kingsley señala también otro detalle importante en el viaje de Parménides al inframundo: “Durante todo su viaje, no menciona ningún ruido, con la única excepción de un sonido. Ese es el sonido que hace el carro mientras las hijas del Sol lo conducen: silbaba” (p.121).
También se refiere a cómo las grandes puertas se abren rotando sobre ejes huecos “como flautas”. Son interesantes las asociaciones que hace de estos sonidos con uno mucho más inquietante: para los griegos, el sonido de las flautas y el silbato era también el siseo de la serpiente y este a su vez se asocia con curiosas experiencias de vigilia: “Los relatos de los antiguos griegos sobre la incubación mencionaban repetidas veces ciertas señales que marcaban el punto de entrada a otro mundo: a otro estado de conciencia que no es sueño ni vigilia. Uno de los signos es que uno advierte un rápido movimiento de giro. Otro es que se oye la profunda vibración producida por un sonido de flauta, silbato o siseo. En la India, se describen exactamente las mismas señales como preludio para entrar en el samâdhi…y están directamente relacionadas con el proceso conocido como el despertar de la kundalini, el “poder de la serpiente”, que es la energía básica en toda la creación pero que está casi completamente dormida en los seres humanos” (p.123)
Parece que todo acaba por dar pistas hacia experiencias fuera de lo común pero para nada desconocidas en ámbitos iniciados: según qué experiencias de trascendencia implican una quietud y un silencio extremo. Como anécdota llama la atención el que más de dos mil años después todavía utilicemos el siseo como sonido para exigir un silencio total. Kingsley indaga en otros textos místicos griegos y en otras fuentes que parecen corroborar los indicios que él encuentra en el texto de Parménides dando a su teoría una base en donde asentarse o al menos fuertes pautas de verosimilitud: la armonía de las esferas que Pitágoras escuchó en estado de éxtasis, los himnos órficos, papiros relacionados con la iniciación en los misterios del sol con referencias a Apolo, el poder mágico del siseo de la serpiente…..todo apunta a tradiciones antiguas de Delfos.
Parménides adoptó a su principal discípulo, Zenon. No parece un hecho aislado para la época porque “las familias anatolias de sacerdotes con frecuencia tendían a ser
también familias de sanadores y esta conexión es particularmente clara en aquellos casos en que los maestros decidieron adoptar o acoger a sus sucesores” (p.143)
Parece consecuencia lógica deducir que el proceso de adopción estaba ligado a la iniciación, al intento de mantener con fuertes lealtades experiencias y secretos que no podían ser para cualquiera. Kingsley menciona también procesos parecidos en el caso de la escuela de Hipócrates o en la de los pitagóricos. En todos los casos –al igual que sucede en muchas tradiciones- el vínculo entre el maestro y el discípulo durante el proceso de iniciación era esencial. Suena a secta –más ahora que antes- pero era imperativo preservar dicha relación para llegar a buen puerto. Ser iniciado trastocaba totalmente la vida de cualquier individuo y durante el proceso la única guía debía ser necesariamente la del maestro. “El maestro es un punto de acceso a algo que está más allá de él mismo. Y tras un maestro, hay todo un linaje de maestros, uno tras otro. La enseñanza se transmitía de generación en generación, paso a paso, con frecuencia en secreto y algunas veces en circunstancias de inmensa dificultad. El resultado era absolutamente paradójico. El discípulo ponía su vida, e incluso su muerte, en manos de su maestro” (p.148)
Kingsley dedica también consideraciones a la compleja relación de Platón con la obra de Parménides pero quizás sea esta la parte del libro que, en mi modesta opinión, plantea más dificultades de ser correctamente valorada y apreciada ya que las especulaciones al respecto me parece que son eso, especulaciones, y se basan en menos objetividades que las expuestas hasta el momento para otro aspectos controvertidos.
La tesis fundamental es clara y suficientemente explícita: Parménides (o Parmemeides como lo denomina a partir de cierto punto debido a un nuevo hallazgo arqueológico) estaba de un modo u otro íntimamente asociado con los “Señores de la Guarida”; en su poema hay más que indicios para considerar que “existe un compromiso fundamental con la incubación y los sueños, así como otros estados de conciencia, los encantamientos y el éxtasis, con Apolo y el inframundo. Y es bueno recordar que, años antes de que se hicieran incluso esos descubrimientos arqueológicos (restos e inscripciones de Elea), algunos aspectos del poema de Parménides se explicaban ya en términos de incubación, de chamanismo y de las prácticas de los iatromanties. Los nuevos hallazgos de Elea sólo ayudan a completar los antecedentes. Hacen que todo se ajuste a la realidad” (p.160).
También son muy interesantes las páginas que dedica al maestro de Parménides (Aminias), así como las relacionadas a la creación de santuarios para Héroes (que posteriormente serían claramente absorbidos por el cristianismo convirtiéndolos en santuarios para Santos). Tiene especial interés en plasmar las particularidades de la ya mencionada anteriormente, hêsychia: la práctica de la quietud, la vida contemplativa (“es cierto que la cuestión de la quietud terminó siendo un asunto importante en al- gunos círculos filosóficos griegos, como resultado del contacto directo con la India” (p.169)), relacionando esta práctica con los pitagóricos y sus técnicas, claramente enfocadas a ser medios para alcanzar otra cosa y no un fin en sí mismo: “el propósito era liberar la atención de las distracciones, encaminarla en otra dirección para que la conciencia pudiera actuar de un modo totalmente distinto. La inmovilidad tenía un objetivo y éste era crear una abertura hacia un mundo distinto de todo aquello a lo que estamos acostumbrados: un mundo en el que sólo se puede entrar en meditación profunda, éxtasis y sueños” (p.170).
Pero la historia depararía un giro importante al dar paso a mentalidades como las de Platón y Aristóteles, mentalidades y métodos muy diferentes que influirían de manera decisiva en la configuración del modo de pensar occidental alejándolo de mundos oscuros y subterráneos en los que no creían poder encontrar ninguna sabiduría.
La conclusión ante los cambios que se propiciaron poco a poco en Occidente no es muy benevolente por parte de nuestro autor porque implicó prácticamente la sustitución de un modo de pensar por otro, más que una sabia complementariedad: “Los tiempos habían cambiado. En Occidente el foco de interés había empezado a desplazarse hacia otros lugares. La filosofía había sustituido al amor por la sabiduría, que se había hecho atractiva y accesible para el espíritu curioso. Y lo que en otros tiempos exigiera una entrega completa se fue convirtiendo gradualmente en un pasatiempo para los aficionados a jugar con juguetes. Incluso las enseñanzas de Parmeneides se habían arrancado del contexto y el trasfondo que le había dado vida y sentido. …….Puede decirse que Platón y Aristóteles, en particular, se han limitado a cumplir con su tarea: han permitido que desarrollemos nuestra inteligencia en ciertas direcciones, que exploremos aspectos de nosotros mismos que no conocíamos antes…” (p.185).
-5. Conclusiones.
Ya anticipé antes, a modo de preámbulo, algunas conclusiones que justificaban mi interés por resumir el libro de Kingsley. Desde luego la visión que nos expone Kingsley en su libro, no es un visión ortodoxa (al menos en algunos círculos), lo que no quiere decir que no sea correcta ya que, como bien demuestra, entronca con fuentes legítimas y tiene el aliciente de dar una perspectiva nueva a textos antiguos. Textos que reclaman como verdadero fin de la filosofía el amor a la sabiduría porque segura- mente es este el principal alegato del libro que analizamos: sacar a la luz, desde “los oscuros lugares del saber”, porciones de una sabiduría que encuentra sus raíces en las más profundas tradiciones mistéricas de Oriente y Occidente.
El siglo VI a.C, el siglo de Parménides, fue un siglo atípico por su importancia tanto en Grecia como en otras culturas del planeta (interesante en este sentido otro libro peculiar, “La gran transformación” de Karen Amstrong). Parecen probadas diversas conexiones interculturales más allá de las fronteras y límites convencionales lo que da a la época un interés especial, ya que lo que acostumbrábamos a observar de una manera aislada y demasiado parcelada ha resultado ser producto de tradiciones muy antiguas y mucho menos aisladas de lo que se suponía, como bien remarca Kingsley.
El mensaje principal del libro es –ya lo hemos dicho anteriormente- una nueva y profunda interpretación del poema de Parménides; el autor ha pretendido “despertar algo olvidado, algo que nos han hecho olvidar”. Para ello no se limita a especular sino que sigue pistas históricas, arqueológicas y literarias con las que va construyendo los mimbres en los que sustenta su tesis. Hemos podido seguir en el resumen expuesto su rastreo histórico desde la mítica emigración de los foceos hacia tierras italianas, llevando los saberes secretos propios de su tierra de origen (corrientes
órficas y pitagóricas), hasta los recientes descubrimientos de piezas arqueológicas con toda una serie de inscripciones que han dado nueva luz a la hora de interpretar aspectos hasta ahora mal conocidos del pasado.
Para Kingsley queda claro que esas oscuras inscripciones facilitan la interpretación del poema de Parménides explicitando su sentido: todo un descenso al mundo de los muertos, el inframundo, de mano de dioses para poder encontrarse con las enseñanzas de estos. Se trata, evidentemente, de todo un proceso de iniciación y una forma de meditación profunda. Una manera diferente de llegar a la sabiduría. Más experiencial y menos mental. En todo ese proceso que Kingsley denomina “incubación” son muchos los aspectos que adquieren importancia: la palabra, la quietud, la música y los sonidos, los silencios…… son las vías para llegar al verdadero conocer, a lo que da sentido a todo.
También nos narra, en paralelo, temas como la interpretación de Platón a través de su dialogo, llamado precisamente Parménides, o como éste adoptó como heredero a Zenón, pero lo que consigue este libro es, sobre todo, hacernos ver a Parménides no ya como “el padre de la lógica occidental ” sino como el transmisor de un saber que viene de mucho más lejos y que adquiere para nosotros un nuevo valor y también una renovada utilidad ya que nos hace reparar en aspectos que olvidamos muchas veces porque nuestra vida “se ha convertido en un interminable afán de mejora: necesitamos siempre conseguir más, hacer más, conocer más cosas. El proceso de aprendizaje y enseñanza se ha convertido en un sencillo mecanismo de recepción de datos e información: de recepción de lo que ignorábamos, de algo siempre distinto a nosotros. Por ese motivo, aprendamos lo que aprendamos, nunca nos afecta en lo más profundo, nunca llega a satisfacernos” (p.175).
Por eso quizás debamos seguir el camino del Kouros y bajar hacia dónde hay verdadero saber.
En definitiva, un libro recomendable para todos aquellos a los que interesa profundizar en el saber más allá de convencionalismos.
Texto: Javier Nebot
Texto: Javier Nebot
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