viernes, 25 de julio de 2014

Libros (2/1): En los Oscuros lugares del saber, de Peter Kingsley. (1ª de 2)


Hablaba en mi anterior post de la Gran Serpiente reflejando solo una parte del uso iconográfico de ese símbolo. Evidentemente hay más, mucho más, ya que, de alguna forma la serpiente conecta con la sabiduría oculta y profunda de la tierra.
En este sentido me parece oportuno mostrar aquí una reseña -amplia-  que hice para otro foro de un muy interesante libro de Peter Kingsley: "En los Oscuros lugares del Saber". (ATALANTA).

Kingsley advierte en el inicio de su libro que su propósito es despertar “algo olvidado”. Desde su punto de vista ese proceso de despertar puede ser profundamente sanador y lo que nos va a narrar es toda una toma de conciencia explicitada en un poema. Intentaré hacer un resumen de su libro aun a costa de que el mismo no refleje con exactitud su profundidad, pero con el ánimo de que lo que aquí exponga promueva la curiosidad para leerlo directamente

1. Inicios. Focea y sus colonias. 
Los habitantes de Focea han sido llamados los vikingos de la antigüedad clásica. Su afán de explorar y conocer nuevos lugares acreditó sólidamente su fama de viajeros a la vez que convirtió a Focea (“ciudad de focas”) en un “punto clave en el contacto entre Oriente y Occidente” . 
Sus desplazamientos (juntos con los samios, habitantes de Samos, una isla situada al sur de Focea) no se limitaron a los mares griegos sino que llegaron hasta la península ibérica buscando estrechos vínculos comerciales y diplomáticos con diversidad de pueblos de una punta a otra del Mediterráneo. Los intercambios comerciales fueron motor y parte de los intercambios culturales.  
El mayor templo de Samos, por poner un ejemplo, dedicado a la diosa Hera, fue modificado hacia el siglo VI a.C. siguiendo modelos egipcios y en dicho templo se han encontrado restos de otras civilizaciones de la época (babilónicos pero también andaluces, fenicios, caucasianos), lo que demuestra un tráfico interfronteras más grande de lo que muchas veces hemos querido pensar. 

Los orientales (sirios, babilónicos, persas etc.) se acercaban a Samos y los samios (juntos con los foceos) viajaron también hacia Oriente buscando y ampliando rutas comerciales.  
Durante mucho tiempo, se nos ha dicho que los antiguos griegos formaban un pueblo cerrado en sí mismo, reacio a aprender lenguas extranjeras, que creó sin ayuda de nadie la civilización occidental pero eso no se ajusta exactamente a la verdad.” (p.26). 
Hacia el 540 a.C. la excesiva presión colonizadora de los persas propició una fuerte emigración de los foceos. Tras diversos intentos en diferentes lugares decidieron dirigirse hacia Córcega ya que allí tenían una colonia desde hacía unas décadas pero, tras una primera convivencia más o menos idílica, las circunstancias se complicaron y forzaron la búsqueda de un nuevo asentamiento, esta vez en el sur de Italia, cerca de Posidonia. Allí se instalaron y vivieron durante siglos en la ciudad que fundaron: Hyele, Elea, Velia. 
Kingsley hace referencia a toda la historia desde que los foceos abandonaron su ciudad hasta que crearon Elea basándose en los relatos del primer historiador conocido: Herodoto. No es que sea lo que llamaríamos hoy una “fuente fidedigna”, aunque muchos hallazgos arqueológicos 
 modernos han corroborado muchas de sus tesis. Con todo, me parece importante señalar lo que nuestro autor remarca: “A los escritores de la antigua Grecia la verdad y la mentira no les inquietaba de la misma manera que a nosotros. Las mentiras no eran lo opuesto de la sinceridad o de la negación de la verdad. En la época en que escribía Herodoto, en el siglo V a.C, todavía se daba por hecho que los mejores escritores escribían gracias a la inspiración divina, inspirados por las musas, y éstas eran como otros dioses. No estaban constreñidas por la verdad o la franqueza; en gran medida, si querían, tenían el derecho divino a mentir y a ser veraces. Eso se debe a que, para los antiguos griegos, la verdad y la mentira convivían una con otra, iban de la mano, estaban unidas en lo más profundo. Y cuanto más insistía alguien en que sólo decía la verdad, más se reían para sí quienes lo escuchaban o leían y daban por hecho que intentaba engañarlos(p.33) 
Es, evidentemente, una concepción muy diferente a la nuestra y cuesta entenderla bien ya que no se ajusta a nuestros criterios actuales de lo que es “verdad” pero debemos intentar no leer el pasado con nuestros parámetros y procurar, como bien recomienda Kingsley, llegar a lo esencial. 
Elea se convirtió con el tiempo en una ciudad importante pero no fue la única ciudad que fundaron los foceos: también crearon Massilia, que actualmente conocemos como Marsella. Marsella es hoy una gran ciudad, Elea sin embargo desapareció hace mucho tiempo aunque para nuestro autor su valor sigue siendo enorme ya que según él allí tuvieron origen las primeras muestras de la “filosofía” occidental en su sentido fundamental de amor a la sabiduría, diferente al que adquiriría con la escuela de Atenas: “las escuelas de Platón y Aristóteles pusieron su sello en lo que se convertiría en la más imperecedera contribución ateniense a la historia intelectual de occidente: en lugar de amor a la sabiduría, la filosofía se convirtió en el amor a hablar y discutir sobre el amor a la sabiduría(p.38). Sin duda un punto de vista arriesgado. 

2. Camino hacia Parménides y su particular poema
Al presocrático Parménides se le reconocen muchos méritos. Se dice que creó la idea de la metafísica y que inventó la lógica: las claves de nuestra comprensión de la realidad. Según Kingsley su influencia en Platón fue inmensa aunque el protagonismo en la historia de la filosofía haya sido casi en exclusiva para éste (y su discípulo Aristóteles) y probablemente esto se deba – según él, pues no parece que todos los expertos estén de acuerdo- a que la obra de Parménides se ha entendido mal “ya que no se ha sabido tener en cuenta sus estrechos vínculos con las tradiciones de Oriente, tradiciones que apenas han empezado a tomarse en serio”   (p.43). 
Buena parte de la información que tenemos de él proviene, precisamente, del diálogo escrito por Platón: lo presenta como un hombre mayor discutiendo de temas filosóficos en presencia de un hombre joven, Sócrates. También aparece en el diálogo Zenón, el discípulo de Parménides, pero lo muestra con cierta negatividad, criticando sus escritos delante de todos. Según Kingsley esto no es inocuo: “la composición del Parménides está hábilmente diseñada con un solo objetivo: presentar a Sócrates y a Platón – pero no a Zenón ni a ningún otro- como herederos legítimos de las enseñanzas de Parménides. No es ninguna sorpresa. Era un principio bien reconocido en el círculo de 
Platón: adapta el pasado a tus propósitos, pon ideas tuyas en boca de figuras famosas de la historia, no te preocupes de los detalles históricos(p.45). 
No parecen existir datos fiables respeto a ninguna fecha referida a Parménides. Algunos datos sugieren que nació no mucho después de la fundación de Elea (entre el 520 a 515 a.C.) aunque el sentido de la cronología no era por aquella época tan exacto como en la actualidad.  
En otro de sus diálogos Platón hace que Sócrates describa la figura de Parménides como alguien “digno de mi reverencia y respeto” y según Kingsley en un tercer diálogo hace una extraña referencia a “tendremos que matar al padre”  lo que para nuestro autor es toda una declaración encubierta de intenciones “ideológicas”: “¿A quién o a qué mató Platón? Eso es lo que empezaremos a descubrir en este libro. Si vemos lo que era Parménides vemos por qué Platón tuvo que matarlo. Porque si no hubiera hecho lo que hizo, el occidente que conocemos nunca habría existido(p.49).
Parménides escribió un poema. Es lo único que nos ha llegado. “Una poesía creada bajo la inspiración divina, que revelaba lo que los seres humanos, por sí mismos, jamás podrían ver o conocer, que describía el mundo de los dioses y el mundo de los seres humanos y el encuentro entre seres humanos y dioses(p.53). 
Llama la atención el que todos los personajes que Parménides encuentra en su poema son mujeres o niñas. El viaje que describe es un viaje mítico en un universo que describe en femenino
Para muchos “el viaje mismo es una alegoría de su batalla para salir de la oscuridad y llegar a la luz, de la ignorancia a la iluminación intelectual. Pero no es necesario esforzarse de esa manera……el hecho es que Parménides nunca se describe saliendo de la oscuridad camino de la luz.” (p.54). Parménides viaja a los infiernos, en dirección a su propia muerte de manera consciente y voluntaria: 
 " Las yeguas que me llevan tan lejos como el anhelo alcanza avanzaron, después de venir a recogerme, hacia el legendario camino de la divinidad que lleva al hombre que sabe a través de lo desconocido vasto y oscuro. Y adelante me llevaron, mientras las yeguas, que sabían dónde ir, me llevaban y tiraban del carro; y unas jóvenes indicaban el camino. Y el eje de los cubos de las ruedas silbaba, ardiendo con la presión de los dos ruedas bien redondas, una a cada lado, que veloces avanzaban; las doncellas, hijas del Sol, que habían abandonado las moradas de la Noche hacia la luz, se apartaron los velos de la cara con las manos. 
  Allí están las puertas de los caminos de la Noche y el Día, bien sujetas en un sitio entre el dintel superior y un umbral de piedra; se elevan hasta los cielos, cerradas con hojas gigantescas. Y las llaves –que ahora abren, ahora cierran- las custodia la Justicia, la que siempre exige el pago exacto. Y con dulces palabras seductoras, las jóvenes astutamente la convencieron para que retirara inmediatamente, para ellas, el cerrojo que cierra las puertas. Y cuando las hojas se abrieron –ahora una y luego otra-, haciendo girar en sus goznes huecos como flautas los ejes de bronce con sus remaches y clavos, formaron una enorme abertura. Las jóvenes siguieron adelante por el camino con el carro y las yeguas. 
  Y la diosa me dio la bienvenida amablemente, me cogió la mano derecha entre las suyas y me dijo estas palabras: “Seas bienvenido, joven, compañero de inmortales aurigas, que llegas a nuestra casa con las yeguas que te llevan. Porque no ha sido hado funesto el que te ha hecho recorrer este camino, tan alejado del transitado sendero de los hombres, sino el derecho  y la justicia. Y es necesario que te enteres de todo: tanto del inalterado corazón de la persuasiva Verdad como de las opiniones de los mortales, en las que no hay nada en que confiar. Pero aprenderás también esto: cómo las creencias basadas en apariencias deben ser verosímiles mientras recorren todo lo que es(p.56 y 57). 
  
Me he permitido transcribir íntegro el texto del poema seleccionado por Kingsley porque resultará esencial en su argumentación. También he remarcado determinadas palabras en negrita porque serán claves en la posterior interpretación del mismo.
Antes de meterse con la interpretación del texto, Kingsley explora otras pistas que da la arqueología reciente. Así se refiere a unos descubrimientos efectuados en 1958 en Elea-Velia: Tres inscripciones en la bases  de algunas esculturas adquieren, desde su punto de vista un particular valor. En todas ellas se sigue un patrón común: Oulis, hijo de….sanador phôlarchos en el año….;  Ouilis era el nombre de alguien dedicado al dios Apolo, a Apolo Oulios. Aunque en su origen el término oulios significaba, mortal, destructivo (la parte aniquiladora del dios), los griegos también lo interpretaban como “el que sana”. Eso era Apolo: el destructor que sana, el sanador que destruye. 

El hecho de que las tres inscripciones, en diferentes y sucesivos años, utilicen los mismos términos protocolarios, le hace suponer a Kingsley que se trataba de hombres vinculados a Apolo de una manera sistemática –probablemente generacional- y lo corrobora también el que aparezca la palabra “sanadores” (iatros) en todas las inscripciones dejando claro que se trata, pues, de una “casta” de sanadores, seguidores de Apolo en su condición de sanador. 
Volvamos al texto: La diosa tranquiliza a nuestro viajero. Lo que le ha llevado hasta ella “no ha sido el hado funesto” (la muerte). Parménides “ha recorrido la vía de la muerte mientras todavía está vivo, ha ido hasta dónde van los muertos sin morirse. Para cualquier otro, el lugar al que ha llegado sería mortal”. (p.63). 
Para viajar al inframundo era imprescindible haber sido iniciado previamente en sus misterios, hecho que aparece claramente remarcado en el poema cuando dice que es “un hombre que sabe”. 
Kingsley desbroza con habilidad otros muchos indicios sin olvidar que Parménides “escribe sobre algo que está más allá del tiempo y el lugar pero para comprenderlo hay que partir del tiempo y el lugar (p.64). 
No se pueden interpretar según qué cosas sin tener en cuenta las tradiciones heredadas del lugar en que se vive so pena de que, al arrancar las raíces, se pierda el sentido. Por eso señala la importancia de conocer las simbologías del sur de Italia respecto a Orfeo y otras figuras del infra-mundo de manera que muchos pasajes del poema adquieren así sentido. 
Parménides es recibido “amablemente” por la diosa a la entrada de la morada de la Noche, factor clave porque la alternativa contraria suponía la aniquilación (la mano derecha indica aceptación; la mano izquierda significa destrucción – ¡qué mal lo tendríamos los zurdos en el mundo antiguo!-). 
Todo consistía en encontrar su propio vínculo con lo divino. En eso consistía la iniciación: en averiguar de qué modo está uno relacionado con el mundo divino, de qué modo pertenece, de qué modo está uno en su terreno tanto aquí como allí. Para aquellas gentes, lo fundamental era estar preparado antes de morir, establecer la conexión entre este mundo y aquél(p.66). 
Parménides en su viaje inicia un periplo en dirección contraria a la habitual: va de lo que conocemos hacia lo que más tememos, se sale de lo convencional, del “transitado sendero de los hombres”. 
Su viaje es el viaje del héroe en su sentido más profundo
Al principio del poema ya se señala algo esencial para iniciar el viaje: la pasión, el anhelo aunque sin olvidar que lo “llevan” al lugar hacia donde se dirige pero lo llevan “tan lejos como el anhelo alcanza”. 
Las doncellas que guían a Parménides en su viaje al inframundo son las hijas del Sol. 
El inframundo no es sólo un lugar de oscuridad y muerte. En realidad, es el lugar supremo de la paradoja, allí donde se encuentran los opuestos. En las raíces mismas de la mitología oriental y occidental se halla la idea de que el sol sale del inframundo y vuelve a él todas las noches. Pertenece al inframundo, allí es donde tiene su hogar, de ahí vienen sus hijos. La fuente de la luz mora en la oscuridad(p.69). 
Estas ideas eran asumidas también por los pitagóricos que para tenerlas presentes acostumbraban a vivir cerca de las regiones volcánicas ya que consideraban que el fuego volcánico era la luz de la más profunda oscuridad: nunca hay cielo sin pasar por el infierno! . Se dieron cuenta de algo difícil de aceptar: que hay algo importante escondido en las profundidades. 
No es agradable vivir con semejante desafío. Así pues, cuando Platón y sus seguido- res tomaron estas ideas de los pitagóricos, amputaron hábilmente las ambigüedades: se centraron únicamente en lo cierto, lo bueno y lo hermoso y eliminaron la necesidad del descenso(p.71). Claro que el panorama para Parménides y sus discípulos era muy diferente ya que tenían conciencia clara de lo contrario, de que es imposible alcanzar la luz a costa de rechazar la oscuridad. El viaje de Parménides va al punto en donde se encuentran los opuestos. 
La diosa, como hemos dicho antes, le da la bienvenida y le llama “joven” (kouros), Kingsley señala como esta antigua palabra señalaba al héroe, al hombre de cualquier edad que todavía veía la vida como un desafío; alguien que presenta batalla, que no ha pasado todavía el testigo a las siguientes generaciones. Sólo como KOUROS los iniciados pueden superar la prueba del viaje al más allá ya que personas con menos energía y disposición difícilmente superarían las exigencias del viaje a las profundidades. Una persona mayor podría hacer el viaje pero –como bien enseñan otras tradiciones religiosas- debería tener en su corazón la inocencia y pureza de un niño con lo que evitaría distraerse con los pensamientos –y temores- humanos habituales. Una actitud mental nueva y abierta es imprescindible. 
Kingsley vincula las consideraciones sobre el Kouros con el dios Apolo ya que éste era el kouros divino: era su modelo, su imagen inmortal y su encarnación. Este dios estará presente en toda la cosmovisión expuesta en el libro ya que su autor considera a Parménides y sus seguidores devotos del mismo. 

3. Phôlarchos y aitromantis
Las peculiares inscripciones  de las estatuas descubiertas en Elea, a las que antes me he referido, contienen unas palabras que para Kingsley adquieren significación especial. 
Phôlarchos” es una palabra, por lo que parece poco común fuera del ámbito de Elea. Después de diversas apreciaciones Kingsley considera que los hombres llamados “phôlarchos” estaban encargados de las “guaridas” en donde se experimentaba una “muerte aparente”. A partir de ahí especula con las tradiciones observadas en determinados sanadores y describe los pormenores de unos procesos conocidos como “incubación”: “la curación estaba siempre relacionada con lo divino. Si la gente estaba enferma, era normal ir a los santuarios de los dioses o de los grandes seres que antes habían sido humanos pero ahora eran algo más: los Héroes (los santos en nuestra tradición cristiana – el inciso es mío-). Y acostarse allí(p.79). 
Acostarse allí, sin hacer nada, en absoluto reposo, aguardando que la curación llegase de otro lugar, de otro nivel de conciencia. No se dejaba solo al enfermo había sacerdotes que vigilaban y custodiaban el proceso. Kingsley narra las descripciones de Estrabón de procesos similares en una zona de Anatolia cercana a Focea, Caria. Allí, en una caverna conocida como caronium o entrada al inframundo los peregrinos enfermos dormían después de recibir tratamientos y cuidados de los sacerdotes del lugar que custodiaban todo el proceso, siempre en un estado de total quietud (hêschia). 
Los pôlarchos son, pues, los amos de los sueños, los señores de la “guarida” y estaban relacionados con el culto a Apolo: Él era el dios de “quien yace como un animal en una guarida”. Según Kingsley son muchas las tradiciones que vinculan a Apolo con cavernas y lugares oscuros a pesar de que actualmente se considere a este dios como la encarnación divina de la razón y la racionalidad “pero por encima de todo era el dios de los oráculos y la profecía, y los oráculos que daba eran en forma de acertijos, llenos de ambigüedades y trampas…….su profeta decía sus oráculos arrastrando la voz, en estado de trance….porque Apolo era un dios que se desenvolvía en otro nivel de conciencia, con unas normas y una lógica propias(p.87). 
En diversos momentos se asoció a Apolo también con el sol, incluso Kingsley señala que muchas declaraciones formales identificándolo directamente con el sol se produjeron en vida de Parménides. Esta identificación no puede hacernos olvidar lo que ya hemos indicado antes: el sitio del sol se encuentra en un terreno insospechado, en la oscuridad del inframundo. Hay, por lo visto, restos de algún poema órfico que explicitaba como descubrimiento el que Apolo compartía sus poderes oraculares con la Noche aunque las autoridades religiosas del momento negaron tal vinculación y así lo aceptaron muchos, “para la mayoría de la gente, así fue a partir de aquel momento. La experiencia de otro mundo a través de la incubación tiene poco valor en cuanto se empieza a depositar toda la confianza en el poder aparente de la razón (p.89). 
Parménides en su poema nos habla también de una diosa sin explicitar quién es ella. Kingsley afirma que la llegada a los reinos de los muertos implica que la diosa sea Perséfone, si no se la nombra por su nombre es porque el nombre de un dios es el poder mismo del dios y NO se invoca a una divinidad en vano, hay un respeto implícito en lo subterráneo, oculto. El silencio era deliberado aunque ello supusiese cierta ambigüedad. “Italia fue una buena tierra para Perséfone. Las antiguas diosas habían fertilizado el terreno; y siglo más tarde, Perséfone proporcionaría la mayor parte de la imaginería y la inspiración para la Virgen María de los católicos (p.97).  
  Si nuestro autor dedica su atención a la palabra phôlarchos, tal y como hemos visto hasta ahora, también lo hace con otro término interesante: “iatromantis”. 
Antes hemos hablado de los procesos de “incubación” guiados por los phôlarchos, maestros en el arte de entrar en otro estado de conciencia y relacionados en muchas ocasiones con procesos curativos, de sanación. Para Kingsley “lo más importante era el hecho de que la sanación procede de otro nivel de la existencia, de otro ámbito. Por- que estas personas eran capaces de entrar en el otro mundo, de establecer contacto con lo divino, recibir conocimiento directamente de los dioses” (p.97).También nos narra cómo Pitágoras, cuando dejo la isla de Samos para dirigirse a Italia, llevó consigo las tradiciones anatólicas de incubación para descender al mundo de los muertos y las enseño a sus discípulos más cercanos. No parece pues que en la zona y en esa época fuesen técnicas poco conocidas aunque si estuviesen –lógicamente- reservadas para iniciados en los misterios. 
Kingsley cree que “los historiadores se habían dado cuenta de que el relato del viaje mítico de Parménides lo relaciona con la incubación y con los expertos en ésta; con las personas que justificaban sus enseñanzas en los viajes que hacían al otro mundo, que consideraban que formaba parte de su trabajo traer de vuelta lo que encontraban y describir lo que aprendían (p.101). 

Reconocer esa vinculación trastoca, sin duda,  la imagen del que se supone fue el fundador de lógica occidental; “damos por hecho que las ideas que han modelado la cultura occidental son sólo ideas, que no importa su procedencia. No podemos tomar en consideración otros estados de conciencia y, por encima de todo, no tenemos tiempo para nada relacionado con la muerte(p.101). 
Es un planteamiento atrevido, pero en su libro Kingsley lo va desarrollando con habilidad y –desde mi punto de vista- con argumentaciones y lógicas válidas aunque a veces éstas procedan de elementos muy escuetos o sutiles, pero volvamos a la otra palabra enunciada al inicio de este folio y que para nuestro autor es una pieza clave en su teoría: iatromantis. Un iatros era un sanador pero a la vez era profeta, un hombre que curaba a través de la profecía. Para los griegos un profeta no era un adivino – como muchas veces pensamos ahora- sino, más bien, alguien capaz de actuar como portavoz de lo divino: eran capaces de ver entre bastidores, de intuir lo que los demás eran incapaces de ver. “Su conocimiento era totalmente distinto de lo que es el conocimiento para nosotros. Y lo obtenían a través de la incubación. La función básica de un phôlarchos o Señor de la guarida era también ésta. Eran expertos en trabajar con los sueños y a través de los sueños; en escucharlos, aprender de ellos, curar con ellos. Iatromantis y phôlarchos, igual que oulis y ouliadês, eran nombres que indicaban lo mismo(p.106). 
En definitiva: un iatromantis era alguien que podía dominar su estado de conciencia, “una conciencia que no se trata de sueño ni de vigilia e implica estar a gusto no solo en este mundo de los sentidos sino también en otra realidad”. (p.108). 
Kingsley analiza diversas comparaciones con otros expertos en estados alterados de conciencia (chamanes)  de diversas culturas (en Tibet, en Mongolia, en la India) y concluye que no son coincidencias casuales, que hoy en día dividimos de manera categórica entre Oriente y Occidente, pero en aquellos tiempos no era posible trazar una frontera tan precisa y cerrada.  
(continuará)
Texto:  Javier Nebot

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