Vivimos en un mundo muy complejo y extrañamente contradictorio en el cual algunos intentamos aliviar la soledad lo mejor que podemos.
Parece evidente (dicho en cursiva porque hoy en día se cuestiona todo) que somos seres sociales.
Creo es una afirmación suficientemente obvia como para que nadie sensato pueda ponerla en duda a pesar de los (pesados) relativismos vigentes.
Desde aquel muy lejano origen en el que nos descolgamos de los árboles y empezamos a corretear sobre el planeta nos hemos desenvuelto en compañía.
De hecho el miedo a la soledad (y al peligro que ésta suele conllevar) ha actuado históricamente como un poderosísimo cemento social, a pesar de los manifiestos inconvenientes que en muchas ocasiones supone el pertenecer a un determinado grupo.
Creo es una afirmación suficientemente obvia como para que nadie sensato pueda ponerla en duda a pesar de los (pesados) relativismos vigentes.
Desde aquel muy lejano origen en el que nos descolgamos de los árboles y empezamos a corretear sobre el planeta nos hemos desenvuelto en compañía.
De hecho el miedo a la soledad (y al peligro que ésta suele conllevar) ha actuado históricamente como un poderosísimo cemento social, a pesar de los manifiestos inconvenientes que en muchas ocasiones supone el pertenecer a un determinado grupo.
Parece también bastante obvio que la percepción de la soledad tiene muchos matices y diferentes niveles de urgencias pero, tanto si es miedo a estar solo físicamente (sin nadie a quien tocar o sentir), o emocionalmente (sin nadie con quien compartir), o espiritualmente (comunicándote con otros, pero con la lacerante convicción de que nadie te entiende), se movilizan en nuestro interior respuestas de huida o de aceptación. Somo así de limitados (o de inteligentes).
Hubo un tiempo -largo, muy largo- en el que sentirse fuera del grupo, de la tribu, del clan, era absolutamente inconcebible, pero nuestra sociedad ha evolucionado en este sentido (¿progresado?) hacia una autosuficiencia que nos hace sobrevalorar lo que muchos temen aunque sea inconscientemente: no depender de nadie, ser totalmente autónomos.
Este deseo se da menos -como bien señala J. A. Marina- en los sociedades orientales que en las occidentales, en donde el exagerado desarrollo del "yo" se ha convertido en el ídolo de turno, aunque imagino que poco tardará en producirse el inevitable contagio ideológico que hará que todo el planeta piense y sienta de la misma manera.
La huida hacia una "libertad total" (¿alguien sabe realmente que significa eso?) que muchos emprenden y que algunos se encargan de vender como perfecto ideal, acaba chocando la mayoría de las veces -casi siempre- contra el muro del temor a la soledad que suele ser grueso y arisco.
La huida hacia una "libertad total" (¿alguien sabe realmente que significa eso?) que muchos emprenden y que algunos se encargan de vender como perfecto ideal, acaba chocando la mayoría de las veces -casi siempre- contra el muro del temor a la soledad que suele ser grueso y arisco.
T.Zeldin, en un apartado interesante sobre este tema en su recomendable libro "Historia íntima de la humanidad", menciona curiosos porcentajes sobre percepciones de soledad, vidas solitarias y otras casuísticas adyacentes, para concluir que si es llamativo el alcance de este problema en las sociedades actuales dista mucho de ser una "enfermedad moderna": Los hindúes ya indicaban que el Ser supremo creó el mundo porque se encontraba solo y en absoluto andaba lejos de esa percepción el Dios judeo-cristiano que necesitó crear al universo en un especial y apabullante Bing-Bang de siete días y al que -por lo visto muy consciente del drama de la soledad- hay que agradecerle el "detalle" de crear un alter-ego al hombre, la mujer, de igual magnitud y sensibilidad, para que éste aliviase la sensación de carencia dándose mutua compañía (sin demasiado éxito me parece, porque el primer intento -la combativa Lilith- salió más bien respondón y el segundo -Eva-, acabo cargando con no sé qué extrañas culpabilidades).
Desde entonces el ser humano ha buscado de mil maneras diferentes el paliar una sensación que, por lo visto, no desaparece en muchos a pesar de la presencia de otros congéneres (si es que no empeora precisamente por esa misma y desincronizada presencia).
Desde entonces el ser humano ha buscado de mil maneras diferentes el paliar una sensación que, por lo visto, no desaparece en muchos a pesar de la presencia de otros congéneres (si es que no empeora precisamente por esa misma y desincronizada presencia).
Algunos, en vista de que no podían huir de la soledad que sentían, la asumieron en un grado extremo causando por ello profunda admiración entre sus coetáneos: Eremitas y ermitaños fueron considerados poco menos que héroes (raritos, pero héroes al fin al cabo) por todos aquellos que no comprendían como podía funcionar el recibir más dosis de lo mismo que uno teme o quiere evitar. Claro que si el método funcionaba -en los pocos casos en que lo hacía- era porque el afortunado de turno decía experimentar una plenitud inexplicable.
Como en otras muchas cosas hubo y hay de todo.
No faltaron solitarios que hicieron muchos esfuerzos por buscar otros caminos e incluso algunos fueron capaces de desarrollar -vista su historia- una frustrada vocación circense: personas como Simeón el Estilita (y sus imitadores) que en su alarde de exhibicionismo pre-anunciaban futuras desvergüenzas televisivas de generaciones muy pero que muy posteriores (por lo que parece la cosa más idiota siempre consigue un público admirativo que la mire; quizás sea ese el vengativo triunfo de la máquina sobre las almas débiles o adormecidas).
El susodicho Simeón, haciendo gala de una tenacidad digna de mejor causa, permaneció varios años en lo alto de una columna, despertando mucha admiración y devoción a su alrededor.
Personalmente opino que la insociabilidad de algunos no es, precisamente, el mejor ejemplo para nada ni para nadie (y menos de una religión como la cristiana que supone una tratamiento radical de la alteridad). Hay fórmulas de navegar, si uno quiere, entre soledades y entre compañías y esas fórmulas no solo no niegan ni quitan valor o dificultad al empeño sino que abren la ascesis a un mayor sentido o lucidez. La experiencia, de hecho, constata que las sobredosis no son buenas en ningún aspecto. No sin sabiduría indicaba Thomas Merton (monje trapense) que " la soledad no es separación".
Sin duda, es aconsejable aprender a gestionar la vivencia de casi todas las emociones si queremos tener una vida mínimamente sana (y recurriendo a algo más que a librillos de auto-ayuda). Para ello algo de introspección (en silencio, en necesaria soledad) siempre vendrá bien, más si cabe hoy en día ya que los cantos de sirena y los encantamientos de las "brujas" publicitarias nos llevan constantemente a evitarlo sugiriendo que rellenemos nuestros vacíos y temores a base de consumos.
Hay que ser casi de mármol para resistir tanta y tan constante presión al respecto: ya no se trata de "pienso, luego existo", estamos directamente en el "gasto, o no existo". No parece haber tampoco muchas dudas respecto a esto y que el "compre, compre" ha sustituido con bastante eficacia en muchos foros al "piense, piense" (mucho más todavía, si la música con que se nos hipnotiza tiene la virtud de hacernos "sentir" algo. Es igual lo que sea pero parece probado que al personal le gusta "sentir").
La soledad es menos, por lo que parece, si la adornamos y la cubrimos de objetos,
o, ya puestos, si compramos directamente lo que queremos vivenciar (hoy en día la oferta es muy selectiva y personalizada, por algo estamos en la época del turbo-consumo, tal y como nos cuenta Lipovetsky en "La felicidad paradójica").
Como en otras muchas cosas hubo y hay de todo.
No faltaron solitarios que hicieron muchos esfuerzos por buscar otros caminos e incluso algunos fueron capaces de desarrollar -vista su historia- una frustrada vocación circense: personas como Simeón el Estilita (y sus imitadores) que en su alarde de exhibicionismo pre-anunciaban futuras desvergüenzas televisivas de generaciones muy pero que muy posteriores (por lo que parece la cosa más idiota siempre consigue un público admirativo que la mire; quizás sea ese el vengativo triunfo de la máquina sobre las almas débiles o adormecidas).
El susodicho Simeón, haciendo gala de una tenacidad digna de mejor causa, permaneció varios años en lo alto de una columna, despertando mucha admiración y devoción a su alrededor.
Personalmente opino que la insociabilidad de algunos no es, precisamente, el mejor ejemplo para nada ni para nadie (y menos de una religión como la cristiana que supone una tratamiento radical de la alteridad). Hay fórmulas de navegar, si uno quiere, entre soledades y entre compañías y esas fórmulas no solo no niegan ni quitan valor o dificultad al empeño sino que abren la ascesis a un mayor sentido o lucidez. La experiencia, de hecho, constata que las sobredosis no son buenas en ningún aspecto. No sin sabiduría indicaba Thomas Merton (monje trapense) que " la soledad no es separación".
Sin duda, es aconsejable aprender a gestionar la vivencia de casi todas las emociones si queremos tener una vida mínimamente sana (y recurriendo a algo más que a librillos de auto-ayuda). Para ello algo de introspección (en silencio, en necesaria soledad) siempre vendrá bien, más si cabe hoy en día ya que los cantos de sirena y los encantamientos de las "brujas" publicitarias nos llevan constantemente a evitarlo sugiriendo que rellenemos nuestros vacíos y temores a base de consumos.
Hay que ser casi de mármol para resistir tanta y tan constante presión al respecto: ya no se trata de "pienso, luego existo", estamos directamente en el "gasto, o no existo". No parece haber tampoco muchas dudas respecto a esto y que el "compre, compre" ha sustituido con bastante eficacia en muchos foros al "piense, piense" (mucho más todavía, si la música con que se nos hipnotiza tiene la virtud de hacernos "sentir" algo. Es igual lo que sea pero parece probado que al personal le gusta "sentir").
La soledad es menos, por lo que parece, si la adornamos y la cubrimos de objetos,
o, ya puestos, si compramos directamente lo que queremos vivenciar (hoy en día la oferta es muy selectiva y personalizada, por algo estamos en la época del turbo-consumo, tal y como nos cuenta Lipovetsky en "La felicidad paradójica").
En mi caso reconozco lo arduo del problema porque ya no soy un hombre de fe (no puedo creer sin experimentar y de poco me valen las experiencias ajenas por muy legítimas que sean algunas de ellas). Tampoco me gusta ir siempre al dictado de lo que quieran imponerme otros por lo que difícilmente obtengo el apoyo del grupo (sobre todo de los grupos cuyos miembros necesitan que les marquen taxativamente lo que hacer y lo que hay pensar).
En plan, pues, "llanero solitario" me las veo y me las deseo para minimizar los efectos de tanto "hechizo" y de tanta "seducción" y me canso también de tantos intentos y esfuerzos para nadar a contracorriente.
Con todo, creo no ser tan "bicho raro" como los eremitas de antaño (aunque a veces anhele encontrarme en soledad). Tampoco creo ser particularmente "obseso" de libertades reales o imaginadas. Sin embargo, no me duelen prendas en reconocer que tengo fallos y debilidades a la hora de evitar algo tan pernicioso como la soledad psíquica.
No me regodeo en ello -creo- y de hecho recurro a la introspección antes mencionada;
procuro también en lo posible pasar por el cedazo del análisis casi todo lo que veo o escucho pero asumo que mi propia personalidad (el "molde" que viene de serie) puede ser un handicap ya que tiene un peso muy importante en cómo se perciben las cosas, las personas, las situaciones (ver entradas correspondientes al Eneagrama).
No me regodeo en ello -creo- y de hecho recurro a la introspección antes mencionada;
procuro también en lo posible pasar por el cedazo del análisis casi todo lo que veo o escucho pero asumo que mi propia personalidad (el "molde" que viene de serie) puede ser un handicap ya que tiene un peso muy importante en cómo se perciben las cosas, las personas, las situaciones (ver entradas correspondientes al Eneagrama).
Desde luego, no todo es siempre externo (no comparto la tesis sartriana de que "el infierno son los otros"); en la mayoría de las situaciones se suelen entremezclar las percepciones interiores con las vivencias exteriores.
En una articulo anterior ("Desilusión" 20-02-14) ya conté algunas de mis susceptibilidades; también en otro posterior ("El
nuevo Sky-lab" 28-05-14) hice alusión a la profunda irritación que me producía -y produce- la abundante y grosera falta de respeto, hoy tan bien vista por algunos partidarios de la cultura "yo-yo".
Después de darle algunas vueltas llego ahora a la conclusión -¿triste?- de que si algo complica en mi caso (y en el de otros muchos similares al mío) la adecuada solución de algunos problemas de convivencia, amén de lo ya mencionado, es una vivencia emocional e intelecutal muy cercana a lo que se podría considerar como una alergia.
Sí. No es que yo sea alérgico, al pan, al marisco, o al polen algo tan común en estos tiempos. No.
No creo ser "flor de invernadero" en ese sentido, pero sí detecto indicios claros de otro tipo de alergia:
No creo ser "flor de invernadero" en ese sentido, pero sí detecto indicios claros de otro tipo de alergia:
Soy alérgico a la estupidez.
Y como realidad emocional me parece que es un tipo de alergia compartida por otras muchas personas.
Y como realidad emocional me parece que es un tipo de alergia compartida por otras muchas personas.
Mira que hay variedades de tontería humana (tontez, imbecilidad, idiotez, lerdez, memez, etc), pero no me cabe duda de que la que está más "en el aire" es la estupidez (interesante el libro de Giancarlo Livraghi, "El poder de la estupidez", a pesar de que el título recuerda tristemente a nefastos libros de auto-ayuda). Basta con algunos ejemplos, todo sea dicho sin ánimo de ofender.
En el desarrollo y cristalización de esa alergia han contribuido mucho los medios de comunicación, especialmente las televisiones. Cada vez que me siento a comer y por aquello de estar un poco al día veo los telediarios, me surgen profundos sarpullidos mentales, cuando no arcadas y ganas de vomitar ante la cantidad de memeces que tengo que escuchar. Cínicos en estado puro intentan vender la realidad -¿¿qué realidad??- como si viviésemos en una especie de parque temático (feliz o infeliz según sea el narrador de turno aunque cada vez el relato es más monocromo) .
En el desarrollo y cristalización de esa alergia han contribuido mucho los medios de comunicación, especialmente las televisiones. Cada vez que me siento a comer y por aquello de estar un poco al día veo los telediarios, me surgen profundos sarpullidos mentales, cuando no arcadas y ganas de vomitar ante la cantidad de memeces que tengo que escuchar. Cínicos en estado puro intentan vender la realidad -¿¿qué realidad??- como si viviésemos en una especie de parque temático (feliz o infeliz según sea el narrador de turno aunque cada vez el relato es más monocromo) .
Los políticos de derechas nos inundan con algunos despropósitos adornados con un lenguaje "progresista" o de izquierdas. Los políticos de izquierdas -los que no están ocupados en comer langostinos a costa del contribuyente- continúan con discursos obsoletos y raidos o con ese insulto a la inteligencia que es lo "políticamente correcto" (lo que sea con tal de no afrontar la realidad de las cosas. Asumirla, en vez de barnizarla, sería el paso necesario para cambiar efectivamente las cosas y eso debe quedar para la ciencia-ficción).
No digo ya si se me ocurre "zapear": entonces la abundancia de corrillos de cotilleos, ositos de mimosín presentando exhibicionistas emocionales, novias "sufriendo" por la horterez del vestidito de sus sueños, machos-alfa luciendo muchos músculos y escasas neuronas, hembras-beta con silicona hasta en las almorranas, tertulias con los omnipresente Marhuendas u otros cronistas sociales de similar exaltación...... acaban con algo más que con mis defensas: toda una sintomatología solo explicable a la sobredosis de estupidez.
No digo ya si se me ocurre "zapear": entonces la abundancia de corrillos de cotilleos, ositos de mimosín presentando exhibicionistas emocionales, novias "sufriendo" por la horterez del vestidito de sus sueños, machos-alfa luciendo muchos músculos y escasas neuronas, hembras-beta con silicona hasta en las almorranas, tertulias con los omnipresente Marhuendas u otros cronistas sociales de similar exaltación...... acaban con algo más que con mis defensas: toda una sintomatología solo explicable a la sobredosis de estupidez.
Una solución higiénica podría ser, por descontado, desconectar la televisión (ya lo he expuesto en otros artículos).
Contarse uno mismo las noticias, filtrarlas bien filtradas o vacunarse ante algunas de ellas puede ser otras opción (claro que las "burbujas" rara vez funcionan salvo que uno tenga complejo de Antoñita la fantástica).
Contarse uno mismo las noticias, filtrarlas bien filtradas o vacunarse ante algunas de ellas puede ser otras opción (claro que las "burbujas" rara vez funcionan salvo que uno tenga complejo de Antoñita la fantástica).
Otra alternativa, se me ocurre, puede ser sustituir informativos por series. Si, aunque parezca increíble hay algunas que son, en su ficción, más verdaderas que la realidad que nos cuentan en los foros especializados. Y desde luego más libres, infinitamente más. Libres y rompedoras, y a veces conviene ser rompedor, crítico y burlón.
"True blood", por poner un ejemplo concreto, me está suponiendo toda una terapia de risa. Vampiros intercambiando sangre y sexo, correteando y mordisqueando a humanos neuróticos y desquiciados, entablan diálogos en los que se sueltan una enorme cantidad de barbaridades, barbaridades que serían "inasumibles" en otros contextos pero que aquí -con toda la potencia del humor- ayudan a exorcizar muchos fantasmas.
"True blood", por poner un ejemplo concreto, me está suponiendo toda una terapia de risa. Vampiros intercambiando sangre y sexo, correteando y mordisqueando a humanos neuróticos y desquiciados, entablan diálogos en los que se sueltan una enorme cantidad de barbaridades, barbaridades que serían "inasumibles" en otros contextos pero que aquí -con toda la potencia del humor- ayudan a exorcizar muchos fantasmas.
No quiero decir con esto que la soledad ante los desvaríos o la estupidez deba combatirse sólo con una serie. Para nada: ¡Ojala fuese tan simple el asunto!
Confío sobre todo en el sentido común, por muy escaso que parezca en ocasiones.
También en los pequeños placeres solitarios como la lectura o la apreciación del arte; en los placeres colectivos, como la gastronomía y sus vicios colindantes........ pero, sobre todo, en que la inteligencia de cada uno haga esfuerzos y sea capaz de encontrar caminos propios y a medida.
(Artículo revisado a 26 de enero del 2019).
Confío sobre todo en el sentido común, por muy escaso que parezca en ocasiones.
También en los pequeños placeres solitarios como la lectura o la apreciación del arte; en los placeres colectivos, como la gastronomía y sus vicios colindantes........ pero, sobre todo, en que la inteligencia de cada uno haga esfuerzos y sea capaz de encontrar caminos propios y a medida.
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Texto: Javier Nebot(Artículo revisado a 26 de enero del 2019).
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