sábado, 23 de abril de 2016

Opinión personal (60): Breves pautas para la autorrealización (según A. Maslow). (2º de 2)

Hacia pautas de autorrealización.
Cuando Abraham Maslow (1) empezó a trabajar sobre la autorrealización, optó por usar a sus alumnos universitarios como “conejillos de indias”. Lógicamente, antes de buscar a aquellos individuos que diesen señales de ciertos niveles de autorrealización, estableció los criterios básicos de la misma. Una serie de parámetros que, según él y sus colaboradores, debían identificar a toda persona más o menos autorrealizada. Estudiaron a casi tres mil estudiantes, pero los resultados obtenidos fueron más desconcertantes de lo que esperaban: solo dos o tres cumplían todos los requisitos y condiciones marcadas como referenciales de la autorrealización y solo unos pocos más se acercaban, aunque no entraban, en esa especie de paradigma de plenitud.
¿Qué es lo que pasaba? ¿Estaban mal determinados los requisitos? Para Maslow la autorrealización implicaba muchas condiciones previas y, también, un ambiente cultural favorable. Para él una persona autorrealizada era aquella que podía considerarse como plenamente desarrollada, en un funcionamiento pleno y con plena realización de sus posibilidades genéticas.
Después de muchos cuestionamientos Maslow llegó a la conclusión de que, para desarrollar y vivir ese nivel de excelencia se requiere de una experiencia y de una trayectoria que no podía darse –salvo contadas excepciones- en la juventud, sino más, en las edades medias del individuo o, incluso, más adelante. Eso le hizo concluir que autorrealización y desarrollo sano eran cosas distintas ya que la primera es, prácticamente, el resultado deseable y final del segundo. Todos podemos estar de acuerdo en que uno de los indicadores de un desarrollo poco sano es la falta de madurez; si un joven de treinta años se comporta como un adolescente de dieciséis tendremos la sensación de que hay algo que no funciona de manera idónea; igualmente, si un individuo de sesenta manifiesta veleidades propias de un joven de veinte años nos chirrían sus actitudes: en ambos casos sabremos que algo está atascado, que no ha conseguido su normal evolución.
Alcanzar la plenitud psicológica implica un adecuado desarrollo psico-biológico (que se produce más o menos “de serie”, a pesar de las diferencias específicas de cada uno) y, también, la confrontación y superación de determinadas experiencias que se constituyen, de esta manera, en requisitos necesarios para la maduración y, por tanto, para la posterior autorrealización.
Desde luego no quiero decir con esto que todo el mundo deba pasar por el mismo tipo de experiencias para madurar y desarrollarse, pero sí parece evidente que no forjarse en según qué vivencias puede ralentizar algunos procesos.
No hace falta mirar demasiado lejos cuando la crisis, por poner un ejemplo cercano y general, ha hecho que muchos jóvenes permanezcan en la casa de los padres más allá de los treinta años y no solo eso, sino que permanecen –en muchos casos- sin experiencia ni “fogueo” laboral. ¿No se produce una curiosa “infantilización” del individuo, que lo aleja del desarrollo convencional?
Sin duda habrá excepciones, pero es habitual hoy en día ver “retrasos” en asumir muchos papeles (sociales, biológicos) que pueden provocar desajustes en el desarrollo del individuo hacia la lógica autonomía personal que es “conditio sine qua non” para vivenciar la plenitud.
Para conseguir cierta madurez deben vivirse, necesariamente, determinadas experiencias.
Si nos comparamos con otras sociedades más arcaicas o (mal llamadas) primitivas, fácilmente podremos observar que sus jóvenes se hacen mayores, más adultos, a una edad más temprana. Han efectuado un paso iniciático hacia la madurez de forma más radical, más efectiva (no pretendo una defensa en sí de ese tipo de procesos, segu-ramente no aplicables a nuestras sociedades, sino constatar la diferencia de tempos).
El matrimonio o la vida de pareja, así como la maternidad/paternidad, otorgarán unas determinadas experiencias difíciles de obtener de otro modo. Desde luego el matrimonio/pareja no constituye un requisito para la realización pero podría serlo para aquellos que experimentan la necesidad de tal tipo de realización. Parece evidente –aunque haya muchas excepciones- que en una situación familiar las decisiones ya no pueden seguir basándose solo en las consideraciones personales, lo que implicará un posicionamiento más abierto a otras posibilidades.
También la experiencia laboral marca perspectivas y enmarca las posibilidades de actuación futura ya que en el trabajo se aprende a saber qué se puede y qué no se puede esperar del mismo, lo que nos va determinando hacia un cierto “lugar en la vida”.
El trabajo nos puede ayudar en el proceso de realización (con todas las excepciones que se quiera, más en estos tiempos en los que las condiciones laborales se precarizan e imponen serios límites a la posibilidades reales de supervivencia económica) puesto que, sin duda, es uno de los aspectos más importantes de la vida, pero crearse expectativas ilusorias al respecto puede contribuir a ser más un obstáculo que un elemento de plenitud.
Parece evidente que la vida nos enfrenta a situaciones que debemos ir resolviendo y a necesidades y objetivos que vamos cumplimentando. A medida que pasamos a una posición mejor para conseguir los objetivos que nos hayamos marcado, veremos las cosas de otra forma y, entonces, nos parecerá igual de evidente que cuando vamos satisfaciendo nuestras necesidades básicas, otras ocuparán su lugar en un proceso de tensión constante hacia una determinada autorrealización.
Aquí resulta ineludible mencionar la archiconocida teoría de Maslow sobre la jerarquía de las necesidades: según ésta, el proceso de autorrealización sólo puede tener lugar cuando están satisfechas las necesidades básicas inferiores (las fisiológicas, las de seguridad, las de afecto, afiliación y aprecio) y muchas de estas se cumplimentarán paulatinamente, al transcurrir de los años (lo cual explicaría por qué encontró tan pocos jóvenes que consiguieron el perfil que él buscaba). Las expectativas y las posibilidades no son realidades y sólo cuando estas se materializan se puede ir constatando el paso a otros niveles de desarrollo.
Vamos a examinar de manera sucinta aquellos rasgos que Maslow consideraba claves en los individuos autorrealizados. Son rasgos propios de personas sanas aunque su estudio le llevó también a la conclusión de que, para propiciar la autorrealización, era imprescindible efectuar cambios, no solo a un nivel personal, sino también, en el social-institucional (enseñanza, economía, incentivos de trabajo etc; en este sentido M. C. Nussbaum (2) mantiene hoy en día tesis similares dignas de ser estudiadas.), de modo que se pudiera estimular, y no entorpecer, el desarrollo y buen funcionamiento de la personalidad. Maslow consideraba también que el conocimiento profundo de los individuos más sanos nos ayudaría a aprender sobre las condiciones óptimas de desarrollo.

Rasgos de las personas autorrealizadas según Maslow.
Maslow recibió en su momento, como ya he mencionado anteriormente, algunas críticas por su metodología (no suficientemente representativa y homologable para algunos colegas) pero creo que lo obtenido después de muchos estudios y replanteamientos resulta válido a la luz de estudios posteriores aunque, evidentemente, no se puedan sacralizar sus conclusiones.
Los “rasgos” que nuestro autor encontró como característicos de las personas realizadas fueron los siguientes:
1) Una percepción más eficaz de la realidad. Las personas realizadas demostraron tener el don de la ecuanimidad. Expuestas a situaciones complejas eran capaces de juzgar las cosas sin prejuicios o distorsiones subjetivas evitando caer en juicios o comportamientos que sesgasen excesivamente sus respuestas a los hechos. Extraían con más facilidad las implicaciones de los hechos básicos y se posicionaban más como observadores neutros, percibiendo, por tanto, las cosas como son sin deformaciones previas. Las personas realizadas, según Maslow, podían tolerar mejor la incertidumbre y la ambigüedad.
2) Aceptación del yo y de los demás. Las personas realizadas demostraron tener la capacidad de aceptar a los demás y a sí mismos como eran, lo cual parece una consecuencia lógica del planteamiento expuesto en el punto primero. La forma más elemental de aceptación es, sin duda, la satisfacción consigo mismo, aunque lejos de narcisismos o autoestimas distorsionadas. Maslow consideraba  también en este sentido que las personas autorrealizadas suelen carecer de timidez o sentimientos de culpabilidad y también de la “dudas” tan habituales en las personas corrientes. Quizás no consiguiesen sus ideales, pero no por eso se aceptarían menos a sí mismos. 
Este tipo de personas no pretendían ser otras personas aunque si se mostraron capaces de percibir la realidad de sus propios defectos, intentando a la vez construir a partir de la mejora de los mismos.
3) Espontaneidad, simplicidad, naturalidad. Parece que era común encontrar una evidente naturalidad en todas las personas sanas. Una sencillez no estudiada. Además en todos los casos demostraron ser capaces de elaborar sus propios sistemas de valores y eran estos los que influían sobre sus conductas. Tanto sus opiniones, creencias como sus mismas conductas parecían estar determinadas por esa coherencia interna más que por las creencias culturales predominantes en su espacio socio/geográfico o por las presiones ejercidas por su entorno más inmediato. 
Maslow recalcó que no por ello iban de “anti” nada, al contrario, muchas veces optaban por adaptarse a las situaciones de tal manera que se minimizasen posibles conflictos y no causaban molestias a los demás. Sus vidas eran muy muchos puntos sumamente autosuficientes y también individualistas ya que, hasta cierto punto, permanecían ajenas al medio ambiente cultural. De esta manera se producía la curiosa coincidencia de que las personas realizadas, de ambientes culturales diferentes, eran mucho más parecidas entre sí que las personas corrientes de los mismos medios: No se daba un temor a ser uno mismo, libres de prejuicios y asentados en valores propios -pero acrisolados- sucedía más bien todo lo contrario: partían de tener confianza en sus sentimientos y en los actos que realizaban cara a otros individuos.
4) Centrados en problemáticas externas. Maslow observó que los sujetos realizados mostraban un cierto sentimiento de “misión” que dotaba sus trabajos o actividades de una motivación especial, más allá de la propia satisfacción interna (pero sin olvidarla, claro). 
Centraban su actividad en problemas fuera de sí mismos y enfocaban su vida cara a la solución de problemas, superando las lógicas frustraciones temporales, pero teniendo clara su determinación hacia la consecución de sus objetivos. Tendían a una cierta identificación con su trabajo y se volcaban en él ya que encontraban conexión con su motivación profunda (3).
5) La necesidad de intimidad. La mayoría de las personas corrientes prefieren no estar a solas demasiado tiempo porque no son capaces de manejar adecuadamente los tiempos consigo mismas, en cambio Maslow observó que las personas realizadas necesitaban de intimidad y soledad y gozaban de ellas. Al no necesitar “pegarse” a otros eran capaces de disfrutar más libremente de la amistad.
6) Autonomía. Las personas sanas presentaban para Maslow claras muestras de autosuficiencia. Una palabra que quizás suene excesiva, pero que, en el contexto presente, implica una capacidad para soportar las presiones ambientales, de no estar dependiendo por completo de las condiciones que nos marque el medioambiente. Maslow estableció una importante distinción entre las personas motivadas por la deficiencia y aquellas otras que estaban motivadas por el desarrollo. 
Las primeras necesitaban tener a otras personas disponibles para sí porque la satisfacción de sus necesidades de afecto, seguridad, prestigio etc. sólo podía provenir del reconocimiento que recibiesen de los demás, mientras que, en sentido contrario, las personas que estaban básicamente motivadas por el desarrollo, aunque pudieran verse limitadas o impedidas por otras, no dependían de esa disponibilidad de los demás ya que sus elementos determinantes de satisfacción eran mucho más internos que sociales.
7) Apreciación continúa. Para Maslow las personas realizadas apreciaban una y otra vez las satisfacciones que les ofrecía la vida sin que la repetición fuese motivo de desinterés.  Fue capaz de descubrir en ellas una capacidad para apreciar aquello de lo que disponían sin que el deseo de cosas o experiencias nuevas les llevase a desdeñar lo que ya tenían. El buscar otras cosas no debería implicar el dejar de valorar lo que ya se tiene.
8) Experiencias místicas o experiencias cumbre. Maslow descubrió en los sujetos realizados que poseían convicciones firmes en un sentido que podría denominarse religioso, pero no tal y como lo entendemos la mayoría de nosotros ya que descubrió que, en ocasiones, tenían experiencias que no dudó en considerar místicas, o, por su agudeza e intensidad, “cumbres”: aquellas en las que se producía una cierta pérdida del yo o trascendencia del mismo, una concentración intensa y un auto-olvido (la descripción de Maslow de estos estados recuerda mucho el proceso de “fluir” descrito por M.Csikszentmihalyi ).
9) Sentimiento de comunidad. Para Maslow los sujetos sanos y realizados parecían identificarse con cualquier ser humano con un desarrollado sentido de empatía: experimentaban comprensión y simpatía hacia otros que podrían no estar tan desarrollados como ellos mismos. No era exactamente una actitud de “paternalismo”, que tendría obvias connotaciones de superioridad, sino, más bien, como la de un “hermano mayor”, más predispuesta hacia la comunicación que hacia el adoctrinamiento. En cualquier caso la persona desarrollada, aunque anhele la compañía de otras personas a las que considere iguales y con las que consiga un mayor grado de conexión, es capaz de experimentar simpatía e interés por los demás.
10) Relaciones personales. Los autorrealizados analizados por Maslow tendían más a limitar sus amistades a unos pocos que a buscar un amplio círculo de relaciones.
11) Carácter tolerante. Las personas sanas, según Maslow demostraban tener una alta capacidad para la tolerancia y la aceptación de ideas y planteamientos diferentes, ya fuese en el plano político, religioso, social o profesional. Eran capaces de no ponerse a la defensiva si alguien tenía algo que enseñarles y no trataban de afirmar constantemente su superioridad; la superioridad ajena se apreciaba, no se vivía como una amenaza.
12) Sentido del humor no hostil. Son muchos los que han considerado el sentido del humor, no solo como algo necesario para vivir bien, sino como una de las características de las personas inteligentes (4). Maslow observó que, si en ocasiones el humor convencional se centraba en la exteriorización de hostilidad hacia lo diferente o en la ridiculización de impulsos prohibidos, en las personas realizadas era distinto, más sutil, centrado en las discrepancias entre aquello que es y lo que debería ser.
13) Creatividad. Para Maslow la creatividad no era tanto la creación de realizaciones notables de determinadas personas con destacados talentos como la inventiva, la originalidad, la espontaneidad y la frescura de sus enfoques. Para él era una actitud del espíritu más allá de los encorsetamientos propios de determinadas culturas o ámbitos.
14) Resistencia a los aspectos negativos de la cultura. Uno de los posibles “problemas” al leer las características de realización o de las personas realizadas de Maslow es que todo parecen parabienes o “perfecciones”: da la sensación de que estemos ante la descripción de una especie de “George Cloony” psicológico inalcanzable para el común de los mortales, pero esas características implican, en muchas ocasiones, un cierto enfrentamiento al medio. Las personas realizadas no eran siempre el paradigma de la perfecta integración (como sería para algunos el arquetípico eneatipo tres (5)), del extrovertido simpático que cae bien a todo el mundo (¡qué miedo!) y, de hecho, se les consideraba muchas veces como excéntricos o, incluso, antisociales. La auto-suficiencia que vivían resultaba molesta u ofensiva para todas aquellas personas que no toleraban la independencia o la valía de otros.
15) Integridad de la personalidad. Aun teniendo en cuenta lo dicho en el epígrafe anterior, las personas sanas no experimentaban fragmentación de la personalidad. No había en ellas oposiciones ni conflictos (entre impulsos básicos y conciencia, entre egoísmo e ideales, entre impulsos infantiles y conducta adulta). Además, y esto me parece especialmente reseñable a los efectos que nos ocupan, eran capaces de trascender divisiones que las personas corrientes vi-vimos como una clara oposición: trabajo y juego, masculinidad y feminidad, racionalidad y emocionalidad no eran para ellos cualidades opuestas sino todo lo contrario, aspectos que se complementan; buscaban la integración más que la polarización. Por ejemplo, un hombre varonil podrá poseer cualidades femeninas o viceversa rompiendo muchos de los tópìcos al respecto que han predominado socio-culturalmente; esto demostraba, por lo tanto, una comprensión vivencial de aspectos que para muchos están determinados por las pautas vigentes, de forma global, en la civilización en la que están inmersos.
Maslow desarrolló estos puntos en diversos foros y diferentes publicaciones. Posteriormente la psicología transpersonal ha ido matizando algunos puntos de vista y desarrollando otros que complementan las tesis expuestas.

Conclusiones.
¿Una psicología de la perfección? 
Reconozco que, en ocasiones, al leer a Maslow, uno tiene la misma sensación que cuando se lee a Goleman y sus tesis sobre la inteligencia o a M.Csikszentmihalyi y sus análisis sobre el “fluir”: Si, todo muy bien, pero ¿es posible extrapolar consecuencias para el ciudadano de “a pie”?. 
El porqué de la pregunta se justifica ante la ligera intuición de que todos estos autores parecen partir de la base de un ideal previo (en el caso de Maslow es manifiesto) al que solo llegan unos pocos elegidos. No cabe duda de que, como objetivo hacia el que tender, parece lógico y deseable aspirar hacia esas pautas ya que el ser humano cuenta con una extraordinaria capacidad de automotivación y un anhelo casi inmarchitable de mejora (6), pero iniciaba este trabajo insistiendo en la obviedad de que, si nacemos para morir, el meollo está, precisamente, en desarrollarse plenamente, en activar todas las potencialidades, mientras dure dicho trayecto y es allí donde cobra valor y sentido hablar de un camino.
La meta no puede ser nunca un obstáculo sino, más bien, el punto final de un proceso
Es precisamente en este sentido de proceso donde los rasgos de Maslow pueden constituir una poderosa herramienta de auto-cuestionamiento y desarrollo ya que se pueden utilizar como preguntas con las que interrogarse, con las que evaluar en qué momento estamos y no solo como características que tienen otros que ya han finalizado su proceso. Como bien señalaba Sócrates en su aforismo, una vida debe examinarse, cribarse constantemente, para dotarla de sentido. 
Desde luego eso no implica permanentes rumiaciones neuróticas, no; pero, como sí es necesario cuestionarse, evaluarse y confrontarse, resulta útil, para salir del excesivo subjetivismo o para evitar caer en vuelos demasiado rasos, contar con lo investigado por expertos. 
Los rasgos de Maslow no pueden divinizarse (nada debería divinizarse) como si solo existiese un único camino de autorrealización pero no cabe duda de que sus planteamientos – y los de toda la psicología trans-personal- pueden facilitarnos y propiciar una “andadura” más plena. 
Iniciar una terapia puede ser motivo de desasosiego para la mayoría por las resonancias negativas que le otorgamos al hablar de desequilibrios psicológicos, pero podría ser un buen camino en el sentido transpersonal, más si cabe, cuando vivimos en una sociedad especialmente neurótica que contribuye mucho más a la alienación de sus miembros que a mostrar caminos de autorrealización. En cualquier caso las decisiones de cómo y cuándo empezar un camino de transformación quedan siempre en el terreno de la más absoluta intimidad y solo uno mismo debería ser el que decida si se recorre o no. Claro que el tiempo pasa y la muerte acecha…………….

Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran  corresponden al artista o artistas referenciados.
Su exposición en este blog no supone ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.
Texto:  Javier Nebot


Notas:
(1). El libro base de este capítulo ha sido la obra de Maslow “El hombre autorrealizado”, referenciado en la bibliografía.
La indagación en videos no ha aportado nada de especial interés a este respecto porque lo expuesto en la red sobre Maslow son visiones bastantes limitadas y muy centradas en su famosa pirámide de necesidades.
(2). Martha C. Nussbaum. En la bibliografía menciono algunos de sus libros, al menos lo consultados a la hora de confeccionar este trabajo.
(3). En este sentido, las investigaciones mucho más recientes de M.Csikszentmihalyi apuntan en el mismo sentido.
(4). Abunda en esta tesis José Antonio Marina, especialmente en su libro “Elogio y refutación del ingenio”, aunque también en “Inteligencia creadora
(5). En el sistema de análisis caracterológico conocido como Eneagrama, el eneatipo tres representa al poseedor de características más apreciadas en nuestra presente civilización “comercial”. Claudio naranjo, en su libro “Carácter y neurosis”, demuestra como el eneatipo tres, al ser el más abundante y valorado entre los ciudadanos estadounidenses, no aparece en sus aspectos patológicos en el DSM, al contrario del resto de los ocho eneatipos.
(6). Auto-motivación y espíritu de mejoras que, si se estimulan y desarrollan adecuadamente, pueden movilizarse hacia metas en principio insospechadas: en esto estoy plenamente de acuerdo con las tesis de Csikszentmihalyi en el plano individual y con las de Martha C Nussbaum en el social.

Bibliografía:
Artaud, A. Conocerse a sí mismo. Barcelona. Herder, 1987.
Bettelheim, B. Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona. Crítica/Drakontos, 1994.
Blay, A. Curso de psicología de la autorrealización. Barcelona. Índigo, 1992.
Blay, A. La personalidad creadora. Barcelona. Índigo, 1992.
Csikszentmihalyi, M. Fluir (Flow), una psicología de la felicidad. Barcelona. Kairós (De-bolsillo), 2009.
Csikszentmihalyi, M. Aprender a fluir. Barcelona. Kairós (Debolsilo), 2010.
Gebser, J. Origen y presente. Girona. Atalanta, 2013
Goleman, D. Inteligencia emocional. Barcelona. Kairós, 1996.
Goleman, D. La práctica de la inteligencia emocional. Barcelona. Kairós, 1996.
Hillman, J. El pensamiento del corazón. Madrid. Siruela, 2005
Harpur, P. La tradición oculta del alma. Girona. Atalanta, 2013.
Huxley, A. La filosofía perenne. Barcelona. Edhasa, 2010.
Lachman, G. Rudolf Steiner. Girona. Atalanta, 2012.
Lachman, G. Una historia secreta de la consciencia. Girona. Atalanta, 2013.
Marina, J.A. Teoría de la inteligencia creadora. Barcelona. Anagrama, 2012.
Maslow, A. La personalidad creadora. Barcelona. Kairós, 1982.
Maslow, A. El hombre autorrealizado. Barcelona. Kairós, 1987.
Moore, T. El cuidado del alma. Barcelona. Círculo de lectores, 1994.
Naranjo, C. 27 personajes en busca del ser. Barcelona. Ed. La llave, 2012.
Naranjo, C. Carácter y Neurosis. Vitoria. Ed. La llave, 1994.
Nussbaum, M.C. Crear capacidades. Madrid. PAIDÓS, 2012.
Nussbaum, M.C. Sin fines de lucro. Madrid. Kazt Ediciones, 2010.
Pascal, E. Jung para la vida cotidiana. Barcelona. Ediciones Obelisco, 2005.
Reiter, U. Autorrealización. Caminos hacia uno mismo. Bilbao. Mensajero, 1985.
Rogers, C. El camino del ser. Barcelona. Kairós, 1980.
Rushkoff, D. Coerción. Por qué hacemos caso a lo que nos dicen. Barcelona. La liebre de Marzo, 2001.
Wilber, K. La conciencia sin fronteras. Barcelona. Kairós, 1989.

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