Dejamos Florencia para instarlos unos días en Siena.
De una ciudad renacentista a una ciudad medieval.
Dos bellezas distintas, pero bellezas a fin de cuentas. Es más que probable que las "exploraciones" que hicimos teniendo a esta ciudad como base las podríamos haber hecho igualmente desde Florencia pero quisimos ahorrarnos el tiempo extra en trenes y comunicaciones y utilizarlo en los diferentes sitios que nos interesaba visitar.
Siena tiene el encanto -incómodo- de las ciudad instaladas sobre colinas. Como Roma, se despliega sobre siete montículos que hacen de sus calles un permanente sube/baja y ponen a prueba la resistencia y el ánimo de sus visitantes; menos mal que lo que se ve en los paseos compensa con mucho de las posibles incomodidades: Siena ha sabido mantener bastante intacto su aspecto originario y sus calles de piedras y ladrillos -no excesivamente restauradas- nos trasladan a tiempos ya muy lejanos. Arcos ojivales, atrios cerrados, patios interesantes y seductores, callejuelas sinuosas, pequeñas plazas y rincones pintorescos conservan todavía la magia de ese aire medieval que sigue atrayendo -para bien o para mal- a miles de turistas.
De una ciudad renacentista a una ciudad medieval.
Dos bellezas distintas, pero bellezas a fin de cuentas. Es más que probable que las "exploraciones" que hicimos teniendo a esta ciudad como base las podríamos haber hecho igualmente desde Florencia pero quisimos ahorrarnos el tiempo extra en trenes y comunicaciones y utilizarlo en los diferentes sitios que nos interesaba visitar.
Siena tiene el encanto -incómodo- de las ciudad instaladas sobre colinas. Como Roma, se despliega sobre siete montículos que hacen de sus calles un permanente sube/baja y ponen a prueba la resistencia y el ánimo de sus visitantes; menos mal que lo que se ve en los paseos compensa con mucho de las posibles incomodidades: Siena ha sabido mantener bastante intacto su aspecto originario y sus calles de piedras y ladrillos -no excesivamente restauradas- nos trasladan a tiempos ya muy lejanos. Arcos ojivales, atrios cerrados, patios interesantes y seductores, callejuelas sinuosas, pequeñas plazas y rincones pintorescos conservan todavía la magia de ese aire medieval que sigue atrayendo -para bien o para mal- a miles de turistas.
La Plaza del Campo es, sin duda, el centro neurálgico de la ciudad.
A ella se asoman espléndidos palacios y, cuando hace buen tiempo, se convierte en el punto de encuentro de los visitantes. Además no podemos olvidar que en ella se celebra una de las fiestas y competiciones más importantes e interesantes de toda la Toscana: el famoso Palio. Por las fechas de nuestro viaje no pudimos disfrutar de tal evento pero al menos tuvimos la suerte de que una inesperada tormenta propiciase una rápida -y momentánea- evacuación de la misma lo que nos permitió sacar alguna foto inusual: la plaza prácticamente vacía.
La plaza del Campo se levanta justo en el punto de encuentro de tres de las colinas en las que se asienta la ciudad. Aprovechando los desniveles del terreno sus creadores construyeron un espacio en forma de concha que fue subdividido a su vez en nueve sectores que recordaban de manera gráfica el Gobierno de los Nueve (una peculiar oligarquía de mercaderes y banqueros que dirigieron Siena durante buena parte del siglo XIV).
Presidiéndola sobresale el imponente Palacio Público y sobre todo su altísima torre desde la que se puede disfrutar de unas inmejorables panorámicas de las ciudad (si uno tiene el ánimo de subir sus escaleras).
En su origen (el palacio fue construido entre 1250 y 1310) este edificio fue la sede del "Podestá" o jefe de la Comuna y de la antigua República sienesa, pero en la actualidad alberga al Ayuntamiento de la ciudad.
La Catedral es -también y sin dudarlo- uno de los monumentos claves de Siena. En la próxima entrada me centraré más específicamente en ella ya que su monumentalidad bien merece una entrada particularizada.
Para los que no son muy dados a monumentos y museos, Siena ofrece también la posibilidad de callejear simplemente disfrutando de ese ambiente al que he hecho referencia al principio y que incita a perderse por la ciudad, cada uno a su ritmo, para descubrir -sin presiones si es posible- lo que no enseñan ni los guías ni los libros.
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