Cósimo Tura fue el primer pintor importante de Ferrara.
Allí trabajó como artista de cámara para Borso d´Este y su sucesor, Ercole, desde 1458 hasta 1486.
Se conservan de él muy pocas obras aunque la National Gallery tiene la suerte de contar con cuatro de ellas entre las que destaca, desde mi punto de vista, la que muestro hoy en esta sección.
Una musa que procede, casi con toda seguridad según los expertos, de una colección de tablas que representaban a las nueve musas (hijas de Zeus y Mnemósine) que eran consideradas por los antiguos griegos y romanos como las protectoras de las artes.
Dichas tablas se encargaron para adornar las paredes del studiolo (habitación pequeña en la que solía retirarse el príncipe a leer, escuchar poesía o música o a admirar objetos hermosos) de Lionello d´Este en Villa Belfiore, cerca de Ferrara.
Lo que algunos coetáneos le achacaron en su momento como un posible "fallo" del pintor (efectos demasiado fantasiosos y un colorido brillante y chillón) es hoy, más bien, motivo de admiración porque, aparte de una innegable originalidad, da a sus obras un toque moderno que, al menos en la obra que nos ocupa, puede inspirar a muchos amantes del cómic y del diseño gráfico lo que no es demérito sino un signo de su capacidad para "envejecer" bien.
El análisis que de esta obra hace la guía del museo insiste en que "esta tabla quizá representó originalmente a Euterpe, musa de la música, pues los rayos X han revelado una versión más temprana debajo de la imagen actual, no necesariamente de Tura, con una mujer sentada en un trono construido a base de tubos de órgano. Tal como Tura la acabó, la figura sujeta una rama de cerezas, lo que podría identificarla con Calíope, "la de la bella voz", primera de las musas y patrona de la elocuencia y la poesía épica que, según Hesíodo, poeta de la Grecia antigua, "atendía a los príncipes devotos"......sin embargo, el enigma del significado de la figura es sólo parte de su fascinación".
Aunque siempre debe interpretase una obra dentro del contexto socio-cultural en el que fue creada y atendiendo a los significados -muchas veces difíciles y ocultos para el espectador actual- que pretendía su autor, no cabe duda que la figura que nos mira con cierta melancólica altivez desde ese apabullante trono sigue teniendo ante nuestros ojos modernos algo de divino o, al menos, de regio. Hay potencia no exenta de gracia una característica que la eleva sobre el resto de los mortales.
La conjunción de colores y la elevada técnica al óleo de Tura -que probablemente la aprendió del mismísimo Van der Weyden- hacen de este cuadro una parada obligada cuando uno visita la National Gallery.
Aunque siempre debe interpretase una obra dentro del contexto socio-cultural en el que fue creada y atendiendo a los significados -muchas veces difíciles y ocultos para el espectador actual- que pretendía su autor, no cabe duda que la figura que nos mira con cierta melancólica altivez desde ese apabullante trono sigue teniendo ante nuestros ojos modernos algo de divino o, al menos, de regio. Hay potencia no exenta de gracia una característica que la eleva sobre el resto de los mortales.
La conjunción de colores y la elevada técnica al óleo de Tura -que probablemente la aprendió del mismísimo Van der Weyden- hacen de este cuadro una parada obligada cuando uno visita la National Gallery.
Texto y fotos: Javier Nebot
(Entrada actualizada a 30-03-2021).
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