Todos hemos experimentado, en determinados momentos de nuestra vida, emociones negativas.
En contra de lo que algunos gurús de la psicología cotidiana nos quieren hacer creer, vivir supone -inexorablemente- altibajos emocionales y es importante asumirlos como algo natural y profundamente humano. No es necesario tomarse una "pastillita" cada dos por tres o en cada ocasión que nos sintamos un poco bajos de ánimo (aunque les fastidie a las farmacéuticas).
Vivir a veces, duele.
Las contrariedades de la existencia, los disgustos sentimentales son, de hecho, algo inevitable y muchas veces se convierten en vivencias totalmente necesarias para crecer y madurar como personas. Tener cara de emoticón feliz es, simplemente, un proceso absurdo de negación, cuando no una profunda estupidez.
Claro que, una vez dicho esto, no queda otro remedio que reconocer que aparte del feliciano impenitente y de aquel que intenta vivir la vida aceptando con equilibrio lo bueno y lo malo de ésta, existe -también- el que se regodea en el negativismo y cultiva, con fruición digna de mejor causa, el papel de victima.
Si, hay personas que, lejos de asumir con objetividad y mesura las dificultades de la vida, se lanzan en plancha a surfear en un mar de permanente negatividad.
Son personas, créanme, que le dejan a uno vacío y exhausto, porque no tienen reparo ni la más mínima consideración a la hora de vomitar encima del que les escucha todas sus penurias y toda su incapacidad para lidiar con su propio malestar.
Personas que esparcen sin freno su negatividad y su victimismo, como si quejarse de todo y de todos fuese la única vía para quedarse tranquilos.
Lamentablemente, la repetición monotemática de sus problemas y la exhibición impúdica de sus neuras parece que nunca les sacia lo suficiente y tienden a vampirizar a quienes, con mejor o peor criterio, han tenido la debilidad (y la amabilidad) de escucharles. Muchos expertos definen esas actitudes y a quienes hacen gala de ellas como tóxicas y, por desgracia, parecen existir en una cantidad inusualmente alta en estos tiempos en los que demasiada gente confunde comunicación con contaminación y derecho a la expresión con derecho a aburrir hasta el paroxismo al que comete el error de escucharles pacientemente.
Inasequibles al desaliento agotan al más pintado y no tienen -o no quieren tener- ninguna atención o deferencia hacia la realidad de quienes les escucha.
Su objetivo prioritario es verter sobre el otro, en un falso afán de desahogo, su mal genio, su falta de consideración, su egoísmo o, simplemente, su estupidez.
La constatación de semejante comportamiento implica tomar medidas de protección porque ya no se trata solo de la perdida de tiempo que nos puede suponer el aguantar según que chapas sino que el malestar que se nos contagia, a poco sensibles que seamos, puede ser muy perjudicial para nuestra salud emocional.
En este sentido defendernos de su toxicidad es algo prioritario y una medida de higiene personal y social ineludible.
Claro que para ello primero debemos identificar actitudes y personas "portadoras" y eso constituye todo un reto porque no todas responden a un mismo patrón, a pesar de que el resultado de la contaminación sea igualmente penoso tras el contagio.
Los expertos diferencian algunos prototipos básicos (aunque realmente hay muchos y entrecruzados):
Tóxicos pasivos: Podemos incluir aquí a todos aquellos que van de victimas inconsolables por la vida, culpando de todos sus males al primero que se cruce en su camino o a todo aquel que haya tenido la desventura de formar parte de su vida. Desde luego, ellos nunca son responsables de nada, faltaría más.
Siempre son los demás, o las circunstancias, o la mala suerte. Hacen de las lágrimas un recurso inagotable. Si uno les escucha con atención puede caer preso de su tristeza, de su frustración o de su apatía. Mantener una prudente distancia de ellos (más mental que física), si es que se siente en la obligación de escucharles, es imprescindible para salvaguardar la propia integridad emocional.
Tóxicos con morro. Si, los hay que tienen un morro que se lo pisan. No tendrán ningún reparo a la hora de intentar co-responsabilizarle de sus problemas y de pedirle favores. Ahora bien, tenga usted claro que sus necesidades se la traen al fresco. Son personas auto-referenciales, claramente egocéntricas y, muchas veces, expertas en chantajes emocionales. Si se descuida abusarán de usted sin reparo ni culpabilidades puesto que son incapaces de ponerse en lugar del otro. Van a lo suyo con un desparpajo digno de mejor causa. Al loro pues, para no caer en su telaraña. Dejarse "comer" no es una virtud cristiana (aunque algunos piensen que sí) ni un signo de solidaridad cara "a los más desfavorecidos". Es, más bien, un error de estrategia y, en muchos casos, una absoluta memez.
Tóxicos criticones. Una variedad peligrosa porque suele exigir sutilmente la complicidad del escuchante. Las personas de este tipo tienden a contaminar el ambiente a base de no dejar títere con cabeza. Nadie se salva de su crítica en el mejor estilo de tertulia de Telecinco. ¿Pare que reconocer en otro algún talento o virtud? Eso lo vivirían como un ataque frontal a su peculiar planteamiento vital que estriba en destrozar todo lo que les rodea con la excusa de una crítica "constructiva" (ya sabe eso de "todo sea dicho desde el cariño y sin acritud"....pero que te zurzan). Aquí pesa mucho la envidia, aunque no se reconozca, pero también el resentimiento o la simple cretinez, que haberla, hayla.
Estar cerca de personas de este tipo puede implicar caer en una profunda desesperanza y si entra, consciente o inconscientemente, en su juego de crítica sin ton ni son, en un ingenuo intento de complicad, se sentirá después culpable -si no directamente avergonzado- por no haber sabido evitar tanta mezquindad.
Muy cerca de los criticones, de hecho intermezclados con ellos, se encuentran los tóxicos resentidos.
Aquí a la crítica y a la queja constante se añade la rabia y la mala uva. Respuestas que ellos creen adecuadas y en justa reciprocidad por no haber obtenido de la vida todo aquello que consideran merecer, independientemente de sus méritos o valías. Parece que el planeta -¡pobre!- no ha hecho otra cosa que confabular en su contra y por eso mismo se sienten legitimados a dar rienda suelta a su mala baba hacia los demás, como si el mundo y sus habientes les debieran realmente algo.
Autocrítica cero; reflexión fría y serena inexistente. Si uno se encuentra con personajes de este tipo es mas que probable que aumente peligrosamente su ansiedad y su estrés, amen de sentirse en muchos casos incapaces de salir indemne de semejante relación.
La versión extrema, patológica y peligrosa de estos comportamientos insanos y tóxicos es la del tóxico psicópata que se regodea, traspasando todos los límites, en infringir dolor a los demás, sin sentir por ello el más mínimo remordimiento. Son personas que realmente disfrutan faltando al respeto a los demás, humillando, menospreciando o ridiculizando. Ante semejantes individuos (o individuas que la mierda no tiene género), mejor huya. Igual no le parece digno, pero huya, aléjese lo mas que pueda. En algunos casos quizás pueda enfrentarse, pero -sinceramente- no creo que le compense de ninguna manera revolcarse en el lodazal.
Al igual que con algunas epidemias, toda protección es poca y la distancia suele ser una medida prudente y sabia para no caer victima -esta vez si- de tarados y taradas.
En muchos de los casos referidos le bastará simplemente con saber poner limites (cosa que no es fácil). Si, por el motivo que fuere, quiere ayudar desinteresadamente a determinadas personas tóxicas, hágalo para que sean capaces de tomar decisiones, para buscar soluciones a sus problemas, no para que sigan alimentando su victimismo.
No se convierta en un simple pañuelo para sus lágrimas o en cubo para sus vomitonas. Si, a pesar de todo, lo hace, hágalo por un tiempo muy breve y prudencial porque sino será fácilmente victima usted de la telaraña que le lancen.
Los victimistas son expertos en llamar la atención sobre sus calamidades y desgracias, pero suelen ser incapaces de acometer la realidad y responsabilizarse de su vida actuando. Es prioritario, si quiere ofrecer una ayuda eficaz, que no entre en la estrategia de su toxicidad y estimularles a que se movilicen, que asuman -poco a poco- porciones de control en las diferentes áreas de su vida, de tal manera que pueden ir encarando cambios y mejoras aunque les supongan esfuerzos y sacrificios.
Si usted ve que no hay ningún tipo de acción razonable para afrontar la realidad, mejor despídase y déjeles a su suerte.
Quien ha decidido ser un parásito, un chupóptero, no va a cambiar de objetivo por una sonrisa o porque alguien le escuche una o dos horas o las que sean.
Ser un paño de lágrimas no vale más que para un desahogo momentáneo. De hecho muchas veces se gasta la misma energía quejándose que buscando soluciones.
Una cosa es ser solidario y comprensivo con las desgracias ajenas y otra muy distinta convertirse en un kleenex de miserias ajenas.
Evite que una persona tóxica le vampirece. No contribuye ni a su dignidad ni a la de ella.
Ciertamente, las personas deberíamos ayudarnos unas a otras, pero eso no pasa por caer en las trampas de quienes, expertos en sus victimismos o toxicidades, tratarán de usarle o manipularle. Ayude con inteligencia siempre que pueda, pero no olvide preservarse y cuidarse usted mismo.
Ya lo sabe, hay virus y actitudes que debilitan y matan.
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Su exposición en este blog pretende ser un homenaje y una contribución a la difusión de obras dignas de reconocimiento cultural, sin ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.
Texto: Javier Nebot
Si te interesa este tema puedes consultar:
"Gente tóxica" de Bernardo Stamateas.
"Todas esas amistades peligrosas" Francisco Gavilán. Ed. Planeta.
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