Historia y cine.
He referido hasta ahora algunas líneas, muy generales (pero fundamentales) que caracterizaron el siglo XVIII. Soy plenamente consciente, insisto, de la imposibilidad de resumir todos los elementos claves de dicha centuria dada la abundancia de los mismos a todos los niveles; remito, por lo tanto, al lector interesado en profundizar en estos temas, a consultar algunos de los numerosísimos estudios que hay sobre los tiempos modernos, en su mayoría de gran calidad y que algunos de ellos podrá encontrar referidos en la bibliografía que se publicará al final de esta serie de posts (1).
Ya he tenido oportunidad, en otras entradas de este blog, de reflexionar sobre el cine como medio de recreación histórica. Repito algunas de esas consideraciones porque sigo pensando que –hoy por hoy- el cine es una herramienta muy útil y complementaria de visualización del pasado y de recreación de la historia. Quédense tranquilos: No voy a hacer aquí una apología de una unión entre historia y cine, que sé claramente que es imposible. Quede claro desde el principio que para el que esto escribe, la historia es historia, la literatura, literatura y el cine, cine. Aunque éste se ha servido en múltiples ocasiones de la historia como fuente de argumentos e ideas (2), nunca –creo- ha tenido la pretensión de dar “lecciones” de Historia (aunque manipularla, lo ha intentado, sin duda) y desde luego no seré yo quien lo pretenda. La Historia busca y escudriña, bajo toneladas de tierra y polvo, las huellas del pasado con la clara intención de sacarlo a la luz de la forma más precisa posible. Es igual que desentierre ruinas o que descifre tablillas y pergaminos: siempre tratará de ajustarse a la veracidad de las “pruebas”. Lo que no sea académica o científicamente verificable no será “Historia” (con mayúscula). Se impone una lógica de método y la historia tiene los suyos (cada vez más rigurosos y científicos, alejados de las “epopeyas” cuasi literarias de antaño). El cine pretende contar historias con un lenguaje indiscutiblemente propio, visual, que casi siempre busca en su narrativa la espectacularidad (como arte de masas que es). En este sentido nunca ha tenido reparos en modificar datos o circunstancias si, finalmente, consigue con ello atrapar el corazón o la imaginación del espectador (que es algo sin duda esencial y artístico, pero no histórico ni científico). Aquí no se trata de precisión sino de “arte” o, más modesta y habitualmente, de entretenimiento.
CineHistoria – Cine e Historia en el aula
Desde mi punto de vista, creo que tanto historia y cine, y sin duda también la literatura -la gran experta en amalgamar realidad y fantasía-, pueden desarrollar algo realmente extraordinario: recrear atmósferas. Revivir el pasado en su ambiente de forma que el lector o el espectador puedan hacer un viaje en el tiempo con ciertos visos de verosimilitud y con posibilidades reales y efectivas de aprender algo del pasado al que se asoma. Hay historiadores que aburren mucho pero, a Dios gracias, los hay también que son capaces de subyugar con su conocimiento y su capacidad de trasladarnos a un pasado que describen con datos, precisión y con talentosas intuiciones y especulaciones. Con amenidad y exactitud consiguen transmitirnos pasión por conocer la Historia. Hay literatos que consiguen introducirnos en la realidad factual y emocional de una época (y en eso el siglo XVIII fue pionero) con tal habilidad y arte que nos permiten sentir y comprender situaciones y vivencias que ni siquiera podríamos imaginar si no fuese porque ellos lo hicieron antes por nosotros, aunque también los haya, desde luego, autores de verdaderos “pestiños” (pero preferimos recordar a quienes estimularon nuestro afán de conocer y disfrutar). Hay cineastas que, cuando se acercan a la Historia, producen sarpullidos hasta en los espectadores más curtidos debido a las penosas puestas en escena o a sus patéticas pretensiones de historicidad, pero los hay también que consiguen arrastrarnos a unos ambientes que respiran autenticidad (aunque el espectador ilustrado pueda detectar en ocasiones “fallos” en la historia que narran o aunque la imaginación y no los hechos sean claramente el motor de esa historia concreta). Es más que probable que si el cine pretendiese hacer historia el resultado fuese un documental (3), más o menos interesante, pero seguro que sin el “alma” de espectáculo, que es precisamente, la que consigue que podamos hablar en ocasiones de arte en el cine.
Igualmente, no podemos negar que muchas veces encontramos más “realidad” en una obra literaria que en un libro de historia y que si la historia pretendiese “enganchar” al aficionado con artes menos “científicas”, más de un docto se revolvería en su tumba o caeríamos en una trivialización que nos alejaría del rigor imprescindible. Es la increíble dinámica de las ciencias humanas: los límites no son fijos ni necesariamente férreos (aunque el cientifismo actual, heredero del que se inició en el siglo XVIII, hace a veces estragos con las exigencias acotamiento de las áreas del saber). Dejemos, pues, al cine ser cine, a la literatura, literatura y a la historia, historia. Ojos diferentes para cada uno, pero siendo capaces de disfrutar cuando encontramos en cada uno de ellos lo que muchos queremos: sentir que el pasado resucita, “revivir” lo que pudo ser y gozar de esos breves instantes en los que uno puede pasearse por mundos e historias que de otro modo serían poco más que polvo (y sin olvidar tampoco que las películas de tema “actual” serán un testimonio histórico de la manera de vivir de nuestra época en un futuro no muy lejano). Antes de referir, en las siguientes entradas, las películas más significativas sobre el siglo XVIII y sus principales obras literarias, quisiera mencionar cómo la sensibilidad hacia el detalle de muchos espectadores actuales ha propiciado, afortunadamente, un profundo cambio estético en el llamado cine “histórico” o de “época”. Poco o nada tiene que ver un “péplum” de los años sesenta, en donde la falta de inteligencia iba acorde al tamaño de los músculos de los héroes protagonistas, con una película de argumento histórico de los últimos veinticinco años.
La alargada sombra del péplum histórico | El Cultural
Hoy en día la exigencia de verosimilitud por parte del espectador ha obligado a productores y directores a esforzarse mucho para encontrar ese “toque” de calidad que otorgue credibilidad a lo que se nos cuenta en pantalla. El gran cine requiere hoy del consejo y asesoramiento de grandes profesionales de la historia y suele contar en ocasiones con ellos (Robin Lane Fox sería un ejemplo paradigmático (4)). Es evidente que no todos los espectadores que van a ver una película de ambientación histórica o que compran una serie de tema histórico esperan recibir una “lección de Historia”, pero de lo que se trata –creo- es intentar conseguir que, al que sí le interese la Historia, pueda encontrar algunas películas que le ilustren y le hagan disfrutar al ver encarnados ambientes, personajes y situaciones que, por un momento, den vida al pasado de manera certera.
Y eso, afortunadamente, si se ha logrado.
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