La iconografía del siglo XVIII y su imagen cultural y social han quedado reflejadas en las mentes actuales a través de sus innumerables obras artísticas y arquitectónicas, de su literatura y de su música, pero, también -y quizás incluso mayoritariamente- a través del cine. El poder configurador de ideas del séptimo arte es realmente digno de tenerse en cuenta porque muy buena parte de nuestra memoria actual y de nuestra forma de asimilar conocimientos es visual y porque pocas artes como las cinematográficas han demostrado tener tan extraordinaria capacidad para moldear mentes y desarrollar tendencias, para crear opiniones y forjar sentimientos.
Muchos de nuestros usos y costumbres proceden del cine.
Nos gustaría enamorarnos como vemos en las pantallas y vivir de forma tan intensa y aguerrida como se vive en muchas películas. Sin duda, y aunque necesitamos historias, la realidad es otra cosa. Pero muchas realidades del pasado, que dejaron de existir hace mucho, mucho tiempo, nos resultan accesibles y cercanas, tanto por las “huellas” que han dejado -tal y como he mencionado al principio de estas líneas- como por su tratamiento en el celuloide. El mundo romano o el medieval, el siglo de las luces o el turbulento y apasionante siglo XIX han atraído –con mayor o menor fortuna- a cineastas de todo tipo y constituido, por méritos propios, todo un género, el del cine histórico.
Un género que, si bien en sus inicios se acercaba mucho más al cine de aventuras que a lo que podríamos considerar verdadero cine histórico, ha producido también obras maravillosas que transmiten ambientes e historias con un grado de credibilidad admirable y que nos trasladan cómodamente a un pasado que, quizás, de otra manera, la inmensa mayoría de la gente no conocería.
Reconozcámoslo: Son muchos los que conocen la Revolución Francesa o la Americana, la historia de María Antonieta o la de Luis XVI, más por los films que han visto en el cine o la televisión que porque hayan cogido un libro de historia (con todas las excepciones que se quiera).
En este sentido con este y con los siguientes post que le seguirán pretendo repasar, siquiera se de una forma breve -aunque confío en que efectiva y a ser posible amena- la imagen que nos ha transmitido el cine del siglo XVIII y de algunas de sus obras literarias más emblemáticas, esbozando algunas líneas maestras que permitan al interesado, más adelante quizás, profundizar en el tema.
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