domingo, 6 de agosto de 2023

Micro-desahogos (18): No salirse de la "norma": pensar poco y aplaudir al (o la) imbécil.

 "Si hoy ninguna revolución parece posible, tal vez sea porque no tenemos tiempo para pensar. Sin tiempo, sin una inhalación profunda, se sigue repitiendo lo igual. El librepensador se está extinguiendo: "Dado que falta tiempo para pensar y sosiego al pensar, ya no se ponderan los pareceres divergentes: basta con odiarlos. Dada la tremenda aceleración de la vida, espíritu y vista son habituados a una visión y un juicio a medias o falsos, y todos se asemejan a los viajeros que conocen países y pueblos sin bajar del tren. La actitud autónoma y cautelosa del conocimiento es estimada casi como una especie de extravío, el librepensador es desacreditado" " (*).

Las palabras de Nietzsche citadas por el filósofo coreano Byung-Chul Han resultan -como tantas otras escritas por Nietzsche- extrañamente proféticas y certeras aplicadas a estos tiempos en los que el pensamiento se lapida con cualquier excusa y se promueve sin fin, en demasiados foros, una emocionalidad visceral e infantilizada (y muchas veces muy agresiva).


Ya he escrito en esta misma sección sobre mi preocupación por los problemas de comunicación, por la incapacidad de escuchar de muchas personas y por las posturas lapidarias que abundan en medios de comunicación y redes sociales. 
Pero ahora mi preocupación se extiende a la extraordinaria dificultad que se vive, no ya en los circos mediáticos, en la política o en las redes de "desfogues" y pataletas varias, sino en las relaciones interpersonales, cotidianas y habituales.

El cultivo de la visceralidad como herramienta de comunicación puede resultar "divertido" en televisiones y medios de desinformación masiva para atraer la atención de un público más o menos desprevenido (o entregado al espectáculo, como los romanos con sus circos de fieras), pero es algo contagioso y peligroso (una especie de covid emocional): de tanto esparcir a troche y moche esa manera de sentir se ha ido reduciendo tanto el terreno que se deja al pensar, a la reflexión y a la argumentación que ya resulta casi imposible utilizar tales herramientas para intercambiar ideas y opiniones incluso con personas cercanas.

El recurso último a la sacralidad de "es mi opinión" (aunque esta sea una absoluta memez o no tenga ningún fundamento) como argumento último e irrefutable hace muy difícil opinar de cualquier cosa que tenga trascendencia sin llegar a una especie de zafarrancho que implica en muchas ocasiones agrias disputas o desagradables desencuentros.


Tenia razón mi santa madre (¡quien lo iba a decir!) cuando hace mas de cincuenta años me decía aquello de "hijo, nunca hables de política, que solo te va a traer problemas". 
La pobre se volvería a morir de espanto si viviese en estos tiempos y observase que no es que no se pueda hablar de política sin riesgo de que te lapiden, cancelen o te armen un pifostio: hoy no se puede hablar de casi nada porque cuando se discrepa y a pesar de intentar justificar las diferencias de opinión el personal se enerva, o se ofende, o se siente amenazado, reaccionando en muchas ocasiones de forma abrupta y desagradable y, claro, tener una mala digestión o hacerse una diverticulitis por mantener criterios diferentes a lo establecido, por no adorar el paradigma imperante o por salirse de la mediocridad sensiblera y ramplona de muchos y muchas, NO merece la pena (mucho menos a medida que uno cumple años). 
Es mucho mejor callar y hacer del disimulo un arte (aunque cueste, que cuesta).
 Rescatar algunos tópicos de conversación de ascensor, sonreír de manera ambigua de tal manera que no se se sepa si se aprueba o no lo que se está escuchando, volver a tradicionales a temas tradicionales de general aceptación (con cautela para no resbalar). Hay que esperar hasta que los tiempos cambien y las personas que se acaben hartando de tanta estupidez y tanta censura encubierta seamos más que las que aplauden el modo vigente de calentar la neurona y estigmatizar al que piensa diferente (o simplemente quiere pensar y no limitarse a integrar una consigna)
¡Cuánta razón tenía Nietzsche...y mi madre!

(*) El libro que hay que leer es: "Elogio de la inactividad. Vida contemplativa" de Byung-Chul Han.


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Texto: Javier Nebot.

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