Napola (Dennis Gansel, 2004), es una de esas películas que difícilmente te dejan indiferente.
Los sutiles mecanismos de la seducción ideológica, la necesidad de sentirse vinculado a algo que, inocentemente, se imagina y se piensa como superior a uno suele tener -históricamente- muy mal resultado. El nazismo, que sacó a Alemania del marasmo depresivo y caótico de los años treinta, tuvo consecuencias terribles para millones de personas, incluidos aquellos alemanes que intuyeron -o supieron- de la aberración de un espíritu -el volks, el pueblo que se impone al individuo- terriblemente mal encauzado.
En Napola se cuenta una historia de amistad juvenil, situada en 1942, en el apogeo de la segunda guerra mundial (Alemania contra medio mundo).
En ella Friedrich, un joven de 16 años que acaba de finalizar el bachillerato y que es un buen boxeador, sueña que superar los límites -estrechos- de su vida. Su oportunidad le llega cuando durante un combate de boxeo un joven profesor de una escuela de élite nazi repara en él y le anima para ingresar en el centro. Friedrich acepta el reto, en contra de la opinión de su padre que no quiere tener nada que ver con los nazis, pero ilusionado y con ganas de esforzarse porque cree servir a su país. Claro que allí se encontrará con algo más que deporte y férrea disciplina: ideología en vena con consecuencias penosas.
Dirección: Dennis Gansel.
Guión: Dennis Ganset, Maggie Peren.
Música de Normand Corbeill.
Actores: Max Riemelt, Tom Schilling, Jonas Jägermeyr.
Fotografía: Torsten Breuer.
El director, nacido en Hannover en 1973, es también director y guionista de otra película de gran impacto, La ola (2008), en la que nos mostraba un experimento escolar realizado en Estados Unidos en 1967 aunque adaptándolo a la Alemania actual. Tanto la película que nos ocupa como este última muestran muy bien lo sutil esos mecanismos de seducción ideológica citados anteriormente y algunas, solo algunas, de sus consecuencias.
Entrada revisada a 24-04-2020.
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