viernes, 6 de septiembre de 2019

Opinión personal (67): Los inicios de la sociedad actual. Las revoluciones americana y francesa (1º de 4).

1. Introducción.
Si el Renacimiento derribó las pautas propias de la Edad Media (al menos en el contexto europeo), la Ilustración y los movimientos derivados de la misma implicaron el ocaso de las estructuras y modos de hacer propios del Antiguo Régimen (entre otras muchas cosas).
El siglo XVIII dio a luz (no en vano se llamó el Siglo de las luces) una serie de ideales que, aun siendo puramente europeos, implicarían el definitivo derrumbe del mundo antiguo y el inicio de una modernidad que afectaría a todo el planeta: Se puso en marcha una cosmovisión que modificó la manera de entender la vida no solo en la civilización occidental sino –en mayor o menor grado- en todos los países del mundo.
Resulta evidente, especialmente para el observador de hoy en día, que no fue una única mecha la que desencadenó tal incendio cultural, pero igual de evidente resulta -también- el que todas las “mechas que contribuyeron a ello procedieron de forma exclusiva del entorno europeo (podemos considerar a tales efectos a los Estados Unidos “hijos” de Europa, tanto por la procedencia de su población como por las obvias conexiones culturales). 
Los hechos históricos y culturales acaecidos en este contexto geográfico durante el siglo XVIII adquirieron un peso realmente inusitado en todos los países que los vivieron y su relevancia ideológica  -asombrosamente contagiosa- resultó determinante a la hora de configurar un siglo tan absolutamente deslumbrante como lo fue el XIX.
Buena parte del éxito de las transformaciones emprendidas (y no me olvido de los movimientos de reacción ante los cambios, poderosos sin duda) se debieron a que las mismas fueron impulsadas por individuos con verdaderos deseos de libertad y de renovación (mayoritariamente europeos).
 Reconocer esto no implica de ningún modo eurocentrismo (a pesar de lo que opinen algunas voces políticamente correctas) sino la simple constatación de realidades difícilmente cuestionables, aun teniendo en cuenta las diferentes opiniones y perspectivas que se puedan tener sobre ellas (que, ciertamente, son muchas y diversas).
Mi pretensión con esta y las siguientes entradas que voy a dedicar a estos momentos históricos es hacer una breve aproximación a unos acontecimientos fundamentales de la Historia. Unos acontecimientos que supusieron  transformaciones de todo tipo -muchas veces radicales- y que consiguieron configurar el mundo tal y como es hoy.
Soy plenamente consciente de la imposibilidad de resumir todos los elementos claves: la abundancia de los mismos, a todos los niveles (históricos, políticos, jurídicos, sociales, culturales, artísticos, religiosos, científicos etc.) es de tal magnitud que la mención de algunos presupone, necesariamente y en el breve formato que exige un blog como éste, la omisión de otros pero, con todo, creo que sí es posible establecer una “columna vertebralque muestre con cierta precisión los hitos, las pautas esenciales, limitándonos quizás para ello a los aspectos más destacados de lo que se ha venido a llamar “la época de las revoluciones”.
Análisis y estudios sobre los tiempos modernos los hay de todo tipo y de extraordinaria profundidad y calidad (1). No se trata –evidentemente- de “competir” con ellos, sino de aprovechar estos posts para recordar y valorar los aspectos más significativos de aquellos acontecimientos que marcaron el final del sistema estamental y el inicio de lo que se ha convenido en llamar el “mundo moderno(2): En este sentido tanto la revolución americana como la revolución francesa fueron las espoletas que iniciaron la demolición del “Ancien Régime” (evidentemente, quedaría para entradas futuras el análisis de las pautas fundamentales de la tercera revolución, la industrial, ya que el desarrollo de la técnica dinamitó tanto o más que las innovaciones filosófico-políticas la sociedad de la época).
Para ponernos en situación y como complemento a las lecturas preceptivas, considero -como quizás ya saben los que siguen este blog- que una herramienta muy útil y complementaria de visualización del pasado puede ser el cine (¡vivimos en la época de la imagen!). 
No es que piense hacer aquí una apología de una unión que, desde mi punto de vista es imposible en muchos aspectos. No. Aunque el cine se ha servido en múltiples ocasiones de la Historia como fuente de argumentos (3), pocas veces ha tenido la pretensión de dar “lecciones” de Historia (aunque si ha deseado influir en ella y de hecho lo ha hecho en ciertas ocasiones dominando el relato vigente hasta que la televisión le sustituyó en tal empeño). 
La Historia busca y escudriña, bajo toneladas de tierra y polvo, las huellas del pasado con la clara intención de sacarlo a la luz de la forma más precisa y objetiva posible. Es igual que desentierre ruinas o que descifre tablillas y pergaminos, siempre tratará de ajustarse a la veracidad de las “pruebas. Lo que no sea académica o científicamente verificable NO será “Historia”. Se impone una lógica de rigor y método.
El Cine pretende contar historias con un lenguaje propio, visual, que casi siempre busca la espectacularidad. Le es igual modificar datos o circunstancias si finalmente consigue atrapar el corazón o la imaginación del espectador. Aquí no se trata de precisión sino de Arte o –más modestamente- entretenimiento.
¿Ninguna vinculación, pues? 
Mi opinión (que tiende más a las visiones holísticas que a las específicas) es que ambos, tanto la Historia como el Cine, pueden desarrollar algo extraordinario: recrear atmósferas, revivir el pasado en su ambiente de forma que el lector o el espectador pueda hacer un viaje en el tiempo con ciertos visos de verosimilitud, viaje que de otra forma sería imposible, aunque la imaginación nos posibilite muchas veces el “viajar” por nuestra cuenta a unos mundos que, probablemente, tendrán poco de “históricos”.
Hay historiadores que aburren (pocos, afortunadamente) pero, a Dios gracias, también los hay que son capaces de subyugar con su conocimiento y su capacidad de trasladarte a un pasado que describen con datos y precisión, pero también con talentosas intuiciones y especulaciones y un excelente ritmo narrativo (Micheal Wood, Kenneth Clark, Tom Holland, Daniel Boorstin, Peter Watson, David Abulafia, Robin Lane Fox, Felipe Fernández-Armesto, Ian Kershaw, Chris Wickham, Philip Blom, Jürgen Osterhammel, etc)
Con amenidad y exactitud consiguen transmitir pasión por conocer la Historia.
Hay cineastas que cuando se acercan a la Historia producen sarpullidos hasta en los espectadores más curtidos debido a las penosas puestas en escena o a las patéticas pretensiones de historicidad (basta con ver algunos peplums de los sesenta y setenta) pero, también los hay que, sin embargo, consiguen arrastrarte a unos ambientes que respiran autenticidad.
Es más que probable que si el cine pretendiese hacer Historia el resultado fuese un documental (4)más o menos interesante, pero seguro que sin el “alma” de espectáculo que es, precisamente, la que consigue que podamos hablar en ocasiones de Arte en el cine. También es cierto que, si la Historia quisiese “enganchar” al aficionado con artes menos “científicas” de las que le corresponden como ciencia humana, más de un docto se revolvería en su tumba o caeríamos en una trivialización que nos alejaría irremediablemente de un rigor analítico imprescindible.
Dejemos pues al Cine ser Cine y a la Historia ser Historia. 
Ojos diferentes para cada uno, pero siendo capaces de disfrutar cuando encontramos en ambos lo que muchos queremos: sentir que el pasado resucita,revivir” lo que pudo ser y gozar de esos breves instantes en los que uno puede pasearse por mundos e historias que de otro modo serían poco más que polvo (y sin olvidar tampoco que las películas de tema “actual” serán, a la larga, un testimonio histórico de la manera de vivir de nuestra época).
Con estos posts o entradas no pretendo hacer un análisis de cómo el cine ha utilizado a la Historia (eso sería más propio de un análisis cinematográfico que, probablemente haré en el futuro). Trataré, más bien, de utilizar el cine como refuerzo, como apoyo gráfico, de lo que la Historia nos cuenta. Con todo, sí quisiera mencionar que la sensibilidad hacia el detalle de muchos espectadores actuales ha propiciado, afortunadamente, un profundo cambio estético en el llamado cine “histórico” o de “época”. Ya no tiene nada que ver una película "histórica" de los cincuenta o un “peplum” de los años sesenta, en donde muchas veces la falta de inteligencia iba acorde al tamaño de los músculos de los héroes protagonistas, con una película de argumento histórico de finales de los noventa o de los primeros dos mil. Hoy en día la exigencia de verosimilitud por parte del espectador ha obligado a productores y directores a esforzarse mucho para encontrar ese “toque” que otorgue credibilidad a lo que se nos cuenta en pantalla.
El gran cine requiere hoy del consejo y asesoramiento de grandes profesionales de la historia y suele contar hasta cierto punto con ellos (Robin Lane Fox sería un ejemplo paradigmático (5)).
Es evidente que no todos los espectadores que van a ver una película de ambientación histórica esperan recibir una “lección de Historia”, pero de lo que se trata aquí es de conseguir que, al que sí le interese la Historia, pueda encontrar algunas películas que le ilustren y le hagan disfrutar al ver encarnados ambientes, personajes y situaciones que por un momento den vida al pasado de manera razonablemente certera. Ese toque especial solo lo consiguen algunos directores de genio aunque la elevada profesionalidad de estos tiempos contribuye a la abundancia de películas y series de factura muy digna.

Notas:
(1). El periódico EL PAÍS publicó en colaboración con la Editorial Salvat una interesante Historia Universal. En sus tomos 16 al 20 analiza el periodo comprendido entre la Revolución francesa y el final de siglo XX. Hay, como es lógico, infinidad de buenas enciclopedias históricas. Para estos post también he consultado “Gran Historia Universal”, publicada por el Club Internacional del Libro y escrita por diversos especialistas de diferentes universidades españolas.
De manera más específica autores como Daniel Boorstin (“Los creadores” y “Los descubridores”), Donald Sasoon (“Cultura. El patrimonio común de los europeos”), Richard Holmes (“La edad de los prodigios”), Peter Watson, o Eric Hobsawn (desde una perspectiva marxista) focalizan su visión en aspectos más concretos o se centran en un determinado espacio histórico temporal aun cuando se esfuerzan en mantener una panorámica general. También ofrece una visión muy general, pero útil pensando más en neófitos que en “estudiosos”, Isaac Asimov, cuya Cronología del mundo” es una amena introducción divulgativa al mundo de la historia. 
Por descontado la bibliografía específica es inmensa y el lector interesado podrá encontrar libros de prácticamente cualquier aspecto que se le ocurra relacionado con los avatares del periodo histórico que abordamos.
(2).Hans Küng, (“Una teología para el nuevo milenio”) realiza unas consideraciones oportunas al respecto: “La palabra moderno es ya antigua y se remonta a la Antigüedad tardía, aunque solo en la primera Ilustración francesa del siglo XVII comenzó a ser utilizada en sentido positivo para designar el nuevo espíritu de la época: era una expresión de protesta contra la idea renacentista, heredada de la antigüedad, de una historia cíclica. De hecho, el Renacimiento, no obstante distar mucho del precedente cristianismo de la oscura Edad Media, no utilizó la palabra “moderno” como término característico de su época. Su mirada se orientaba de un modo demasiado “retrospectivo” hacia la Antigüedad. Justo en el siglo XVII es cuando se llega a un nuevo sentimiento de superioridad, fundado en los éxitos de la ciencia y filosofía “modernas” a partir de Copérnico y Descartes. Así se manifestó en la polémica, de cerca de veinte años de duración, sobre la “Fuente de lo Antiguo y de lo Moderno”, que tuvo su inicio en una famosa sesión de la Academia Francesa en 1687. También en nuestros días la palabra “moderno” se refiere con frecuencia a una época fundamentalmente superada, mientras que se utiliza “posmoderno” como cifra de una época que ciertamente se inicia en estos decenios y que es reconocida en su valor propio, pero que aún no se puede delimitar claramente.
Un dato sintomático (que confirma indirectamente nuestra división de épocas) es que la idea secular de progreso, tan característica de la modernidad –una vez más en oposición a un Renacimiento orientado al pasado- se acuña igualmente en el s. XVII, para aplicarse en el s. XVIII, como signo de los tiempos con respecto a toda historia, al conjunto de los ámbitos de la vida. Entonces es cuando aparece la nueva acepción de “el progreso”, surgiendo al mismo tiempo la de “la historia”. Finalmente, en el siglo XIX, la fe en el progreso alcanza su punto culminante en el desarrollo científico-técnico-industrial, y se convierte para liberales y socialistas en un sucedáneo moderno y secular de religión” (Óp. cit. Pp. 21-22).
(3). Jordi Balló y Xavier Pérez efectúan un buen análisis de los argumentos universales en el cine en su obra “La semilla inmortal” (Anagrama 2011). Mitos, leyendas, y todo tipo de ficciones han alimentado la insaciable sed de historias del cine. También allí se pueden rastrear retazos de Historia.
La revista virtual METAKINEMA ofrece interesantes aportaciones al maridaje cine e historia.
(4). Hay documentales realmente excelentes. La BBC, principalmente, parece producirlos con especial encanto y talento. “Civilización” de Kenneth Clark o “En busca de Troya” de Michael Wood son solo dos ejemplos de otros muchos que avalan una tradición de reconocido prestigio. También en USA los documentales de Canal Historia realizan una tarea de divulgación digna de ser tenida en cuenta.
No parece que en España brille una labor similar salvo algunas contadas y puntuales excepciones o, al menos, su publicitación en los medios es mínima.
Referencias en internet:
(5). Robin Lane Fox (nacido en 1946) es un historiador y académico inglés, que ejerce de profesor titular en la Universidad de Oxford, enseñando Historia Antigua. Es el padre de la famosa creadora de lastminute.com, Matha Lane Fox.
Fue al internado elitista de Eton y al Magdalen College de la Universidad de Oxford.
Ha escrito numerosos libros y artículos, incluyendo:
Alexander the Great (Alejandro Magno, biografía más vendida del macedonio)
Pagans and Christians (Paganos y cristianos)
The Unauthorized Version: Truth and Fiction in the Bible (La versión no autorizada: verdad y ficción en la Biblia)
The Classical World: An Epic History from Homer to Hadrian (El mundo clásico: una historia épica desde Homero hasta Adriano).
Lane Fox ha enseñado literatura griega y romana, así como historia de Grecia y Roma, e historia de los comienzos del Islam. Fue el asesor histórico de la película Alejandro Magno, de Oliver Stone, en donde además trabajó como extra haciendo de un hetairoi en la Batalla de Gaugamela. Para ello tuvo que renunciar a que se le citara como extra en los créditos del film con las palabras Introducing Robin Lane Fox (presentando a Robin Lane Fox).
Robin Lane Fox también escribe columnas sobre jardinería para el periódico Financial Times
Obras editadas en español:
Lane Fox, Robin (1992). La versión no autorizada: verdad y ficción en la Biblia. Editorial Planeta. ISBN 978-84-08-00080-8.
Lane Fox, Robin (2007). Alejandro Magno: conquistador del mundo. El Acantilado. ISBN 978-84-96834-25-5.
Lane Fox, Robin (2007). El mundo clásico: la epopeya de Grecia y Roma. Editorial Crítica. ISBN 978-84-8432-898-8.
Lane Fox, Robin (2009). Héroes viajeros: los griegos y sus mitos. Editorial Crítica. ISBN 978-84-8432-983-1. “
Referencia obtenida en Wikipedía: http://es.wikipedia.org/wiki/Robin_Lane_Fox
Links interesantes:
Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran  corresponden al artista o artistas referenciados.
Su exposición en este blog pretende ser un homenaje y una contribución a la difusión de obras dignas de reconocimiento cultural, sin ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.
Texto: Javier Nebot

No hay comentarios:

Publicar un comentario