-“Barry Lyndon” supuso, tal y como he mencionado anteriormente, un verdadero hito (como lo fue también, en otro género, "2001, una odisea del espacio"). El tema de la película es, en sí mismo, bastante banal. Se trata de la adaptación de una novela de William M. Tackeray, La suerte de Barry Lyndon que, poco después, pasaría a llamarse Las memorias de Barry Lyndon (1844).
En ella, su autor (un ciudadano británico nacido en Calcuta aunque educado en la metrópoli) nos cuenta, de forma desinhibida y con cierta ironía, la peculiar y animada vida de un pícaro irlandés (amores, duelos, guerras, espionajes etc.). Como en otras historias de pícaros, parece que la fortuna, al menos al principio, está del lado del protagonista ya que éste acaba convirtiéndose en señor de Lyndon, accediendo a la pequeña nobleza pero, finalmente, la historia no acaba demasiado bien.
Tanto la novela como el film muestran la decadencia moral y social de la época. Ahora bien, la plasmación cinematográfica del siglo XVIII elaborada por Kubrick es realmente exquisita, con una fotografía tan espléndida que logra deslumbrar al espectador. Es verdad que el director inglés no siguió con demasiada fidelidad el relato de Tackeray, añadiendo y transformando la historia a su antojo pero, quizás precisamente por ello, el film respira genialidad, la genialidad de un creador que, partiendo de un punto de arranque mediocre, consigue una absoluta obra maestra.
Ver la película es trasladarse como por arte de magia al ambiente del settechento; ver algunas de sus escenas es tener la impresión de observar en vivo y en directo lo que pintores como Reynolds, Gainsborough o La Tour plasmaron en sus lienzos.
No cabe duda de que hay un gran esfuerzo técnico detrás de los logros estéticos de esta película, pero -¡a Dios gracias!- esos alardes se ocultan al espectador que solo se ocupa de sumergirse en lo que ve, sin que se le traslade esa necesidad -tan urgente en muchas películas de hoy en día- de sentir admiración por los alardes de diseño a golpe de ordenador. En el film de Kubric el dominio técnico queda oculto tras la belleza poética y escénica de prácticamente todas sus escenas. ¡Cómo no sentir admiración por un film que nos muestra el siglo de las luces con un dominio tan absoluto de la luz, de los claroscuros y de las sombras!.
Y si la fotografía y la puesta en escena merecen las alabanzas emitidas, no menos la merecen la banda sonora. Para Kubrik la música fue siempre un factor esencial de sus películas. Para él no se trata solo de una cuestión ambiental o decorativa. La música se convierte en sus manos un personaje activo de la acción y en un compañero inseparable de los personajes. En Barry Lyndon, la zarabanda de Handel y el concierto para dos clavecines y orquesta de Bach, por poner solo dos ejemplos, son elementos insustituibles de la densidad dramática de la historia.
Como era de esperar no todo fueron alabanzas para esta película porque los sectores más radicales de la crítica consideraron que Kubrick, después de haber hecho un film tan polémico y crítico como “La naranja mecánica”, se “vendió” al hacer un film meramente esteticista y con poca carga critica (que la tiene porque arremete contra una sociedad que, borracha de Ilustración, apreciaba –aparentemente- la cabeza y rechazaba el corazón pero claro, para gusto, los colores).
Se le exigía un mayor compromiso ideológico como si éste tuviese que ir siempre de la mano de una determinada óptica política o de una ideología muy concreta, pero Kubrick optó por una película menos intelectual o revolucionaria de manual (en las antípodas de Passolini, por poner un ejemplo) y prefirió dejarnos una película realmente excepcional que, con toda seguridad, sobrevivirá mejor en el tiempo que muchos de los panfletos políticos filmados en los setenta.
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