Jean Jacques Rousseau es muy conocido en su faceta de filósofo (algunas de sus ideas siguen vigentes en la actualidad, para bien o para mal) y como adalid del "buen salvaje" y de la inocencia perdida pero, probablemente, es menos popular en su faceta de músico, a pesar de que algunas de sus obras son interesantes muestras de música barroca (no realizada por los genios que todos conocemos).
Valga esta entrada como reconocimiento de sus habilidades musicales que, además, con bastante seguridad, influyeron en su particular y sentimental visión de la realidad.
En cualquier caso, no podemos negar que si Rousseau tuvo un gran impacto entre sus coetáneos y entre pensadores posteriores de diferentes escuelas y líneas de pensamiento, fue por el atrevimiento ideológico de algunos de sus planteamientos sociales y políticos, más que por su amor y dedicación a la música.
Arnold Hauser, con su habitual sagacidad crítica, realizaba algunas puntualizaciones muy interesantes respecto a la figura del escritor, sobre su pensamiento y su influencia en su Historia social de la literatura y el arte, T. II.:
"La verdadera originalidad de Rousseau consiste en su tesis, monstruosa para el humanismo de la Ilustración, de que el hombre civilizado es un fenómeno de degeneración, de que toda la historia de la civilización es una traición al destino original de la humanidad, y de que también la doctrina fundamental de la Ilustración, la fe en el progreso, demuestra, en una consideración más detallada ser una superstición".
Esta tesis de Rousseau, como se pueden imaginar, colocaron al autor en una situación digamos que poco airosa y cuestionada ante el resto de los pensadores ilustrados que lo vieron como un subversivo radical y contrario a la nueva religión del progreso constante..
Hauser continua señalando que "el peligro de su enseñanza, sin embargo, consistía en que, en su actitud decidida en favor de la vida y contra la historia, con su fuga al estado de la naturaleza, que no era otra cosa que un salto a lo desconocido, preparaba el camino a aquella nebulosa "filosofía de la vida" que, desesperada por la aparente impotencia del pensamiento racional, empujaba al suicidio de la razón".
Con Rousseau irrumpió en la literatura el subjetivismo desatado que acabaría triunfando en el romanticismo posterior y que, en su versión desmelenada, vulgar e invasiva, alimenta los populismos actuales, en los que hay una inconcebible abundancia de vísceras y, lamentablemente, gran escasez cerebro.
Para finalizar, señalar tanto Hauser como también otros historiadores contrapusieron a Rousseau con un pensador en muchos sentidos más ácido y cerebral que él, Voltaire (en principio, menos prisionero de su sentimentalismo que Rousseau):
"El naturalismo de Rousseau significa la negación de todo lo que formaba para Voltaire la quintaesencia de la cultura, sobre todo de las limitaciones del subjetivismo todavía compatible con las reglas de la decencia y el propio decoro. Antes de Rousseau, excepto en ciertas formas de la lírica, un poeta hablaba de sí mismo solo indirectamente; después de él el escritor apenas habla de otra cosa que de si propio y lo hace de la manera más descarada. Entonces surge por vez primera aquel concepto de la literatura vivida y confidencial, que también para Goethe era decisivo cuando declaraba de sus obras que todas ellas no eran otra osa que "fragmentos de una gran confesión". La manía de la auto-observación y de la auto-admiración en literatura, y la idea de que una obra es tanto más verdadera y convincente cuanto más directamente se refleja el autor en ella, forman parte de la herencia espiritual de Rousseau".
Desde luego, no cabe duda de que, a la vista de la ingente cantidad de personas que sienten necesidad de dejar constancia escrita de su particular estancia en este planeta -independientemente de sus méritos objetivos-, tal herencia tuvo y tiene entregados receptores y defensores.
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