Entrar en el Palacio Pitti es entrar en una especie de cueva de Alí Babá repleta de tesoros. No solo lienzos sino miles -literalmente- de objetos de todo tipo: porcelanas, joyas, marfiles, esmaltes, esculturas, piedras duras......buenos coleccionistas, las distintas generaciones de Médicis (y después los Lorena y los Saboya), acumularon una impresionante cantidad de magníficos artículos de cuya visión podemos disfrutar hoy en día todos (previa entrada).
Una visita precipitada impedirá, desde luego, gozar de su contenido (ya sabemos que rapidez y museos no es una buena fórmula), así que mi consejo sería que, si realmente le interesa ver lo que contiene, se reserve un mínimo de tres horas para ello (sin contar los jardines Bobili).
Si el contenido del Palacio es excepcional, el edificio que lo alberga no lo es menos.
Con sus doscientos cinco metros de largo, el Palacio Pitti es, probablemente, el más monumental de todos los que se edificaron durante el Renacimiento italiano. Como es habitual en las construcciones de semejante magnitud, el resultado final es producto de varias oleadas de obras que asumieron sus diferentes propietarios. Su nombre se debe a que fue el mercader Luca Pitti el que encargó en 1457 su construcción.
Por lo que parece, en un principio Brunelleschi ofreció sus planos al espartano Cosme de Médicis, pero éste lo rechazó por parecerle la propuesta en exceso pretenciosa. Ante el rechazo a su proyecto el arquitecto no se amilanó y se lo ofreció al mencionado Lucca Pitti que aceptó ante la posibilidad de quedar de esta manera por encima de los Médicis. A su muerte en 1472 el edificio todavía estaba inacabado. Posteriormente atrajo la atención de Leonora de Toledo, esposa de Cosme I -el primer Gran Duque de Toscana-, que se lo compró en 1549. A partir de ahí se realizaron diferentes ampliaciones y mejoras, siendo las más importantes las efectuadas en 1620 por Giulio Parigi (que multiplicó por tres el tamaño de la fachada) y en 1640 por Alfonso Parigi, que fue quien le otorgó su aspecto definitivo.
Durante casi tres siglos, el palacio fue residencia de los grandes duques de Toscana y de la reina de Etruria durante el intermedio de la invasión y "remodelación" napoleónica.
A principios del siglo XX el palacio y su contenido fueron donados al pueblo italiano por Victor Manuel III.
Una visita precipitada impedirá, desde luego, gozar de su contenido (ya sabemos que rapidez y museos no es una buena fórmula), así que mi consejo sería que, si realmente le interesa ver lo que contiene, se reserve un mínimo de tres horas para ello (sin contar los jardines Bobili).
Si el contenido del Palacio es excepcional, el edificio que lo alberga no lo es menos.
Con sus doscientos cinco metros de largo, el Palacio Pitti es, probablemente, el más monumental de todos los que se edificaron durante el Renacimiento italiano. Como es habitual en las construcciones de semejante magnitud, el resultado final es producto de varias oleadas de obras que asumieron sus diferentes propietarios. Su nombre se debe a que fue el mercader Luca Pitti el que encargó en 1457 su construcción.
Por lo que parece, en un principio Brunelleschi ofreció sus planos al espartano Cosme de Médicis, pero éste lo rechazó por parecerle la propuesta en exceso pretenciosa. Ante el rechazo a su proyecto el arquitecto no se amilanó y se lo ofreció al mencionado Lucca Pitti que aceptó ante la posibilidad de quedar de esta manera por encima de los Médicis. A su muerte en 1472 el edificio todavía estaba inacabado. Posteriormente atrajo la atención de Leonora de Toledo, esposa de Cosme I -el primer Gran Duque de Toscana-, que se lo compró en 1549. A partir de ahí se realizaron diferentes ampliaciones y mejoras, siendo las más importantes las efectuadas en 1620 por Giulio Parigi (que multiplicó por tres el tamaño de la fachada) y en 1640 por Alfonso Parigi, que fue quien le otorgó su aspecto definitivo.
Durante casi tres siglos, el palacio fue residencia de los grandes duques de Toscana y de la reina de Etruria durante el intermedio de la invasión y "remodelación" napoleónica.
A principios del siglo XX el palacio y su contenido fueron donados al pueblo italiano por Victor Manuel III.
La calidad de los frescos y la perfección de sus "engaños" visuales -con perspectivas a veces fascinantes- es realmente notoria.
La colección de marfiles contiene piezas de muy diferentes tamaños y aborda diversos temas aunque, en lógica con su tiempo, predominan los motivos religiosos.
Los adornos, pequeños objetos de colección, realizados como materiales semipreciosos, muestran un alarde de imaginación -a años luz de algunas chuminadas actuales- además una excelente factura artesanal.
También se encuentran objetos de culturas diferentes a la europea y, por descontado, joyas y elementos decorativos de alto nivel de una tradición tan toscana como la de las piedras duras.
Texto y fotos: Javier
Nebot
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