-De una heroína mítica a un mito heroico (y de novela).
“Robin de los bosques” (1938). Michael Curtiz/ William Keighley.
La historia de Robin de los Bosques se remonta, más o menos, al siglo XIV, cuando surgieron baladas que narraban las peripecias de un forajido de buen corazón que fustigaba
siempre que podía a nobles avariciosos (1). Parece ser cierta, históricamente, la existencia de diversos forajidos que desafiaron la apropiación, por parte de la nobleza, de algunas tierras comunales. Ésta se auto legitimaba, de cuando en cuando, para adueñarse
de las mismas y acrecentar su patrimonio y, lógicamente, tal hecho no era bien visto por
el campesinado…pero lo de repartir el botín entre los pobres fue más la expresión de un anhelo popular que la plasmación de una realidad contrastable.
Eso no evitó que la
historia calase profundamente en quienes la escuchaban y que, a medida que se transmitía a las posteriores generaciones, fuese adquiriendo más matices “sociales” y narrativos. Fue también reinterpretada a través de la mirada medievalista del siglo
XIX y por talentos como el del ya mencionado en posts anteriores Walter Scott. Este novelista escocés idealizó bastante la
figura del buen ladrón hasta convertirlo en una especie de paladín de los sajones contra
los normandos y abanderado del pueblo oprimido.
El cine, tal y como he referido, no desaprovechó en absoluto un personaje tan seductor y muy pronto surgieron versiones de éxito. Douglas Fairbanks le dio vida en 1922 (2) y su interpretación
atlética y saltarina gustó tanto que mediatizó, sin la menor duda, la del Robin Hood prototípico: Errol Flynn.
El Robin Hood encarnado por Errol Flynn es un héroe justiciero, irónico y aventurero.
También bastante jactancioso y bravucón, pero en el fondo, como se suele decir, “un
buen chico”, leal a su rey y a sus compañeros de fatigas, los Merry men.
Además fue un tipo que supo lucir como nadie unos impecables leotardos verdes y un gorrito con
pluma que se convirtieron en iconos esenciales del personaje (¡lo cual es un mérito nada
despreciable!).
Como bien señalan Jorge Alonso, Enrique A. Mastache y Juan José
Alonso en su muy interesante –y divertido- libro “La edad media en el cine”: “Errol Flynn
y su traje verde es el joven Robin Hood; Sean Connery barbudo y desencantado es el
viejo Robin Hood en Robin y Marian (1976), de Richard Lester; y Burt Lancaster es Robin Hood con otro nombre, Dardo, trasladado a Lombardía. Aquí están todos los que
son” (Op. Cit. P.41).
Por descontado, no puedo estar más de acuerdo con tal opinión y de
los tres héroes hablaremos a continuación.
“Robin de los bosques”, la película de Michael Curtiz y William Keighley es, sobre
todo, una película de aventuras y, de hecho, se la considera hoy en día como uno de
los ejemplos más sobresalientes del género, pero eso no quita que al ubicarse en un
muy concreto momento histórico, la Inglaterra de Ricardo Corazón de León, la podamos
incluir como un referente del cine histórico (dentro, claro, del contexto hollywoodense de
los años treinta y cuarenta).
El argumento es bien conocido por todos ya que se ha repetido, con ligeras variaciones, en las diversas adaptaciones que se han hecho del relato hasta prácticamente hoy en día (la última versión es
del 2018): Robin y sus colegas forman una alegre cuadrilla que, entre farra y farra, se
dedican a asaltar a nobles que colaboran sin reparos con los pérfidos normandos, mientras Ricardo, legítimo –aunque ausente- rey de Inglaterra, hace lo posible por cambiar
el mundo (o su vida) luchando en las Cruzadas. Mientras tanto su hermano Juan, intrigante profesional (no deja de ser un Plantagenet), intenta hacerse con la corona de Ricardo cardo (cosa que finalmente consiguió).
Desde luego –es un film norteamericano-, no se
plantea en ningún momento, ni por activa ni por pasiva, el mostrar un conflicto social que pudiese entenderse como lucha de clases:
Robin Hood y sus simpatizantes luchan por y para sí mismos y por su particular sentido de la
justicia; también lo hacen por quien reconocen como su legítimo rey, Ricardo, pero no
cuestionan nunca el sistema aunque muestren un deseo de volver a una
especie de país soñado (y, mal que les pese, nunca existente).
Si Arturo, como veremos más adelante
en otro post, es el prototipo del héroe de la nobleza, Robin se convierte en el arquetipo del héroe popular. Ambos, para que vamos a engañarnos, bastante improbables, pero con suficiente capacidad de seducción como para haber llegado hasta nuestros días
(y sobrevivir, a pesar de algunos largometrajes realmente desastrosos).
El film que nos ocupa, analizado de forma profusa por diversos expertos en cine e historia (3), tuvo una dirección bicéfala.
El poderoso Jack L. Warner, jefe de la Warner
Bros, encomendó la tarea primero a William Dieterle, aunque algunos desencuentros hicieron
que los productores específicos del film decidiesen cambiarlo por William Keighley
(con todo se conservaron algunas escenas dirigidas por Dieterle).
El nuevo director, por lo visto, tampoco acabó de convencer a los responsables finales de la película al imprimió al rodaje un estilo excesivamente lirico y, finalmente, optaron por cambiarlo por el húngaro Michael Curtiz (un director que triunfaría plenamente, poco después, con un film muy diferente, la hoy muy aclamada “Casablanca” (1942)).
Los entresijos del rodaje de este largometraje, que al igual que los de otras
muchas darían para más de un chascarrillo, exceden de las pretensiones de estos posts, pero baste decir que a pesar de la animosidad de Flynn contra Curtiz -al que consideraba un tirano- este último culminó la película consiguiendo hacer de ella un éxito con
la suficiente calidad como para sobrevivir con suficiente brío al paso del tiempo.
La ambientación de la película está claramente mediatizada por la estética, de exigente
colorido, impuesta por el novedoso Technicolor.
Es verdad que a veces olvidamos que
la verdadera Edad Media tuvo, en muchos momentos, colores vivos y vibrantes,
aunque, probablemente, salvo en lugares muy contados, no lo fueron tanto como los
usados en esta película que establece, además, cierto juego simbólico con los mismos.
Los responsables de la puesta en escena no solo pretendieron dar espectacularidad y
belleza a la historia luciendo la nueva técnica en cada fotograma sino, también, distinguir
personajes y situaciones a través de los colores: Lógicamente, el marrón y el verde, son
los colores del bosque y, por lo tanto, los de los hombres que habitan en él. Los bosques, que dominaban en aquel momento el paisaje europeo, al menos en el norte, tenían
en esa época un papel fundamental para la economía (caza, recolección, pastos, madera etc.) pero tenían, también, muchas veces, fama de ser lugares peligrosos y embrujados. Los protagonistas de nuestra historia se funden con sus vestimentas en el bosque
de Sherwood y resultan así casi invisibles para quienes intentan fustigarlos y capturarlos.
Sin embargo, la nobleza requiere visibilidad ostentosa para demostrar su dominio y poder y sus atuendos tienen colores más fríos, metálicos y brillantes, imponiendo
de esta forma una gran distancia visual y estética con el pueblo que, mal que le pese,
siempre ha estado más cercano a lo “terrenal”
Merece la pena señalar que la banda sonora de esta película, a cargo del genial Erich
Wolfang Korngold, recibió un Óscar a la Mejor Música. No se trata de música medieval,
obviamente. No hubiese sido algo propio de la época en que se filmó la película ni, probablemente, tampoco hubiese otorgado un plus al tipo de relato que es, pero la música
de Korngold sí logra transmitir un gran dinamismo y contribuye, ciertamente, a recalcar
la buena marcha de la acción y a generar la sensación de optimismo permanente que
se desprende siempre de este largometraje, que, como bien señalan los mencionados
autores de “La Edad Media en el cine”: “Es un cuento de hadas en tecnicolor, no un
documental sobre el Medievo” (Op.cit.p. 52).
En la próxima entrada hablaremos de una película que dio a nuestro héroe medieval un tratamiento
muy, pero que muy diferente al que acabamos de ver, a pesar de sus grandes dosis de
ironía.
Se trata de la magnífica “Robin y Marian” (1976), de Richard Lester.
Notas.:
(1). La primera mención a la leyenda de Robin Hood aparece en “Piers Plowman”,
obra de William Langland escrita en 1337. Robin empezó siendo un granuja, aunque
acabaría convirtiéndose en un héroe a la vieja usanza, luchando por la justicia.
También se conservan leyendas medievales de Robin Hood en baladas como “Robin y
el monje” (1450), el poema “Una aventura de Robin Hood” (finales del siglo XV) y “Robin
Hood y el alfarero” (1503) (Referidos en “La Edad Media en el cine”, Op.cit.p.48).
(2). Douglas Fairbanks fue un actor, guionista, director y productor norteamericano
que cosechó muchos éxitos y con ellos una enorme popularidad. Fue uno de los fundadores de la United Artists. Destacó en las películas mudas con personajes de capa de
espada y entre ellos el de Robin Hood al que dotó de un talente animoso y acrobático
que crearía escuela.
En esta película la estética prerrafaelista es evidente por omnipresente.
(3). Las principales películas basadas en Robin Hood han merecido análisis abundantes desde diversos puntos de vista pero, fundamentalmente, desde el e histórico. En la bibliografía usada para estos posts se mencionan tres libros esenciales
al respecto. En las revistas especializadas de cine (sobre todo Dirigido por), las diversas
críticas de cada una de las diferentes versiones realizadas a lo largo de décadas aportan
una visión completa del mito y de su tratamiento
Entradas anteriores.:
Próxima entrada: 25 de marzo del 2022
Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran corresponden al artista o artistas referenciados.
Su exposición en este blog pretende ser un homenaje y una contribución a la difusión de obras dignas de reconocimiento cultural, sin ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario