(Opinión personal-96).
Si en el post anterior de esta sección vimos un retrato crepuscular de Robin Hood, en esta entrada analizaremos a un alter ego de este héroe de novela: el Dardo, protagonista de "El halcón y la flecha" y que es encarnado por un pletórico y acrobático Burt Lancaster.
Si "Robin de los bosques" (1938) es todo un clásico, "El halcón y la flecha" (1950), no lo es menos.
En este largometraje se observa la misma energía, vitalidad, optimismo y sentido del humor que en la película de Keighley y Curtiz. Se cambia, por descontado, el personaje y el escenario, pero el arquetipo del héroe es básicamente el mismo: un tipo resuelto y feliz que, a pesar de su individualismo y su ansia de libertad, decide implicarse en
el bienestar del pueblo peleando por él (en este caso a regañadientes ya que se trata
de un hombre de montaña, no de bosque, y los lazos sociales en las alturas, ya se sabe,
son diferentes).
La acción se sitúa en esta ocasión más o menos en la misma época, el siglo XII, pero
se desarrolla en Lombardía y el enfrentamiento ya no es, lógicamente, entre sajones y normandos sino entre los lombardos y las huestes del emperador Federico I Barbarroja, huestes que realizaron diversas expediciones a Italia y que sometieron a las comunas lombardas en 1158 hasta que éstas tomaron la revancha, derrotándolo en Legnano en 1176
(21).
Pero El halcón y la flecha es, sobre todo, una película de aventuras y su relato se centra en las aventuras de Dardo Bartoli (Burt Lancaster), un montañés indómito, un “espíritu libre” (y desconfiado), aunque, por lo que se ve en el film,
un padre insólitamente moderno porque -cosa rara en el momento en que se rodó la película- aparece como custodio de su hijo ante una madre y esposa que ha preferido
abandonarlos, seducida por los encantos (se supone que múltiples y diversos) del Halcón, el “malo” de la película, Ulrich de Hesse.
El personaje de Dardo evolucionará. Se convertirá en el líder del grupo que se opone a la tiranía, aunque no es desde el principio, como sí lo hizo Robin
Hood.
Crecerá como individuo y desarrollará
una conciencia social dándose cuenta de que solo la unión de todos podrá derrotar al
invasor. En sus peripecias le acompañará siempre, ejemplo de perfecta camaradería,
su fiel amigo sordomudo (interpretado por Nick Cravat) y con él demostrará, siempre
que pueda, sus habilidades acrobáticas.
La Edad Media que se refleja aquí tiene mucho,
ciertamente, de lugar de fantasía.
Como bien señalan los autores de “La Edad Media en
el cine”, hay en esta película demasiada luz.
Las casas medievales eran mucho más
pequeñas de lo que suele verse en esta u otras películas medievales y desde luego, los
castillos no contaban con salones grandiosos ni escalinatas gigantes para que bajasen
por ellas distinguidas damas luciendo atavíos a la última moda o para que se batiesen
en duelo expertos espadachines. No. Los espacios eran otra cosa, más adaptados a las
necesidades vitales y apenas se diferenciaban hábitats para las distintas funciones.
De
hecho, la privacidad y la intimidad fueron un “invento” muy, pero que muy posterior
y el grado de familiaridad y promiscuidad con el que se vivía en la mayor parte de la
Edad Media sería muy difícil de llevar a las púdicas pantallas de los años cincuenta y
mucho menos todavía a las sensibleras y melifluas de hoy en día (1). La suciedad reinaba en los pueblos y en las pequeñas ciudades que entonces empezaban a surgir y a desarrollarse.
No había ningún reparo en aprovechar todos los residuos orgánicos para fertilizar huertos y campos ya que economía medieval (y también la economía moderna, hasta casi la edad contemporánea) era una economía que no desaprovechaba absolutamente nada y que daba poco valor –salvo excepciones- a lo superfluo. Pero, lo dicho, todos estos aspectos, resultan poco vistosos en pantalla, cuando no claramente
desagradables y el Hollywood de los cincuenta no quería en absoluto mostrarlos (aunque a partir de los setenta se fue progresando en la forma de hacerlo y en las últimas
décadas se realizado film y series muy realistas en este sentido).
En “El halcón y la flecha” no hay suciedad, por descontado no hay pulgas, ni moscas ni malos olores ni nada
que incordie al espectador.
Sí hay pudor, sonrisas que muestran dentaduras perfectas
y blanquísimas y una dama, Virginia Mayo, que aunque parece transportada a la Edad
Media desde un calendario de pin-ups de los cuarenta, da alegría y buen tono al film y
además ofrece un toque de pretendida modernidad que, aunque hoy lo vemos fuera de
lugar, fue en su momento considerado un gesto reivindicativo de un nuevo tipo de mujer
(que de medieval tenia, ciertamente, muy poco y que está a años luz, por ejemplo del
personaje de Mariam, interpretado por Audrey Hepburn en “Robin y Marian”).
En el próximo post, y antes de introducirnos en los que de una forma muy genérica podríamos denominar "leyendas fundacionales" y/o aristocráticas , haremos en breve acercamiento a las últimas versiones de Robin Hood.
Próxima entrada: 18 de abril del 2022
Notas:
(1). La historia de la limpieza y la higiene, y con ellas también la de la intimidad, ilustra
aspectos claves de la forma de vivir en el Medievo y de las diferencias abismales con
los modos actuales. El cine, claro, al menos durante mucho tiempo, prefirió evitar los
modos reales, para mostrar en pantalla espacios e individuos en lo posible atractivos par todo tipo públicos.
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Texto: Javier Nebot
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