-De los mitos más o menos fundacionales a la cruda realidad política:
La lucha por el poder, “El león en invierno” (1968-Anthony Harvey)
Uno de los grandes promotores de la leyenda artúrica fue Enrique II Plantagenet (padre
de los ya mencionados en post anteriores, al hablar de Robin Hood, Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra).
Al igual que los reyes franceses se consideraban herederos de Carlomagno, Enrique quiso identificar su
dinastía con la del rey Arturo. Los autores de “La Edad Media en el cine” mencionan una
coincidencia interesante y notable: “del mismo modo que los monjes de la abadía de
Saint Denis custodiaban las reliquias de Carlomagno, los monjes de la Abadía de Glastonbury también custodiaban la tumba y reliquias del rey Arturo. Y también se puede hablar de razones económicas: a partir de ese momento, la Abadía de Glastonbury se convierte en un importante centro de peregrinación, visitado cada año por muchísimas personas que van a rendir culto a las reliquias artúricas” (Op. Cit. P. 183).
Se funden aquí
pues, como en otros muchos momentos históricos, leyenda y realidad, mito y legitimidad.
Y no cabe duda de que, para que esas particulares simbiosis funcionasen, resultó
muy útil la existencia de personajes de gran impacto y prestigio, tal y como lo fueron
Enrique II Plantagenet y, sobre todo, su mujer, Leonor de Aquitania, ambos protagonistas del film que
vamos a comentar a continuación, y que fue dirigido en 1968 por Anthony Harvey y contó con
un excelente guion de James Goldman.
El largometraje nos muestra los juegos e intrigas que acompañan siempre al poder (siguiendo una tradición que parece retrotraerse a tiempos muy pretéritos) y nos sitúa en
el castillo de Chinon en 1183, en plena Navidad.
Enrique (Peter O´toole) convoca a sus
tres hijos, Ricardo, Godofredo y Juan (interpretados por Anthony Hopkins, John Castle y Nigel Terry, quien años más tarde daría vida, como ya hemos visto, al Arturo del
Excalibur de Boorman).
Convoca también, lógicamente, a su mujer, Leonor (Katherine
Hepburn), a quien tiene encerrada en el castillo de Salisbury desde hace años.
Y tampoco se olvida de citar a su
joven amante, Alais (Jane Merrow), hermana del rey de Francia, y al mismísimo rey de
Francia, Felipe Augusto (Timothy Dalton).
Los reúne a todos por un motivo nada baladí: decidir
quién le sucederá en el trono.
Una decisión semejante despierta las ansias de poder de
todos los implicados y consigue iniciar un peligroso juego de estrategia para ver quién
se hará finalmente con el trono del León (en invierno, ciertamente, ya que moriría pocos
años después).
Desde luego el contexto histórico en el que se desarrolla la película era, por decirlo de
alguna manera, complejo. Las alianzas entre las principales familias, muchas veces frágiles, intentaban dotarse de peso y durabilidad durante buena parte de la Edad Media, a través de matrimonios concertados entre diferentes dinastías.
Se garantizaba así, al
menos, el status quo y, si era posible, una descendencia poderosa que perpetuase a la familia en las altas esferas.
Enrique II consiguió, con su matrimonio con la muy rica y poderosa Leonor, forjar uno de los principales “imperios” de la Edad Media, pero eso no le
garantizó en su vida la paz permanente y mucho menos le libró de las pugnas interfamiliares.
La película de Anthony Harvey, ciertamente muy teatral, profundiza en esas relaciones matrimoniales tan complejas y, también, en el carácter de cada uno de sus protagonistas.
Nos muestra no solo sus anhelos, sino también sus miedos y miserias.
Hay
momentos en el film que, prácticamente, caen en el vodevil, como cuando los hijos de Enrique van visitando uno a
uno a Felipe Augusto y, al acercarse el siguiente en la visita, se van escondiendo progresivamente detrás de las cortinas de su dormitorio.
Todos escuchan las confidencias
de cada nuevo visitante para aparecer, finalmente y ante la intensidad de algunas confesiones, en plan terapia familiar cuando el propio Enrique es el que se encara al rey de
Francia: Se vomitan afrentas y resquemores añejos y con tales agitaciones emocionales
salen a relucir cuestiones intimas, como los devaneos homosexuales que, al parecer,
tuvieron en su primera juventud Ricardo y Felipe Augusto (y que llevó a este último a
realizar diversas penitencias para conseguir el perdón de la Iglesia por tales deslices).
Esta fue una de las primeras ocasiones en las que se reconocía esta circunstancia ante
el gran público (1) y tal circunstancia se enmarca claramente dentro de la línea crítica y
desmitificadora del momento en que se filmó la película y sobre la que ya hemos comentado anteriormente al referirnos a otro film desacralizador, “Robin y Mariam” (Richard Lester, 1976).
Enrique II y Leonor de Aquitania fueron, realmente, dos “personajes de película” en un
mundo en el que ellos mismos escribieron buena parte del guion de su vida y de la historia de Europa.
Hablar de Leonor de Aquitania es hablar, desde luego, de una mujer
realmente excepcional en muchos sentidos.
Fue condesa de Poitou, duquesa de Aquitania, reina de Francia y de Inglaterra, madre de reyes y un espíritu libre e independiente
en una época en la que, como ya hemos mencionado, primaba más la fuerza que la sutileza.
Su persona y su vida fueron fuente de inspiración para muchos trovadores y juglares, que
forjaron de ella una imagen de leyenda que ha pervivido hasta nuestros días.
En “El león
en invierno” es interpretada, como ya hemos mencionado anteriormente, por Katharine Hepburn, ciertamente una gran actriz que fue capaz de dotar
al personaje de profunda credibilidad.
El “león”, Enrique II Plantagenet, fue interpretado
por Peter O´Toole, quien ya se había puesto en la piel de Enrique cuando rodó Becket
(1962, Peter Glenville, film al que dedicaremos algunas consideraciones en el próximo post).
Leonor se casó primero, con quince años, con Luis VII, rey de Francia.
Con él tuvo dos
hijas pero, al parecer, se aburría mucho en su matrimonio (todo esto se menciona con
inteligencia en el guion de Goldman). Cosa inusual, acompañó a su marido en la segunda cruzada y allí, en los palacios de Constantinopla, se aficionó, entre otras cosas, a un lujo
que era habitual en la corte del emperador Manuel Comneno, pero que por aquella época era desconocido en Francia y en casi en todo Occidente.
Distintos avatares hicieron
que las relaciones entre ambos esposos pasasen del aburrimiento al cansancio y al hartazgo y, a pesar de las dificultades para obtener la anulación papal (se arguyeron motivos de parentesco), ésta se consiguió después de quince años de matrimonio.
A pesar
de ello, sus hijas, María y Alix, sí fueron declaradas legítimas.
Leonor recuperó sus dominios como Duquesa de Aquitania y casi de inmediato se casó con Enrique Plantagenet,
Duque de Anjou, un joven de diecinueve años que era el heredero al trono inglés. Lo
hicieron en 1152 en la Catedral de San Andrés de Burdeos.
Es más que probable que en el nuevo matrimonio jugasen factores políticos y económicos, pero también parece que, por lo que cantaban los trovadores, hubo entre ellos amor
y pasión…al menos durante un tiempo.
En cualquier caso, hablar de matrimonio y amor
en la Edad Media es introducirse en un tema complicado, cuando no espinoso (al menos
desde la perspectiva emocional actual).
Como bien señalan los autores de “La Edad
media en el cine”: “en la Alta Edad Media la palabra amor es siempre extraconyugal,
debido a la convicción de que el amor era un impulso irresistible de los sentidos, un deseo devorador, destructor y subversivo que conducía naturalmente al desorden. El
“amor heroico”, por ejemplo, o el “mal de amores”, que surgía cuando un hombre quedaba prendado de una mujer que no correspondía a su amor, era una enfermedad” (Óp.cit.p.
226).
Enrique y Leonor, ambos cultos e inteligentes intentaron reproducir en su corte, al menos durante un tiempo, su especial Camelot.
Tuvieron ocho hijos, de los cuales tres coprotagonizan la película que nos ocupa: Ricardo, Godofredo y Juan. Pero Enrique, a fin
de cuentas “león” no tardó, con el tiempo, en rodearse de amantes (e hijos ilegítimos
que convivieron con los legítimos en relativa armonía).
Leonor, intranquila llegó a conspirar contra su marido, convirtiéndose en su prisionera durante años (su cautiverio duró
16 años y solo acabaría con la muerte de Enrique, en 1189).
Una vida, en definitiva, digna de una película o de varias: De hecho hay otra versión de la misma obra de Goldman
realizada para televisión en 2003, interesante aunque, al menos en opinión del que esto escribe, no superior a la película de 1968. Fue dirigida por Andrei Konchalovski y los protagonistas, que dieron vida a la real pareja, fueron en esta ocasión Patrick Stewart y Glenn Close.
Nota:
(1): Como muchas cuestiones íntimas y, por lo tanto, lejos de la posible contrastación
de datos, la homosexualidad de Ricardo y sus posibles affaires amorosos entran en el
plano de lo posible, pero no de lo estrictamente seguro. Hoy en día, en el afán de visibilizar la homosexualidad del pasado se han “sacado del armario” casos que plantean
más dudas que certezas, aunque en el caso que nos ocupa sí parece haber indicios razonables, no ya de una condición determinada pero si de ciertas relaciones licenciosas
como la que se insinúa respecto al rey de Francia.
Próxima entrada: 21 de julio del 2022.
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Texto: Javier Nebot
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