jueves, 21 de julio de 2022

Opinión personal (101): La Edad Media en el cine (13). La lucha por el poder: "Becket" (1964).

 "Becket" (Peter Glenville, 1962), cuyos protagonistas principales son Enrique II Plantagenet  (interpretado, al igual que en el "León en invierno" que vimos en el post anterior, por Peter O´toole) y Tomás Becket (Richard Burton), se puede enmarcar dentro del tipo de cine histórico británico de calidad que, por aquellos años, se puso de moda con pretensiones revisionistas  y produjo películas tan excelentes como "Ana de los mil días" (Charles Jarrot, 1969) y "Un hombre para la eternidad" (Fred Zinnemann, 1966).

Becket (1964) - FilmAffinity

(2791) Becket (1964) ORIGINAL TRAILER [HD 1080p] - YouTube

Ana de los mil días (1969) - FilmAffinity

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(2791) 07 / Un hombre para la eternidad 1968 LEY MORAL vs LEY CIVIL - YouTube

Un hombre para la eternidad (1966) - FilmAffinity

Todas estas películas, aparte de su afán por revisitar la historia con ojos más críticos y menos legendarios de lo que se había hecho hasta el momento, tienen en común su origen teatral, lo que explica, en general, el peso específico que se otorga al análisis psicológico de los protagonistas y también la calidad de sus diálogos. 

Es verdad que la sensación de ver, en algunos momentos, teatro filmado no es que sea precisamente un plus cinematográfico, pero la densidad argumental y el cuidado de la puesta en escena y la ambientación compensan su visionado. Todas estas circunstancias alejan a estos largometrajes de la tónica vigente en la actualidad. Apenas hay escenas de exterior y priman la intimidad y el juego dialectico sobre la espectacularidad o la agilidad de la acción. Además todas ellas se centraron en un bloque temático principal: la reflexión en torno al poder, aspecto esencial de la realidad política que hoy en día se reduce, en demasiadas ocasiones, a la visceralidad y al descontrol emocional.


En “Becket”, su guionista, Edward Anhalt, se basó en la obra “Becket ou l´Honneur de Dieu” de Jean Anouilh y mantuvo la idea principal de la misma, la santidad de su protagonista.
 Santidad que se manifestó, sobre todo, a la hora de mantener los derechos de la Iglesia en Inglaterra en una época en la que el enfrentamiento entre la Iglesia y las monarquías empezaba a ser notorio y complejo. 


La evolución del sistema feudal hacia una configuración del estado centrado en el poder de la realeza hizo que los pulsos entre las grandes entidades que detentaban el poder hasta ese momento (aristocracia e Iglesia) fuesen muchas veces duros, cuando no claramente violentos. 
Los soberanos no podían permitirse el lujo de tener un estado en paralelo dentro de sus reinos y resultó necesario arbitrar medidas para controlar y someter a todos los que desafiaban el poder de la Corona. Enrique II, amigo personal de Becket, le nombró primero canciller y después arzobispo de Canterbury (1162) -y por lo tanto la cabeza visible de la iglesia de Inglaterra- con idea de imponer las constituciones de Clarendon (1164) (1).
La jugada no salió exactamente como esperaba el rey ya que el nuevo arzobispo asumió su cargo con gran fe y convencimiento y discutió a la Corona la eliminación de las exenciones de las iglesias y monasterios así como la exigencia de contribuir económicamente a las campañas militares en las que se viese inmerso el reino. 


Esa actitud beligerante supuso un pulso inasumible para Enrique que ordenó su asesinato o así lo entendieron cuatro caballeros anglonormandos, Reginald Fitzurse, Hugo de Morville, William de Tracy y Richard Brito que pasaron a la acción y convirtieron a Becket en Santo Tomás Becket, mártir de la Iglesia.  


El asesinato de Becket tuvo una enorme repercusión en toda la Cristiandad. 
El papa Alejandro III no desaprovechó la coyuntura para atraer el ascua a su sardina y le nombró santo con una celeridad inusual, apenas tres años después de su muerte. 
Enrique II tuvo que asumir parte de su responsabilidad e hizo penitencia pública ante la tumba de su enemigo (y antes querido amigo). 
Durante mucho tiempo dicha tumba se convirtió en un importante lugar de peregrinación…aunque unos siglos después sería destruida cuando un Tudor, Enrique VIII, el segundo de su casa, enfrentado de forma más efectiva a la Iglesia, ordenó la disolución definitiva de los monasterios (1538-1541).





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Texto: Javier Nebot

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