Iconos del arte de ayer y de hoy.
Francesca Bonozzoli, en su obra De Monalisa a los Simpson (2013), apunta algunos de los elementos que influyen en el hecho de que una imagen se convierta o no en un icono, retomando alguna de las tesis que ya exploraron anteriormente –con mucha profundidad- autores tan prestigiosos como Erwin Panofsky y Friz Saxl.
Entre ellos, menciona una cierta reverencia cuasi religiosa, cuyo origen lo sitúa en la veneración de las reliquias e imágenes cristianas aunque, probablemente, sea una pauta devocional mucho más antigua, ya que el arraigo del pensamiento mágico y la devoción por talismanes y similares cristalizaciones del poder de los espíritus, era muy fuerte y habitual en todas las culturas de la cuenca mediterránea. La fascinación por lo mágico y todo lo que se relacionase con hechizos y encantamientos era consustancial a todas las religiones de la época y, de manera muy especial, en aquellas que, por sus secretismos, recibían el nombre de mistéricas.
En cualquier caso, saber cómo, quién y qué tiene el poder de transformar una imagen en algo realmente icónico sigue siendo muy difícil de determinar, y las respuestas a tales preguntas, según Bonozzoli, son complejas y casi siempre discutibles, porque la solución del misterioso poder de los iconos “lejos de ser esquemática y univoca, remite a la historia, a la sociología, a la psicología e incluso a la religión” (Op. Cit. p.9).
Ciertamente, no podemos olvidar que la Biblia nos reconoce como hijos de una estatua hecha de barro (Adán y el Golem se dan la mano) y esa narrativa mítica se fusiona con otras muchas que aluden a la constante fascinación del ser humano por las imágenes y a su tendencia a dotarlas de una especial significación, tendencia que sigue vigente al día de hoy y de la que la publicidad, el cine y los medios de comunicación han tomado muy buena nota.
Desde luego, rastrear las implicaciones históricas, sociales y psicológicas de tal vinculación con las imágenes seguirá siendo, durante mucho tiempo motivo de estudio y análisis y aquí solo podemos insistir en lo que es bastante obvio: consumimos imágenes en cantidades inimaginables en cualquier época de la historia; además, todos y cada uno de nosotros somos capaces en la actualidad, gracias a las innovaciones técnicas, de producir nuestras propias imágenes y crear nuestros ionos particulares; nuestra forma de percibir y entender la realidad se ha vuelto casi totalmente visual; los medios publicitarios y de comunicación de masas insisten, hasta límites insospechados, en influir en nuestra sed de imágenes y en despertar con ellas nuevas ansias, necesidades y consumos, aunque para ello tengan que utilizar resortes inconscientes y manipular nuestros arquetipos mentales, empleando sin pudor cualquier iconografía, pasada o presente, que contribuya a su éxito social (traducido siempre en rentabilidad económica).
Pero dejemos las teorizaciones y veamos imágenes.
Lilith, damas sedentes y otras feminidades adorables
La influencia y el recuerdo de Lillith vienen de lejos, de muy lejos. De civilizaciones ya totalmente olvidadas, de culturas realmente ancestrales. Sin embargo, su historia ha permanecido y su fuerza apenas se ha ocultado. Va revistiendo, claro, nuevas formas: De hecho muda de imagen constantemente convirtiéndose de esa manera en uno de los mitos/iconos que han sobrevivido gracias a su representación en el arte.
Es, para algunos iniciados, la gran serpiente, para otros la seductora impenitente, que arrastra a los hombres por el mal camino. Personifica a quien se enrosca imperceptiblemente, a la que hechiza con su mirada, la que adormece con su siseo, la que se esconde con forma irresistible de mujer.
Con sensualidad húmeda y placeres inexplicables arrastra a sus víctimas hacia su guarida. Los judíos la llamaron Lilith; ella era quien medraba entre las sábanas y robaba el semen de los hombres, la que mataba a los recién nacidos porque odiaba dar algo de si misma. Pero, sin duda, esta dama ha tenido y tendrá mil nombres. Si Satanás –según refieren otras historias- se enfrentó a su creador y fue condenado a las oscuridades del inframundo, Lilith y sus reencarnaciones también lo hicieron y su castigo fue arrastrarse como cómplices del Mal.
Desde entonces la tentación lleva su nombre y configura uno de los tres grandes arquetipos femeninos: la Gran Madre, la Gran Puta y la Gran Virgen. Según la época, según la civilización, o según la mentalidad reinante, se muestra entre sombras o con descaro pero estar, está.
Como bien refiere Erika Bornay, hay - hoy igual que ayer- todo un "cortejo de fatídicas" que postulan por ingresar en las filas de sus discípulas porque siempre es más fácil seducir que hacer (1). La gran serpiente se adapta y si tiene que concursar en televisión o promocionarse en el cine, sin duda lo hará. Claro que la serpiente también es símbolo de Sabiduría...
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