jueves, 20 de agosto de 2020

Lugares (57): Tour por Gran Bretaña. Durham y York.

Durham, capital del condado del mismo nombre, es una población pequeña -ronda los cincuenta mil habitantes- pero, a pesar de ello, no anda escasa de interés porque cuenta con una monumental catedral normanda, los restos de un castillo-fortaleza e, incluso, una universidad.
La ciudad fue fundada, en el ya lejano 995, por un grupo de monjes procedentes de la isla de Lindisfarne.
Éstos querían encontrar un lugar en donde hacer un sepulcro y enterrar el cadáver de Sant Cuthbert y les pareció que la meseta bordeada por el río Wear era el lugar perfecto para ese fin y, ya puestos, para establecerse allí. Lo que en principio fue una sencilla tumba de madera para venerar a un santo, acabó transformándose con el tiempo en una imponente catedral, ejemplo magnífico del refinamiento constructor normando (en la que, lamentablemente, no permiten hacer fotos de su apabullante interior).
En la lógica de aquellos tiempos, si había Catedral, tenía que haber castillo y los normandos  no dudaron en construir uno, en lo alto de un promontorio natural, para demostrar su poder en una zona que consideraban bastante salvaje y muy poco obediente
Durante mucho tiempo el castillo fue la sede del obispado de Durham (el obispo era designado por el rey y tenía facultades para hacer valer en la zona la autoridad real), pero en 1837 el castillo fue donado a la Universidad por el obispo Edward Maltby, olvidando definitivamente sus funciones defensivas y convirtiéndose en una residencia de estudiantes, después de experimentar -claro- las lógicas adaptaciones.
Nuestra visita a la ciudad fue muy breve, aunque lo suficientemente intensa como para darnos cuenta de que Durham es un lugar interesante que "pide" regresar a él  para visitarlo con más calma.
Las calles de Durham mantienen el estilo y la prestancia propias de una ciudad con pasado ilustre
y, tanto en las edificaciones antiguas como en el ambiente general de la ciudad, se nota ese cuidado y mimo que le dedican sus habitantes.
Al igual que en York, que veremos a continuación, el dar paseos por Durham constituye un verdadero placer porque, aunque se puede notar -¡como evitarlo!- cierta "influencia" del turismo, esta no ha sido lo suficientemente decisiva como para desvirtuar lo esencial del lugar y uno tiene la sensación de estar realmente en una ciudad vivida y no en un decorado aparente como sucede, lamentablemente, ya lo hemos dicho en diversas ocasiones en este blog, en otras muchas poblaciones europeas en las que absolutamente todo se ha volcado hacia la rentabilización de la presencia turística transformándose, consciente o inconscientemente, en un remedo de parque temático (que, por lo visto, es lo que da hoy "pasta" y atrae masas)
En Durham, a Dios gracias, la existencia de una Universidad -entre otras cosas- ha contribuido a paliar con mucho los mencionados males y, por lo que pudimos ver, se respira "otro aire".
Otros atractivos para los que pueden disponer de más tiempo en su visita:





Direcciones de interés en Durham:

Después de Durham visitamos York, una preciosa ciudad medieval, realmente pletórica de atractivos. Cuenta con una magnifica catedral gótica que, por lo que dicen, es una de las más grandes del Norte de Europa y se pueden admirar un gran número de calles que poseen ese aire antiguo que tanto gusta a la mayoría de los viajeros. 

Se mantienen en muy buen estado bastantes edificios del siglo XIV y XV (o al menos sus fachadas). También se conserva, bordeando la ciudad antigua, una espectacular muralla que se remonta, según se piensa, a la época de los romanos (aunque la mayor parte sea medieval). Éstos, que siempre fueron muy astutos, hicieron del lugar una verdadera fortaleza y como sus pretensiones no eran salir del paso si no permanecer allí sine die, los habitantes actuales de York -y los numerosísimos turistas que la visitan- pueden admirar todavía hoy la extraordinaria capacidad constructora del fenecido imperio aunque sea a modo de cimientos. 
La muralla ronda los tres kilómetros y medio y conserva buena parte de las torres medievales.
Como he mencionado un poco más arriba, York tiene el encanto de ser una ciudad en la que las diversas capas de su historia se superponen. Fue fundada en el 71 d.C. por los romanos con el nombre de Eboracum. Fue en esta ciudad en la que Constantino el Grande se proclamó emperador en el 306.
Los romanos abandonarían la zona, más o menos cien años después, y entonces la ciudad pasó a denominarse Eofowic, ya bajo el dominio de los sajones. Cuando el cristianismo se introdujo en Inglaterra, York se convirtió en un verdadero bastión de la nueva religión. Durante el siglo IX toda la zona sufrió las invasiones vikingas. La ciudad adoptó entonces el nombre de Jorvick y, a pesar del traqueteo nórdico, se convirtió en un centro comercial de primera magnitud (en la serie de televisión Vikings se refleja muy bien parte de ese proceso de asentamiento vikingo en Inglaterra). 
Entre los siglos XII al XVI York logró mantenerse como la segunda ciudad de Inglaterra y eso que el conflicto entre las casas York y Lancaster/Tudor, en el siglo XV, no fue lo que se dice precisamente fácil de resolver (la famosa Guerra de las dos rosas).
Una historia, pues, larga y azarosa e interesante -aunque la haya resumido en tan solo en cuatro lineas- que ha dejado numerosas huellas, huellas que, afortunadamente, son visibles todavía hoy en la mayoría de los casos para disfrute de propios y visitantes.

La Catedral de York es, muy probablemente, tanto para los creyentes como para los que no lo son, el monumento más importante y precioso de la ciudad (aunque ésta cuenta, entre otras cosas, con otras 18 iglesias medievales que tienen interés).
Se trata de un edificio de grandes proporciones que se puede divisar desde diferentes calles de York. Mide 163 metros de largo y 76 metros de ancho y alberga la mayor colección de vidrieras de toda Gran Bretaña. El origen de la misma fue muy modesto porque, según cuentan las crónicas, la catedral empezó siendo una capilla de simple madera en la que se bautizó, eso si, todo un rey: Edwin de Northumbría, en un ya muy lejano 626 d.C (una época ciertamente brumosa, pero tambien misteriosa y apasionante en muchos aspectos).
Lógicamente, entre la capilla inicial de madera y la hermosa construcción medieval que ha llegado hasta nuestros días, hubo en el mismo lugar otras edificaciones, incluida una catedral normanda del siglo XI. La que hoy podemos ver empezó a construirse en 1220 d.C. y se terminaría, como es habitual en obras de tal magnitud, muchos años después, en 1470. Doscientos cincuenta años en los que, de una forma u otra, toda la población y la de sus alrededores se vería inmersa en el proyecto y en su realización. 
Los que ahora se alegran tanto cuando se quema una iglesia o una catedral parecen olvidar interesadamente que estas surgieron de un esfuerzo colectivo inmenso
No solo de la voluntad de "los poderosos" (que también), sino por el trabajo y dedicación durante generaciones de muchísimos artesanos y trabajadores. Son una plasmación en piedra (hermosísima) de una manera de entender la realidad y las relaciones con los demás y con lo divino. 
Un legado que todos deberíamos admirar y respetar, más todavía si cabe, cuando está por ver que es lo que nuestra generación legará a las que vengan en el futuro. ¡Esperemos que algo más y mejor que la desolación climática y el COVID-19!
La entrada a la catedral no es gratuita. Cuesta 11,5 libras; si tiene ánimo y también quiere subir a la torre, 275 escalones que no son aptos para todos los públicos, la entrada conjunta catedral/torre asciende a 16,50 libras.



Estatua en honor a Constatino el Grande.




York, desde luego, es una ciudad en la que se puede disfrutar mucho de diversas maneras, tanto de puertas para adentro como de puertas hacia fuera.
Es una ciudad viva, repleta de comercios apetecibles (humanos somos y consumidores también) y de lugares de interés.
Para facilitar la vida al turista sus autoridades han creado a una tarjeta, la York Pass, que ahorra bastante dinero aunque no es barata precisamente, 49,40 libras un día, 71,40 libras, dos, a la fecha de este post. Resulta conveniente, por lo tanto, planificarse y evaluar hasta que punto se va a poder exprimir en ese tiempo todas sus posibilidades (yo, desde luego, no, pero ánimo que la susodicha tarjeta permite entrar en muchos lugares -incluida la Catedral y el castillo-, ofrece numerosos descuentos en comercios y, también, cosa nada desdeñable,  transporte gratuito durante todo el día). 

En cualquier caso,  si por lo que sea anda justo de tiempo o está inmerso en la pautas limitativas de un tour, callejee.
Es un consejo válido para todos los lugares con encanto: Callejear con cierto relajo e intentar respirar el ambiente de la ciudad. Porque verlo todo a presión o a bote pronto resulta muy pesado e indigesto y la mayoría del personal suele acabar con una sobredosis visual que les imposibilita saber qué han visto o dónde lo han visto.
Es preferible quedarse con las ganas de volver a no saber ni donde se ha estado por el maremágnum acumulativo de imágenes y nombres.





















Entrada actualizada a 25 de mayo del 2021.

Texto y fotos: JAVIER NEBOT

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