viernes, 22 de noviembre de 2024

Micro-desahogos (23): Veneraciones laicas: psico-análisis (entre otras cosas).

 Conozco personas que por la devoción cuasi religiosa que profesan al psico-análisis deberían emprender una entregada peregrinación a Maresfield Gardens (Hampstead), la casa londinense en la que Freud vivió su ultimo año, y postrarse ante ella en reverente inclinación.


No cabe duda de que el psico-análisis, con todo su ritual (casi litúrgico), la perseverancia, la dedicación y el coste que supone, impone a sus acólitos un cierto carácter. 
Hay que asistir a sesiones dos o más veces por semana, durante años, mirando al techo para, a veces con mucho esfuerzo, verbalizar lo que se intuye pero no se sabe del todo a pesar de querer saberlo. 
Eso, sin la menor duda, es algo que deja una particular "huella" (en muchos sentidos) en quien se somete a tales menesteres. 
Lo que ya no sé es si tanta parafernalia garantiza el ansiado bienestar (mantra incuestionable que justifica todo hoy en día), porque -y hablo por experiencia- la toma de conciencia de según qué cosas no implica, por desgracia, la automática liberación de las mismas. 


Aficionado como soy a todo tipo de introspecciones y análisis personales no quiero escribir aquí -¡Dios me libre!- una diatriba contra el psicoanálisis ya que, de hechosupuso un cambio de paradigma muy significativo e importante en su momento. 
Tampoco, desde luego, lo voy a hacer en contra de ningún otro tipo de terapias, ya que expertos para pros y contras de las mismas hay muchos y los que quieran posicionarse en un sentido u otro encontrarán fácilmente guías cualificados.  
Personalmente, he estudiado y he practicado en diferentes épocas de mi vida, psicoanálisis, terapia analítica, análisis transaccional, bioenergética, Gestalt y he llegado a la conclusión de que cada una de ellas pueden ser válidas para diferentes tipos de personas, situaciones o momentos vitales.

Lo que puede valerle a una persona en un determinado momento, puede resultarle inútil o estéril a otra.

Pero una conclusión, en principio tan elemental, resulta anatema para algunos adeptos de determinadas iglesias, perdón, escuelas psicológicas.
Sin embargo y sin excesivo ánimo de polemizar, no puedo por menos que sonreír -irónicamente, algunas veces; tristemente, otras- cuando observo a mi alrededor algunas almas, quiero pensar que cándidas o seráficas, que parecen haber descubierto en la terapias y más concretamente en el psicoanálisis poco menos que el sentido profundo de la (su) vida. 
Y ese descubrimiento, supongo que trascendental, cuando lo realiza alguien con mentalidad de converso o con propensión a fes fundamentalistas puede ser muy, muy pesado... especialmente para los demás.


En esos casos creo que es mejor, mucho mejor, visto lo visto en muchas ocasiones, evitar cualquier comentario o cuestionamiento sobre la "nueva fe" porque la reacción defensiva de quien se siente así cuestionado suele ser muchas veces estentórea, desproporcionada e -incluso- agresiva y eso, ciertamente, puede hacer peligrar la relación o la amistad.


Para mí es un fenómeno muy parecido a cuando se trata de hablar de política o religión: si, por lo que sea, la ideología y la "fe" es tan intensa que impide pensar, pronto se recurre a la visceralidad y al enconamiento más perverso. 

Sé que todos sin excepción tenemos temas "sensibles" (aquellos por los que con facilidad podemos sentirnos atacados en lo más profundo de nuestro ser), pero no deja de llamarme la atención tal polarización extrema cuando, se supone, hablamos de herramientas de mejora personal o social
Y cuando, en cualquier caso, solo se pretende intercambiar visiones o experiencias personales, no catequizar a machamartillo o entablar batallas (verbales/emocionales) para exterminar al que piensa diferente (al menos en la gran mayoría de los casos, porque cuando hay por medio dos o tres copas de vino todo puede suceder: lo de in vino veritas, suele ser demoledor).

Supongo, quiero pensar, que el temor o la inseguridad personal influyen en el hecho de experimentar como ataque lo que en muchas ocasiones no lo es en absoluto (prefiero pensar eso a creer que el otro es simplemente necio o ciego). También, lógicamente, el carácter y la educación de la persona.
Es lamentable, en cualquier caso, ver cómo por disentir de lo que para otro es válido, pero que, por lógica o emociones, no lo es para uno, se produzcan confrontaciones que en algunos casos no se limitan a gestos o mohines de desacuerdo o de desprecio, si no que llegan a  ser ataques inmisericordes o descalificaciones sin fin...solo para mantenerse en lo que en ese momento parece ser lo fundamental. 

Encontrar a alguien interesado en estos temas vitales (psicoanálisis/terapias, política, religión...¡fútbol!) que esté dispuesto a conversar razonablemente (argumentando) y que quiera entender las posiciones del discrepante parece ser, hoy en día, un imposible ontológico

Es como si instintivamente se tuviese un miedo interior, poderoso, a que el otro pudiese desmoronar nuestras ideas o a que nos contagiase alguna especie de peligroso virus mental que pudiese mermar nuestra fe o convencimiento. Ante esa brumosa posibilidad parece mejor gesticular, ofenderse, demonizar al otro, sentirse atacado y actuar como si se hubiese obrado con terrible mala fe.
Todo un cuadro.


Por descontado, NO se tiene por qué profundizar en esos temas (o en cualquier otro) si uno no quiere o no le apetece. 
Tampoco hay por qué aguantar "chapas" de verborreas sin fin, teorías conspiranóicas o demás diatribas sociales, pero el hecho de que dar una opinión discrepante cada vez sea mas un deporte de "riesgo" es algo que a todos nos debería preocupar. 


Los adanismos ideológicos, a veces demasiado en boga (parece que muchos y muchas creen haber descubierto la pólvora por si mismos), cansan mucho, lo reconozco. 

El tener que justificar cada dos por tres el por qué de las querencias propias o de los propios pensamientos, puede ser agotador (y la experiencia demuestra que solo es conveniente hacerlo con un reducido círculo de íntimos). 


 Pero me sigue resultando chocante que, en un ámbito más o menos amistoso o incluso en relaciones de cierta confianza, el tocar esos temas todavía pueda producir conflictos que parecen irresolubles y que estos, muchas veces, acaben de mala manera con un distanciamiento total o un "odio" inesperado al nuevo enemigo que piensa diferente (el desprecio al pensamiento ajeno tiene en general malas consecuencias y, emocionalmente, suele acabar en algo tan básico, bruto y fácil de alimentar como el odio) .


¿Será que vivimos en una sociedad con tendencias "flamígeras", deseosa de erradicar lo que nos cuestiona o desagrada? 
¿Será que la tendencia millennial a sentirse ofendido o atacado es contagiosa y se ha instalado incluso en personas de edad provecta? 
¿Será que la radicalidad de las redes sociales ha infectado también la realidad personal de muchos, incluidos boomers sensibles?

Supongo que, como en casi todos los asuntos de cierta trascendencia, la respuesta al enigma NO es unívoca, sino compleja y multifactorial, pero instintiva e intelectualmente, no puedo por menos que experimentar cierta alarma cuando observo que personas -que por lo demás considero inteligentes- se blindan de tal manera por un simple cuestionamiento o discrepancia.
Ese no saber pasar, aparte de poco amable o desconsiderado, creo que es psicológicamente muy perjudicial (y no voy de gurú, solo de observador).

Esas posturas maximalistas me hacen pensar en lo dañino y reductor que puede ser
 un planteamiento fundamentalista, sea cual sea el tema sobre el que verse (y todavía no se ha inventado vacuna para ello, aunque el respeto ayuda a minimizar consecuencias).



Si te ha interesado esta entrada, probablemente te interesarán:







Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran  corresponden al artista o artistas referenciados.
Su exposición en este blog pretende ser un homenaje y una contribución a la difusión de obras dignas de reconocimiento cultural, sin ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario