Friedrich Wilhelm Michael Kalkbrenner —más conocido en su época como Frédéric Kalkbrenner— nació a finales de 1785, cerca de Kassel (supuestamente en un carruaje, durante un viaje que realizó su madre de Kassel a Berlín). Su padre, Christian Kalkbrenner, fue un músico muy completo: maestro de capilla, violinista, teclista y compositor.
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Kalkbrenner, Christian (ES) - Polska Biblioteka Muzyczna
Lógicamente, bajo su tutela, el joven Friedrich dio sus primeros pasos frente al teclado. Desde muy pequeño mostró una habilidad asombrosa, tanto que al inicio de su adolescencia ya era capaz de ejecutar con naturalidad obras de gran dificultad técnica. Con apenas catorce años ingresó en el Conservatorio de París, una institución que entonces estaba en pleno auge tras la Revolución Francesa. Allí estudió piano con Louis Adam (1758-1848) y armonía con Charles-Simon Catel (1773-1830), recibiendo una formación rigurosa y clásica que marcaría toda su carrera.
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En 1801 obtuvo los primeros premios del Conservatorio, y poco después su padre decidió llevárselo a Viena, ciudad en la que conoció al gran compositor Joseph Haydn, quien lo aconsejó y alentó a continuar su perfeccionamiento (parece que con éxito).
Biografia de Franz Joseph Haydn
A partir de 1805 Kalkbrenner se estableció en París, ciudad que ya entonces era el epicentro cultural y musical de Europa. Allí se dio a conocer como intérprete y profesor, ganando un prestigio enorme (aunque al principio, le costó causar una gran impresión como pianista).
Su estilo al piano se distinguía por la elegancia, el control técnico y
una claridad que evocaba el espíritu clásico de Mozart, aunque aplicado a un
instrumento que estaba evolucionando rápidamente. Muchos contemporáneos lo
describían como un pianista de manos ligeras y sonido pulido, dueño de una
técnica “redonda” y perfectamente calculada.
En 1806, murió su padre y Kalkbrenner decidió retirarse a una casa de campo con su amante. Los acontecimientos politicos en Europa con Napoleón "actualizando" el continente no pusieron la vida fácil a muchos franceses (y mucho menos a sus vecinos).
Nuestro músico se mudó a Inglaterra en 1814 y allí vivió durante diez años. Durante los años siguientes emprendió giras por Alemania e Inglaterra, que consolidaron su reputación internacional. No sólo era un virtuoso, sino también, por lo visto, un pedagogo excepcional. Su obsesión por el control físico del instrumento lo llevó a desarrollar métodos de estudio propios, centrados en la independencia de los dedos y el equilibrio del movimiento entre mano y muñeca. También perfeccionó un curioso aparato mecánico, el “chiroplast”, que ayudaba a los alumnos a mantener la posición correcta de las manos.
En 1823 causó verdadera sensación con su Concierto para piano Nº 1 en re menor, Op.61., y su fama como compositor se extendió por toda Europa.
Durante la década de 1830 Kalkbrenner se consagró como
una de las grandes celebridades del instrumento. Fue profesor de figuras como
Charles Hallé y Sigismond Thalberg, y su nombre figuraba entre los grandes
virtuosos europeos, junto a Hummel y Moscheles. Sin embargo, su estilo empezaba
a verse como algo “anticuado” frente al nuevo espíritu romántico que encarnaban
Liszt o el propio Chopin y, además, comenzó a sufrir gota y enfermedades nerviosas.
Aunque prácticamente se retiro de los escenarios en 1840, siguió componiendo y enseñando hasta sus
últimos años. Falleció en 1849 en Enghien-les-Bains, cerca de París, víctima de la epidemia de cólera de ese año, dejando
una obra abundante y una influencia profunda en la técnica pianística del siglo
XIX.
Friedrich Kalkbrenner: el hombre olvidado de la música francesa | Independiente irlandés
Kalkbrenner vivió en un tiempo de transición entre el
orden clásico y la sensibilidad romántica. Su infancia coincidió con el final
del siglo XVIII, marcado por Mozart y Haydn, mientras que su madurez
transcurrió en el primer Romanticismo, cuando el piano se convirtió en símbolo
de expresión personal y virtuosismo.
El instrumento estaba cambiando: el piano de seis octavas se transformaba en un instrumento más grande, más potente, capaz de transmitir contrastes emocionales intensos. Las salas de concierto se multiplicaban, el público burgués crecía, y la figura del virtuoso —un artista capaz de deslumbrar con su técnica— se convertía en un fenómeno de masas.
Kalkbrenner encarnó a la perfección ese nuevo ideal: un pianista que unía refinamiento aristocrático, elegancia escénica y dominio técnico absoluto. Pero también representó la continuidad con la tradición clásica. A diferencia de los románticos que vinieron después, él no buscaba el desbordamiento emocional ni la ruptura formal, sino la perfección del gesto y la claridad de la forma. Su música, aunque virtuosa y brillante, se mantenía dentro de una estética ordenada, galante, incluso elegante en exceso. Por eso, mientras Liszt y Chopin exploraban la pasión, el color y el misterio, Kalkbrenner seguía cultivando la gracia, la precisión y la belleza del equilibrio.
En el París de los años 1820 y 1830 —un hervidero de
músicos, poetas y pintores—, Kalkbrenner fue tanto un símbolo de éxito como una
figura de autoridad. Su casa era un punto de encuentro para músicos, y su
relación con Pleyel contribuyó al desarrollo de los pianos modernos y al
florecimiento del gusto musical burgués.
Su figura, vista desde hoy, puede parecer la de un clásico que se resistió al Romanticismo.
Pero precisamente en esa tensión reside su interés histórico: Kalkbrenner fue el puente entre dos épocas, un músico que representó el refinamiento de un mundo que se despedía y, al mismo tiempo, allanó el camino para el romanticismo pianístico que vendría después.
Entre sus principales obras, aparte del mencionado Concierto para piano Nº 1, podemos señalar:
Friedrich Kalkbrenner - Grande Sonate Brillante in A-flat major, Op.177
Friedrich Kalkbrenner: Piano Septet in A Major, Op.132 (1835)
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Agradezco a mi amigo Miguel de la Concepción sus siempre interesantes publicaciones y su incansable afán difundir sus conocimientos musicales.









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